Invocando traición.

0̶8̶

—¿Estás segura de que le importas a alguien? —preguntó, la sonrisa de Fausto, aunque invisible, se sentía en cada palabra.

Aileen levantó el mentón con fuerza, aferrándose a su último vestigio de seguridad.

—¡Nada de lo que digas me hará dudar! —replicó, con una determinación que ni ella misma creía completamente—. ¡Mis hermanas ya deben estar buscándome!

El demonio dejó escapar una risa baja, casi burlona.

—¿Segura? ¿Con una madre caminando por el hilo de las Moiras? —el demonio continuó, con una calma imperturbable—. Decepcionaste a tu hermana, empeoraste la situación invocándome. ¿Y tu novio? ¿Crees que se revele contra su padre y todo el pueblo para buscarte cuando te veía a escondidas? Eres una más del montón entre tus hermanas solo... que, con sangre sucia, ni siquiera eres una verdadera ninfa ¿En serio crees que eres su prioridad?

Aileen se quedó sin habla. Las palabras del demonio atravesaron su defensa, y por un momento, el miedo la alcanzó. ¿Realmente nadie la buscaría?

Dejó que sus pensamientos se nublaran, despidiéndose de cualquier esperanza.

Aileen vio su propio reflejo en el agua iluminado por la luna, la misma luna que guiaba cada vez más cerca a Sarah de la prisión de su hermana.

El bosque se volvía cada vez más impenetrable a medida que avanzaban. El aire espeso y pesado, como si una presencia maligna los acechara desde las sombras. La tensión entre Sarah y Azar crecía con cada paso, el frío viento cortando sus rostros.

—Si tan solo fueras más rápido... —gruñó Sarah, con la frustración latiéndole en las venas.

—Si tan solo tuvieras más paciencia —replicó Azar con voz calmada, sin dejarse provocar.

Un rugido feroz sacudió el bosque, interrumpiendo la discusión.

—¡SARAH!

Azar no dudó ni un instante. Empujó a Sarah fuera del camino y se enfrentó a una sombra imponente que emerge de la oscuridad.

Es una criatura macabra, con ojos brillantes que destellan con malevolencia que le hace arrepentirse de no haber huido.

—¡¿Eso no era un mito?! —exclamó Azar sin poder creer lo que tenía ante él.

—Mito o no, nos va a matar.

El Cerbero, el perro del infierno.

Era lógico que, si un demonio estuviera en la tierra, otro ser demoniaco los atacaría.

con una patada Azar fue enviado lejos por la criatura.

—¡AZAAR! —gritó, su voz perdida entre los ecos de la bestia.

Corrió hacia donde voló Azar, pero el suelo se desplomó bajo sus pies, llevándola con él hacia las entrañas de la tierra. La caída fue interminable, el dolor la atravesó como un rayo. Cuando finalmente aterrizó, lo único que la rodeaba era la oscuridad, un silencio aterrador y la respiración agitada de su propio cuerpo.

El miedo la embargó. Estaba sola. Lejos de Azar y sin dirección del paradero de su hermana. El bosque, que antes parecía un aliado, ahora era su peor enemigo.

Desesperada, comenzó a llamar a Azar, pero solo el eco de su propia voz le respondía. La tragedia había comenzado dentro de una oscura cueva.

Mientras, en otro rincón, Fausto, descendía a la cueva con una bandeja de frutas, una sonrisa sardónica asomando en su rostro mientras observaba a su prisionera.

—¿Dónde estabas? —exigió Aileen.

Fausto dejó suspendida la bandeja en el aire, mirándose las manos con una calma deliberada, como si estuviera buscando algo en ella.

—No veo el anillo de matrimonio —dijo, con tono mordaz y un brillo satírico en los ojos.

Aileen, cansada de sus provocaciones, giró los ojos y se dio la vuelta, pero un manjar de frutas cayó suavemente sobre ella, una oferta tentadora que la hizo bajar la guardia por un instante.

—A ver si con eso te dignas a comer.

—No estás aquí para hacerme daño, ¿verdad? —preguntó Aileen.

Fausto, con su sonrisa de demonio, levantó las cejas de manera juguetona.

—¿Quién sabe? —respondió, sentándose junto con ella.

Aileen no pudo evitar probar una fruta, sus sentidos embriagados por su sabor dulce y su misteriosa naturaleza. Fausto no aparto la vista de sus movimientos.

—¿Dónde estuviste? Desapareciste de repente.

Fausto enarcó una ceja.

—Siempre lo hago, ¿por qué te interesa ahora?

No había ninguna respuesta que favoreciera el orgullo de Aileen, así que optó por callar y seguir comiendo.

—Recordé que cuando me invocaste, un cachorro vino conmigo. Lo fui a buscar.

Eso sorprendió a la ninfa, no creyó que el demonio tuviera tal compasión por un ser vivo.

—¿Y lo encontraste? —preguntó con un destello de interés.

Fausto sonrió.

—Estaba jugando con 2 cucharas. ¿Quieres conocerlo mañana?

Aileen, cautelosa, pero incapaz de resistir, aceptó la oferta, dejando que su mente se abriera lentamente a las intenciones del demonio. La tentación y la duda tomaban su lugar mientras el caos seguía desplegándose a su alrededor.




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