Capítulo 2
“Luz que la del sol sonrojas
Y cuyos toques son besos,
Derrámate en mí por esos
Ojos con aspecto de hojas”.
Ojos verdes, Salvador Díaz Mirón.
En menos de cinco minutos llegamos a la librería. Noto que papá cambió el azul celeste de la tienda que tenía la última vez que estuve aquí por un turquesa. Es un color de chica, pero se ve bien.
—Papá hizo algunos cambios esta primavera —informa Allie al notar que admiro con detalle el nuevo color de la librería/cafetería a través de los cristales delanteros—. Él quería que lo ayudaras, pero tú preferiste pasar las vacaciones de primavera con Summer.
Dice el nombre de mi novia con desprecio. Allie no tolera a Summer y no sé qué la motivaba. No creo que ni siquiera ella lo sepa. Cuando traje a Summer para Acción de Gracias, unos meses después de empezar a salir con ella, Allie la odió nada más verla, y para Allie, si alguien no le cae bien, significa que debe hacerle la vida imposible. Razón por la que estuvo esos días haciendo de la estadía de Summer aquí un infierno. Un día antes de volver a la universidad, le pregunté qué era lo que hacía que Summer le desagradara, a lo que ella me respondió con un encogimiento de hombros y un simple “No sé”.
Rodando los ojos, me encamino hacia la entrada de la librería, ella me sigue. La campana de la puerta suena anunciando nuestra llegada.
Miro a mí alrededor, absorbiendo el cambio. Las paredes no sólo han cambiado de color, también han puesto varios escritos, porciones de libros y poemas, en las paredes. El espacio está divido en dos: a mi derecha se encuentra la cafetería, a la que los clientes mayormente la usan para leer y tomar café. A mi izquierda está la librería, tres estantes dividen el espacio, cada pasillo un género diferente. En la parte trasera está la caja y, más allá, la cocina.
Papá se encarga de la caja y la administración. Una chica que fue conmigo a la escuela, creo que su nombre es Laura, es la que se ocupaba de atender las mesas –lo hacía desde que cumplió los 18–. Angie, una madre soltera que llegó al pueblo hace 10 años con su bebé de meses para asentarse aquí, es la encargada de atender a los que vienen a la librería; es perfecta para ese trabajo porque la mujer lee de todo y tiene una memoria fotográfica. Por último, está Helen, una mujer de 55 años que atiende la cocina de la cafetería; esa mujer es un amor y cocina como los ángeles.
Los clientes sentados en las mesas y los que están en la caja pagando, giran a ver hacia la puerta junto con Angie, Laura y mi papá –mamá ha de estar en la cocina–. Papá abre la boca con sorpresa antes de sonreír.
—¡Logan! —Sale de detrás del mostrador, dejando a sus clientes esperando, y viene a envolverme en un abrazo—. Pensé que no vendrías hasta el viernes.
Me suelta para mirarme a la cara, su expresión llena de felicidad.
¿Ven porqué amo mi casa?
—Decidí darles una sorpresa
Papá ríe antes de volver a darme un abrazo, esta vez breve, y regresa a la caja.
No he terminado de llegar al mostrador cuando mi mamá sale de la cocina con un delantal fucsia y su cabello rubio oscuro, como el de mi hermana, oculto bajo una pañoleta.
—¡Mi bebé! —lloriquea al verme. Corre, rodeando el mostrador, antes de lanzarse sobre mí como lo hizo Allie—. ¿Por qué no nos dijiste que volverías hoy? —Me golpea en el brazo, golpe que no me hace ni cosquillas.
—Quería darles una sorpresa —digo por tercera vez desde que llegué.
Mamá vuelve a abrazarme para luego arrastrarme hacia la cocina. Angie me da un saludo con la mano desde el primer pasillo y yo se lo devuelvo. En la cocina, Helen me apachurra con sus brazos y luego aprieta mis mejillas mientras dice cuánto he crecido en los últimos meses.
Estoy en medio de una explicación detallada de cómo llegué hasta aquí antes de tiempo bajo la atención de mi madre y Helen, cuando Laura entra.
—Dos cafés para mesa 4 y una malteada de banana para la 1 —anuncia a Helen y luego me mira, una sonrisa amistosa extendiéndose en su boca—. ¡Logan! Qué bueno verte.
Le sonrío de vuelta.
—Laura, ¿cómo estás?
Estoy aventurado con su nombre, esperando no estar equivocado.
—Muy bien.
Toma los pedidos de café y la malteada y se va.
No me corrige, debo haber dicho bien su nombre.
Hablo un rato con mamá y Helen, luego voy a ayudar a papá en la caja, observando a Allie dar saltitos alrededor de Angie.
—Espero que vengas dispuesto a pasar tiempo con esos amigos tuyos —comenta papá, entregando el cambio a una pareja que acababa de comprar un libro.
Espero hasta que la pareja está fuera del alcance auditivo para responder.
—Vengo más que dispuesto, quiero tener un verano de diversión antes de aventurarme a mi último año de en la universidad.
Papá me regala una sonrisa y palmea mi espalda.