Capítulo 11
“Tornaba en mi divino clavileño
De una excursión solar hollando abrojos;
Y me sonrió en un éxtasis se ensueño,
La Emperatriz de los celestes ojos”.
Aparición (Silva), Medardo Ángel Silva.
Al entrar en la cafetería esa tarde, paseo mi mirada por las mesas, buscando la cabellera rizada que tanto me gusta, pero no está. Camino cabizbajo hacia una mesa y me dejo caer en una silla, viendo a los chicos hacer lo mismo. Hemos bajado de la montaña hace poco y vinimos por algo de comer que nos renueve las energías. Sugerí venir a la cafetería de mis padres con la esperanza de ver a Marinel, aunque siempre que acabamos una excursión vamos a casa de Grand y pasamos el rato. Bueno, no es literalmente una casa, es más como una pequeña cabaña que él acondicionó para vivir allí, detrás de la casa de su madre. Mantiene a su familia, pero le gusta su espacio.
—Amo los sándwiches de Helen, fue una buena idea venir aquí —exhala Grand, acomodándose en la silla.
Parece demasiado grande para una silla tan pequeña, prácticamente se desparrama por los lados.
—Es mejor que lo que ofreces en esa pequeña cabaña en medio del bosque que no tiene comida de verdad —se burla Sean, tomando una servilleta de papel y doblándola para hacer la única figura de origami que sabe, un cisne.
—Sigue hablando así y no permitiré la entrada a mi casa de nuevo —amenaza Grand, con el ceño fruncido, pero su expresión se transforma en una sonrisa cuando Laura se para a nuestro lado.
—Hola, chicos —saluda, sonriendo de vuelta a Grand, pero su sonrisa muere cuando sus ojos caen en mí—. ¿Qué hacen aquí?
—Vinimos a jugar póker —responde Sean, irónico.
—Idiota —masculla Laura.
—No soy el que hace preguntas estúpidas aquí —él se encoge de hombros.
—Oye —interrumpe Grand antes de que Laura y Sean inicien una discusión, hablándole a ella—, ¿irás a la fiesta de los Foster pasado mañana?
Laura sonríe nuevamente, dejando atrás el comentario de Sean. En momentos como este me pregunto si no han tenido sus asuntos con anterioridad, esto entre ellos parece ir muy rápido.
—Sí, como cada año —ríe, una risita tonta.
Hago una mueca, mirando a los chicos. Tienen expresiones parecidas a la mía.
—¿Tengo que ir yo a hacer los pedidos a Helen? —interrumpo el momento romántico. Laura me dirige una mirada asesina—. Digo, para que ustedes tengan tiempo de coquetear sin apuros.
Le guiño y ella se endereza.
Bryce ríe, más como un resoplido o una tos, y Sean mueve los hombros en una carcajada silenciosa.
—No me tientes, Logan —advierte, señalándome con el dedo índice—. Mira que estás en la cuerda floja.
Quiero mandarla a freír espárragos. Mi problema es con Marinel, incluso puedo aceptar reclamos de parte de Mario, pero no de Laura, que no sabe lo que pasa por mi cabeza ni mis motivaciones. Entiendo que sea su amiga y me alegra saber que Marinel tiene amistades que la defienden, pero Laura me conoce y sabe que no soy el tipo de hombre que juega con las mujeres.
—Puedes estar molesta todo lo que quieras, pero no esperes una disculpa de mi parte. —Me levanto—. La única con la que debo explicarme es con Marinel, con nadie más. Hazme caras y enójate, no es asunto mío.
La boca de ella cae abierta, sorprendida por mis palabras. Sí, chica, no voy a dejarme amedrentar por tu veneno.
◙◙◙
Detengo mi auto frente la casa de Marinel. Fui a casa luego de comer algo en la cafetería y me di un baño. Si voy a pedir disculpas tengo que estar presentable. Tomo una respiración profunda y saco las llaves de la ignición. Abro la puerta y bajo, poniendo mis pies en la acera. Observo la puerta, sin saber exactamente qué voy a decir, pero no tengo tiempo de pensar porque esta se abre, revelando a un hombre de mediana edad, llevando una bolsa de basura en la mano. Cuando me ve, se detiene. Sabiendo que no puedo detenerme ahora, camino hacia el hombre, esperando a la verja a que me alcance.
—Eres el hijo de Héctor —adivina—, el de la librería.
—Así es —confirmo—. Vine a ver a Marinel. ¿Ella está?
Mira sobre su hombro a la puerta y luego regresa su atención a mí.
—Sí, ella está dentro con su madre. —Se acerca a mí con aire cómplice—. Aprovecha que Mario no está o no podrás verla.
Sale a la acera y deja la basura en el contenedor.
Sonrío, feliz de tener a alguien de mi lado por fin.
—Gracias —digo cuando regresa—, pasar sobre Mario es casi imposible.
—Lo sé —resopla—, lo he visto en acción.
Río, siguiéndolo dentro. Abre la puerta de la casa y se hace a un lado para dejarme pasar.