Capítulo 5
“Cese ya vuestro desvío.
Ojos que me dais congojas;
Ojos de aspecto de hojas
Empapadas de rocío”.
Ojos verdes, Salvador Díaz Mirón.
—Sabía que esto pasaría desde el momento en que me dijiste que te ibas antes. —Ruedo los ojos ante las maquinaciones de la mente de Summer. Es increíble que su inteligencia funcione para algunas cosas y para otras desaparece—. ¿Quieres terminar conmigo, es eso? Porque solo tienes que decirlo y esto se acaba. Pero que ten en cuenta que no te voy a aceptar de vuelta. Si terminamos es para siempre.
Suelto un suspiro cansado bajo la vista burlona de Laura. Summer habla tan fuerte y chillón que, al pasar a mi lado, Laura escuchó su perorata sin sentido. Desde entonces, se ha estado riendo de mí desde la distancia, articulando palabras como: dominado, tonto, blandengue, y un montón más que no le entendí.
Debería darle vergüenza burlarse de las desgracias ajenas. O, tal vez, debería tener miedo; el karma es real.
—Summer, por Dios, ¿de dónde sacas esas cosas? —refuto, molesto por su manipulación—. Estoy da vacaciones, pasando tiempo con mi familia y mis amigos, no te estoy dejando fuera. He estado ocupado poniéndome al día con ellos, es todo.
—¡No te mataría hacer una llamada de vez en cuando! —solloza y pongo los ojos en blanco.
¿De verdad está llorando?
—Hablamos ayer —le recuerdo y la escucho resoplar.
—Porque yo lo hice, tú no tuviste la iniciativa.
Reprimo las ganas de mandarla a freír espárragos, aunque es una idea muy llamativa. Incluso estando lejos es una molestia. Creí que al llegar aquí las cosas serían diferentes, que tendría mi espacio, pero tiene la habilidad de incordiarme a kilómetros de distancia.
Juro por Dios que si no la quisiera ya habría terminado con ella.
—Mañana por la mañana te llamaré, lo prometo —recito con fastidio, sin poder ocultar mi malestar. Cosa que a ella le pasa desapercibido, porque chilla de la emoción.
—¡Eres el mejor, cariño! —asegura, como si hace un segundo no estuviera llorando—. Te quiero.
—Yo a ti. Hablamos luego.
No espero una respuesta suya para acabar la llamada, pasando una mano por mi cara mientras apoyo el codo en el mostrador.
—No me gusta entrometerme en las relaciones ajenas —levanto la cara para encontrar a Laura del otro lado del mostrador—, pero tengo que decirte algo importante con respecto a tu novia.
Hago un gesto con la mano.
—Te escucho.
Pone la bandeja sobre el mostrador y se inclina hacia mí con aire cómplice.
—Debes tener cuidado con ese tipo de chicas —murmura—. Las dejas hacer de todo para que no te molesten y, cuando te paras a ver lo que ha pasado, estás casado y esperando a tu primer hijo. —Se endereza y toma la bandeja—. Deshazte de ella antes de que sea tarde.
Con eso, se va, dejándome un mal sabor de boca.
No estoy dispuesto a ser manipulado por Summer hasta ese extremo, terminaría con ella antes de que haga algo estúpido.
La campana de la puerta suena, alertándome de la llegada de alguien. La cafetería está un poco sola, el almuerzo ha pasado y la gente anda por ahí, divirtiéndose en la calle. Hay personas tontas que no ven a los libros como una actividad divertida, sino como algo para pasar el rato. No saben de lo que se pierden. Sin embargo, están las que aman leer más que nada, como la chica que acaba de llegar.
Marinel.
Le saqué un poco de información a Laura antes de que Summer llamara y se cerrara en banda. Marinel ama leer, por ello viene cada día. Algunas veces, cuando el lugar no está lleno, Laura le lee libros que a Marinel le gustan, pero que no están escritos en el sistema braille. Ella prefiere pasar el tiempo aquí que por ahí. No es que haya muchas cosas que una chica ciega pueda hacer, pero cualquier actividad es mejor que encerrarse aquí, con tantos libros, para aquellos que no les gusta la lectura.
Angie viene y me avisa que se hará cargo de la caja y que esté atento por si la librería se llena y tengo que volver a echarle una mano. Aprovechando que estoy libre, voy hacia la mesa de Marinel, ignorando la mirada amenazante que me lanza Laura cuando pasa a mi lado con un café en la mano.
—Hola —saludo y Marinel se sobresalta, llevándose una mano al pecho—. Lo siento, no quería asustarte.
—No te disculpes, me pasa seguido —ríe ella—. ¿Cómo estás, Logan?
Sonrío como tonto al escuchar mi nombre en su voz. Es una suerte que no pueda ver mi cara ahora porque me delataría por completo.
¿De qué se supone que te estás delatando?
Alejo a la voz insidiosa de mi cabeza, que tiene un parecido impresionante con la de mi hermana, y continúo mirando a Marinel.