Iré Contigo

Capítulo Único

 

 

Yurio caminaba por las desoladas calles de San Petersburgo. La densa nieve de Rusia, que caía con penumbra a su cruel destino, era lo que le acompañaba junto al suyo.

Iba cabizbajo, pensando en la vida suya... a la cual pronto daría cese...

Hace menos de una semana, la persona más importante para él -y único familiar-, su abuelo, había muerto por un paro cardíaco mientras él practicaba en la pista, sin nadie para socorrerlo en su última agonía.

Ese día fue por más fatídico, cuando al llegar de su entrenamiento, se encontró con el cuerpo sin vida de su abuelo en el suelo de la sala; quién buscaba ayuda con sus últimos esfuerzos, fallidos.

Nikolai Plisetsky era un buen hombre. De apariencia fría, pero gran corazón. Lo siguió siendo hasta la muerte, de la cual, Yurio siempre se culpa.

Le había enseñado a vivir con poco; a reír en los malos momentos; a mantener la calma siempre en la adversidad; a gozar la vida plena; y demás cosas que alguien de edad avanzada podía transmitirle a su único y queridísimo nieto. Le había preparado para todo... Pero lo que no le había enseñado era a vivir sin él.
 

Sin sus consejos.

Sin su compañía.

Sin su presencia.

...
 

Un rojizo puente oxidado se cruzó en su fatídico camino. Se notaba que los años le habían caído a aquella estructura, pues del antiguo rojizo vivo, ahora sólo quedaba un corroído rojo óxido.

Era de gran altura y caída, algo tentador para alguien en su situación.

No supo cuándo, ni cómo, pero ya se hallaba parado en el barandal de este; viendo al profundo río como si su vida pasada se proyectara en él.

Había vivido una buena vida, no lo podía negar. Siempre que se decía lo contrario, al pensar en la ausencia de sus padres a sus cortos cinco años, Nikolai lo tomaba en su regazo, recordándole la importancia de él mismo y el amor que poseía de las personas con las que se codeaba. Siempre le daba el consuelo que necesitaba... Y ahora ya no estaba junto a él.

Veía de soslayo el abismo que frente a él había, con un sentimiento de vacío indescriptible.

Su vida ya no tenía sentido, no sin su abuelo, su único apoyo incondicional.

Los ruidos en el mausoleo de la noche se le hacían lejanos. No escuchaba nada más que sus deseos de acabar con todo de una vez; de liberar su alma del sufrimiento. Fue fácil; inclinarse levemente hacia adelante, dejándose llevar por la gravedad que le llevaría al vacío, y por consecuente, al final de su tortuosa vida...

O así habría sido, sino fuera porque unos largos brazos lo regresaron del querer, fundiéndolo en un abrazo que le hizo llenar de calidez hasta por sobre todo el frío alrededor.

Un azabache de rostro sonrosado por el clima le tenía. Clavaba su mirada sobre el rubio frente a él; reflejaba tristeza y nostalgia, mostrando a la vez una expresión bastante preocupada, y alarmada.

—¿Yuu... ri?... ¿Q-que haces aqu...?

—¡P-pero qué rayos hacías, Yurio! ¡¿Qué estás... loco?! —Ambos estaban sentados en el suelo. El pelinegro le tomaba por los hombros, sacudiéndolo, mientras le sacaba en cara lo que intentaba hacer.

¿Qué estaba pasando? Era lo que rondaba por la cabeza del rubio.

¿Qué hacía Yuuri Katsuki allí?

El pelinegro era un chico de 24 años, procedencia japonesa. Él era el esposo del famoso patinador Víctor Nikiforov desde hacía 2 años. O eso era hasta que un fatídico incidente de avión le arrebató de su lado.

Ese chico ahora viudo, destrozado, se había quedado en Rusia, pues según no quería abandonar lo único que le recordaba a su amado fallecido; o al menos eso era lo que todos creían.

Pero entonces... ¿Qué hacía allí, salvando a un chico que ni valía la pena siguiera en este mundo?

Luego de un momento intentando comprender lo que pasaba, decidió pararlo, quitando las manos que le sostenían por los hombros.

—¿Porqué... porqué... lo hiciste? ¿Por qué yo?

Su mirada de tristeza le partiría el corazón a cualquiera que le viese de ese modo. Sus verdosos ojos ya no reflejaban el brillo que antes los adornaba. Ese fulgor, que hasta la más mínima expresión era denotada con ahínco, había desaparecido.

—¿Qué porqué estoy aquí? ¿En serio preguntas? —Hablaba casi susurrado, como si Yurio ignorara algo más que obvio— ¡No es momento de preguntas así! ¡¡Dime por qué demonios querías tirarte del puente!! ¡Habla, por favor! —Había cambiado drásticamente su tono, por uno más desesperado y demandante.

—Yuuri... y-yo... no puedo... no puedo seguir. —Bajó la mirada con penuria, comenzando a hablar con un tono sombrío— Yo... yo maté a mi abuelo. Soy un asesino Yuuri ¡Un asesino! Si tan sólo... no hubiera ido a la práctica ese día, sí me hubiera quedado con él, si hubiera dejado de estar arraigado a ese estúpido sueño. —Apretó los dientes, en un intento por contener ese líquido salado que amenazaba con salir— ¡N-ni siquiera sé para qué voy! Si ni tengo futuro en eso... Soy un completo imbécil así como me ves. Un... cobarde, que no hace más que mantener una coraza de frialdad... Soy débil, y malo en todo. Nunca llegaré a ser un patinador ¡Ni una estúpida competencia local he podido ganar! —Su voz se quebraba a medida que seguía hablando, recriminándose todo aquello que mantenía— Sólo un inservible que ni siquiera debería estar vivo... Dime ¡¿Por qué alguien como tú, que es un patinador profesional, famoso, con gran talento, se preocuparía por un niño inmaduro como yo?!... Sólo, déjame ir, déjame morir y acabar con esta vana existencia que es mi vida... por favor...




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