Invocando traición.

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Azar abrió los ojos con pesadez, sintiendo el entumecimiento recorrer su cuerpo, parpadeó varias veces, tratando de que su visión se aclarara.

Intentó moverse, pero una presión en sus muñecas y tobillos lo detuvo en seco, estaba atado a un poste.

Sus ojos, de un verde brillante, recorrieron la escena con cautela. Frente a él, se dio cuenta de que estaba rodeado por criaturas semi-humanas, lo observaban con ojos curiosos y expresiones indescifrables.

Sus pieles curtidas por el sol, los adornos de huesos y plumas y la extraña pintura en sus rostros le indicaron que se trataba de una tribu primitiva.

Azar trató de entender lo que decían, pero su lengua resultaba ajena a él. Sin embargo, no sería un elfo de su categoría si no intentaba comunicarse.

Alzó las cejas, hizo señas con las manos amarradas, gesticuló exageradamente y hasta probó con algunos sonidos que no tenían sentido alguno.

Probó con el lenguaje de señas, muecas exageradas e incluso frases de varios dialectos que, lejos de ayudar, lo hicieron sonar como un lunático.

—¡No me miren así! ¡Estoy intentando comunicarme! —exclamó con frustración.

Uno de los miembros de la tribu soltó una carcajada seca.

—¡Soy un elfo de la realeza, y exijo...! —Hizo una pausa al ver que sus palabras no surtían efecto.

Los murmullos aumentaron y de pronto, uno de los niños de la tribu le lanzó una fruta a la cara. La tribu estalló en risas.

—Maravilloso... —murmuró con resignación, sintiendo su dignidad desplomarse.

La situación pronto se tornó más desesperante cuando Azar, intentó liberarse de sus ataduras.

Cuando finalmente encontró la oportunidad de liberarse, su escape fue menos glorioso de lo que había imaginado.

Se deshizo de sus ataduras con un movimiento torpe, cayó de bruces contra el suelo y, al intentar levantarse con la poca dignidad que le quedaba, tropezó con una trampa de red que lo lanzó de nuevo por los aires.

El rebote fue tan violento que aterrizó directamente en otra trampa de lianas, que lo dejó colgando boca abajo.

—¡Esto es indignante! —gritó, retorciéndose—. ¡Exijo que me bajen de inmediato!

Uno de los guerreros de la tribu se acercó.

—Eli'ka toran —dijo, tocándose la frente en un gesto solemne.

—No sé qué significa eso, pero lo tomaré como una disculpa.

Cuando finalmente fue bajado, se vio nuevamente atado.

Pero lo peor estaba por venir.

La tribu lo llevó a una gran explanada donde lo "prepararon" para un ritual. Sentado en el centro de una enorme fogata, con pinturas extrañas en su rostro y adornado con plumas, el elfo sintió el sudor recorrer su espalda.

—Un momento... esto no es un sacrificio, ¿verdad? —preguntó con una risa nerviosa.

Nadie respondió.

—Me rehúso a ser parte de esto. No pienso...

Antes de que pudiera terminar, un anciano, con una sonrisa de satisfacción, se inclinó sobre él y le colocó una corona de flores en la cabeza.

—¿Qué demonios...? —Azar apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que le informaran, mediante toscos gestos, que el banquete no era para devorarlo... ¡Era su boda! ¡Estaban celebrando su matrimonio con el jefe de la tribu!

Azar sintió su mundo derrumbarse. Abrió la boca y dejó escapar un grito de desesperación a la vez que Aileen despertaba en la cueva con un sonido inusual: unas patitas pequeñas resonando en la cueva.

Se incorporó, frotándose los ojos, y vio lo impensable, una pequeña criatura de tres cabezas y ojos rojos caminando hacia ella.

Era el cachorro de cérbero que Fausto le había prometido.

Su pelaje azabache relucía con un brillo rojizo en las puntas de sus orejas y cola. Movía sus tres cabezas que se movían de forma independiente con curiosidad, sus ojillos brillaban con una mezcla de inocencia. Una de ellas intentaba morderse la cola, otra miraba a Aileen con ojos brillantes y la tercera le gruñó suavemente.

Por primera vez en días, Aileen sonrió. Algo en la criatura la hizo olvidarse, aunque fuera momentáneamente, de la oscuridad que la rodeaba.

—Es... increíble —susurró sin apartar la mirada del cachorro—. ¿En serio hiciste esto...?

Acarició la cabeza central del cachorro, que cerró los ojos y movió la colita.

Fausto, que se mantenía apoyado contra una roca cercana, la miraba con una sonrisa.

Aileen sintió una calidez inusual en el pecho, alzó la vista hacia él.

—No imaginé que algo tan lindo viniera de ti.

—Gracias, que amable —Fausto esbozó una sonrisa.

El cérbero se acurrucó en el regazo de Aileen, rodando sobre su espalda y emitiendo un suave gruñido de placer. Por un momento, la cueva se sintió menos hostil.

Fausto sonrió y extendió sus alas, dispuesto a salir de la cueva hasta que Aileen se puso en pie y caminó hasta la orilla del lago.

—¡Fausto! ¿A dónde vas?

—Te traeré un mango —respondió él sin mirarla

Antes de que ella pudiera insistir, batió las alas con más fuerza elevándose sobre el paisaje. La visión que se desplegó ante él era una obra de arte macabra: el bosque a su alrededor se veía cada vez más marchito.

Lo que alguna vez fue un agreste paraíso, ahora no era más que cenizas flotando en el viento. El verde del bosque había sido devorado por cenizas flotando en el viento y tierra quemada. Cada vez que batía sus alas, las llamas aún vivas se agitaban, devorando lo poco que quedaba.

Aterrizó con fuerza en la aldea de los gnomos. Algunas casas quedaron reducidas a escombros

A pesar de la destrucción, los pequeños habitantes no huyeron de él.

Gru, el jefe de la aldea, se acercó al demonio mirándolo con ojos fervorosos, como si finalmente hubieran visto a su gran aliado.




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