Iridiscente.

Capítulo 15

Capítulo 15

 

“Ojos que lanzáis centellas

Para ofuscarse ellos mismo;

Ojos que sois dos abismos

Donde brillan dos estrellas”.

 

Ojos negros, Juan Ramón Molina.

 

Miro la parte trasera de mi auto con el ceño ligeramente fruncido. Le dije a mamá que iría con Marinel al parque y preparó una cesta de picnic para nosotros, pero estoy empezando a creer que es demasiado. ¿No estaré dando la impresión equivocada llevando todas esas cosas? Yo creo que sí, pero no tengo el valor para regresar dentro y decirle a mamá que no utilizaré su cesta. Además, Marinel sabe que tengo novia y que sólo podemos ser amigos.

Aparto la vista de la cesta que se burla de mí y mis intenciones y enciendo el auto, saliendo de la calzada.

El parque al que vamos está cerca, a unos minutos saliendo del pueblo. Es la mayor atracción turística de la zona. Algunos dirán que es el lado del río al que la gente va a tomar un baño, pero lo cierto es que esa parte es conocida por los lugareños y no por los visitantes. Aunque la gente hace su trabajo llevando a los turistas a esa zona, si soy sincero. El pueblo entero es hermoso, pero lo cierto es que el bosque y las montañas son la mejor parte, por ello nos esforzamos en mostrar lo mejor a los que vienen de visita. No sé si Marinel ya lo haya visitado, pero me gustaría ser el primero en llevarla. Si no es así, me conformaré con pasar un buen rato con ella mientras lanzamos comida a los gansos y patos de la pequeña laguna.

Me detengo frente a la casa de Marinel y la puerta se abre al instante, Mario saliendo por esta y cruzando los brazos cuando me ve. Pongo los ojos en blanco, sin importarme que el chico me vea hacerlo. Esta actitud suya me está llevando al borde y ha dejado de ser gracioso. Bajo de auto y camino decidido hacia la verja, abro la puerta y entro al patio, andando tranquilo hasta detenerme frente a Mario.

—Logan —masculla.

—Mario —devuelvo el saludo sin inmutarme—. ¿Tu hermana está lista?

—Lo está —confirma. Baja la vista unos segundos antes de encararme de nuevo, sus ojos reflejando una advertencia—. Te voy a estar vigilando, Logan. Todo este teatro de que quieres ser su amigo no me lo creo. Tienes otras intenciones y voy a delatarte frente a todos, no solo frente a ella.

Pongo los en blanco de nuevo.

—Dame un respiro —murmuro—. Cree lo que quieras, Mario, no necesito tu aprobación. Marinel confía en mí y es todo lo que me importa. Estoy harto de explicarle a medio mundo que entre ella y yo solo hay una amistad hermosa floreciendo, nada más.

—Si tienes que explicarlo es porque nadie te cree y eso tiene que significar algo —refuta—. Pero estate tranquilo, que todo cae bajo su propio peso.

—Como sea —desestimo, agitando una mano—. ¿Puedes ir por tu hermana?

Me da una última mirada antes de entrar a la casa y cerrarme la puerta en la cara. Es un mocoso con ínfulas de hombre que no sabe con quién se mete. La puerta se abre un minuto después y esta vez no es Mario quien aparece, sino el padre. Me sonríe al verme y se hace a un lado para dejar pasar a Marinel.

Me quedo sin aliento.

Ella es hermosa, pero hoy está radiante. Lleva puesto un vestido veraniego con estampado de girasoles, su cabello está sujeto a la mitad y unos mechones rizados caen a los lados de su cara. No lleva mucho maquillaje, solo el esencial para resaltar su ya bonita cara, sobre todo sus hermosos labios. Están pintados de color durazno y brillan a causa del brillo que se puso. No sé si es todo lo que se puso, pero le queda fenomenal.

Deja de ver su boca, Logan.

Aparto la mirada hacia su padre, que tiene una expresión divertida, y siento ruborizarme.

—No vuelvan tarde —ordena, mirándome fijo—, y no hagan tonterías.

Marinel ríe.

—Somos jóvenes, se nos permite hacer tonterías.

—No tantas —replica su padre—. Si no aparecen antes de las 11 p.m. los buscaré con la policía.

Lo dice en broma, pero hay cierto matiz de advertencia en su voz. Es un hombre tranquilo, pero no quiero llevarlo al límite.

—No se preocupe, señor, estaremos aquí antes del toque de queda —aseguro y luego agrego—: y no haremos ninguna tontería.

—Confío en ti, Logan —me señala con el dedo índice—, no hagas algo estúpido. —Se quita la mano de Marinel del brazo y me la entrega—. Diviértanse.

—Adiós, papi —se despide Marinel, soplando un beso hacia su padre. Él sonríe antes de regresar adentro.

Conduzco a Marinel hasta el auto y allí la ayudo a acomodarse dentro antes de rodearlo y sentarme a su lado.

—¿Lista? —pregunto y ella me sonríe brillante.

—Muy lista.

Salgo de su calle, integrándome a la única avenida del pueblo, dirigiéndome hacia la salida sur. Pongo música porque sé que le gusta y bajo las ventanillas, dejando entrar la brisa. Ella ríe cuando su pelo se mueve a su cara y lo aparta, poniéndolo detrás de su oreja, pero este no se queda allí. Se da por vencida en el cuarto intento y empieza a cantar la música que se reproduce. Es “Gloria” de Laura Branigan, muy de los 80’s.



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En el texto hay: amor, amistad, discapacidad

Editado: 13.07.2022

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