Iré Contigo

Final Alternativo 1: Viviremos Juntos

 

 

—Yuuri... yo... —Las palabras del azabache le conmovían en gran manera. Nunca nadie se había preocupado así por él desde su abuelo.

Sin dudas, Katsuki era un buen chico que le amaba. Así que tomando mucho aire, se decidió a dar la respuesta que cambiaría todo radicalmente-

Estaba la decisión de vivir una vida llena de desgarradora tristeza, dándole al chico la oportunidad de ser amado pero sin poder dar mucho de sí. O morir, y acabar con el sufrimiento que le destrozada internamente día tras día, y poder descansar al fin. Sin molestar a nadie, sin molestarse a él.

—Katsuki... yo... no quiero seguir viviendo... –Soltó todo el aire retenido con esa frase, cual si se liberara de un peso mayor— Ya no puedo más, y nada me hará cambiar de opinión.

—Bien... –Formuló una leve sonrisa, levantándose del suelo en el que se encontraban— si lo haces... yo también lo haré. –La decisión de suicidarse junto con el amor de su vida era algo que ni el mismo Katsuki creía razonable, pero ¿Qué lo era en el amor?—

—¡D-de que hablas! ¡¿Qué estás loco?! –Su sorpresa sobrepasaba cualquier expresión existente. ¿Pero qué locura estaba haciendo el otro?—

—Sí. Loco por ti. –Aun en un momento así no podía dejar de sonreír, típico de alguien como él— Si tengo que tirarme de un puente por ti, lo haré.

—¡No! ¿De qué hablas? No puedes morir. T-tú eres un gran patinador con una vida por delante. ¡No te quedes atrás por alguien como yo!

—¿Yo? ¿Con un futuro? Yo sólo tengo una razón para vivir; y ya que no quiere estar, no veo el por qué seguir viviendo. Si patinaba y seguía compitiendo, era para poder verte. Los entrenamientos eran mi momento preferido, ya que era donde mejor podía admirarte. Sudado, cansado, aun determinado en tu sueño... Pero un día todo eso desapareció, y mi hada rusa había apaciguado su luz, al irse su familiar ese triste día. Y si mi única razón para vivir se va, yo igual.

—Yuuri, no... no lo hagas... Sigue viviendo, por favor. –Yurio no quería, y no podía permitir que el azabache muriera por una razón tan banal. Él era grande, mientras él era pequeño. Él era talentoso, él era un desastre. Él tenía vida por delante... él no—

—No Yurio, sin ti no lo haré. Si tú te vas, yo te acompañaré. Si tú te quedas, igual lo haré. Sea donde sea que vayas... Iré contigo.

Yurio no podía. Simplemente no podía. No cuando este japonés estaba dispuesto a dar su vida por él con tal de que él siguiera con la suya.

Levantándose de su lugar, con una sonrisa enternecida, se acercó al japonés.

—¿Estás dispuesto a acompañarme a dónde sea? –Preguntó ladeando la cabeza, poniendo una mano en su cadera sin parar de acercarse—

Yuuri sonrió al igual que el otro, aproximándose igual a éste, y tomándole de la cintura para juntarlo más a él.

—Hasta el fin del mundo. –Habló con determinación, ladeando igualmente el rostro—

Y así, tan fácil cómo el respirar, Yurio abandonó todo deseo de acabar con todo.

No sonaba tan mal. Vivir una vida junto al japonés.

Darse el tiempo de curar su alma rota, y ayudar a curar la del otro.

—Entonces... quédate a mi lado, y nunca me abandones. –Pronunció, con el sentimiento presente de no querer volver a probar la soledad—

—No lo haría ni por todo lo valioso del mundo. Pues ahora tú vales más, y te has convertido en mi mundo entero.

—Cuan cursi puedes llegar a ser, idiota.

—Sólo contigo, gatito. –Yuuri tomó la mejilla del chico, acercando su rostro hasta el ajeno, divisando esos finísimos labios rusos—

El menor igual imitó el movimiento, quedando sus rostros a tal distancia qué sus respiraciones eran cruzadas. Una más gélida que la otra, otro más nervioso que el uno, y ambos amándose de igual manera.

—¿Me amas? –Gesticuló el rubio con ojos entrecerrados, mirando dudoso por el rabillo al azabache de mejillas sonrojadas—

—Más que a nada. –Pudo afirmar esto sin tapujos, pues el amor qué sentía no se podía comparar con cualquier cosa existente, o por existir—

Con un movimiento milimetrado, cerraron un pacto que les duraría de por vida. La nieve qué delicadamente caía del cielo, fue el testigo mudo del amor que aquellas almas jóvenes profesaban con actos y palabras. Suaves roces y lentas movidas eran dados en el pequeño contacto que, por muy insignificante que pareciera, valía más qué cualquier promesa.

Pues esta no era sólo una simple promesa de tontos enamorados.

Era un juramento con gran peso.

La promesa de estar juntos.

Incluyendo las subidas y bajadas. Las derrotas y victorias. En los momentos buenos, malos o desgarradores de la vida. Aquella vida que habían decidido continuar. Porque la muerte ya no era una opción para ellos.




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