Iridiscente.

Capítulo 16

Capítulo 16

 

“Allí estaban sus ojos y estaban

En su rostro callado y sencillo

Y su rostro tenía sus ojos tranquilos”.

 

En la sombra estaban sus ojos, Jaime Sabines.

 

El sol se está poniendo, bañando el lugar en un color naranja muy bonito. Marinel sigue a mi lado, contándome anécdotas de Mario cuando era pequeña, las que estoy tomando como munición para cuando él venga a importunarme. Hemos estado hablando de todo; música, películas, carreras universitarias, la complicada vida del adulto, la sobreprotección y pare de contar. Ya nos hemos acabado casi todo lo que mamá nos dio en la cesta, solo quedan unas uvas.

Hablar con ella, o solo pasar el rato, me ha encantado.

No, lo he amado.

Marinel es una chica sabia, que ha aprendido mucho en el poco tiempo que tiene sobre este mundo. La admiro, no solo por llevar bien su falta de vista, también porque ha aprendido de los errores que cometió cuando fue una adolescente. Me contó muy poco de esa etapa ‒antes de quedarse sin el sentido de la vista‒ y fue una chica revoltosa que hacía pasar malos ratos a sus padres. Su familia es de Florida, pero decidieron venir a vivir aquí porque su bisabuela materna era de Leiton. Va a la Universidad Northeastern, en Boston ‒cosa que me tiene entusiasmado‒, pero está aplicando para obtener una beca completa en Berklee College of Music, también en Boston.

—¿Qué instrumento tocas? —pregunto—. No lo recuerdo.

Un gran fallo de mi parte, si me preguntan.

—Violín —aclara—. Empecé antes de quedarme ciega y continué porque es algo que me gusta.

Asiento, mordiendo el interior de mi mejilla.

—El violín es un instrumento muy bonito, y a veces es melancólico.

—Depende de lo que se toque y si es una melodía lenta.

—Me gustaría escucharte tocar —comento, ella sonríe.

—A mí me gustaría que me escucharas.

Igualo si expresión, incapaz de no hacerlo cuando ella mi insta a ello. Su sonrisa es contagiosa, no hay para qué negarlo, y no puedo mantenerme serio cuando estoy a su alrededor y dice las cosas más dulces.

El sol está cada vez más oculto y la noche está cayendo, solo quedan vestigios del naranja en el cielo y en las nubes.

—Me alegra saber que estudias en Boston —admito y ella alza una ceja.

—¿Lo dices en serio?

—Por supuesto —afirmo—. Me gusta ser tu amigo, Marinel.

Sus mejillas se sonrojan y baja la cara, los mechones que enmarcan su cara se deslizan hacia el frente, pendiendo a un lado de sus mejillas.

—A mí también me gusta ser tu amiga —musita—. Es relajante pasar tiempo contigo. Los demonios en mi cabeza se callan.

Me acerco a ella, cerrando el espacio que hay entre nosotros, y meto la mano debajo de su barbilla, alzando su cara. Su respiración se atasca con el contacto y luego la suelta lentamente.

—¿Eso quiere decir que seguiremos siendo amigos cuando regresemos a Boston? —Hablo bajito, mis ojos puestos en sus labios. Marinel asiente—. Bien, porque no me imagino no teniéndote cerca.

Una sonrisa tímida tira de sus labios y hace el ademán de alejarse, pero no se lo permito.

—No te vas a acordar de mí cuando regreses a la universidad y vuelvas con tus amigos.

—Aquí también tengo amigos, unos con los que acostumbro a pasar todo el verano, pero heme aquí, contigo.

Muerde sus labios y los suelta poco después, lento.

¡Querido cielo! Muero por besarla.

—Si te digo que me muero por besarte, ¿cuál sería tu respuesta? —murmuro.

Su sonrisa desaparece y su expresión se llena de culpabilidad de inmediato.

—Pero tu novia… —La callo poniendo un dedo en sus labios.

—Voy a terminar con ella —confieso.

Se queda callada y aleja su cara de mi mano, esta vez la dejo ir.

—¿Por mí? —inquiere en un chillido.

—Esa sería la respuesta más obvia, pero la verdad es que mis asuntos con Summer están tensos desde hace mucho. —Miro al frente, al agua del lago, que está apacible—. Tenemos problemas, pero quería seguir intentando, esperando que la antigua ella regresara. Sin embargo, ha pasado ya un tiempo y ella sigue siendo esta persona tóxica con tendencias psicóticas que no hace más que vigilarme porque cree que la voy a dejar o la estoy engañando.

Marinel hace una mueca.

—Pero eso no te da derecho a engañarla de verdad.

La miro de reojo.

—No la estoy engañando, ya dije que voy a terminar con ella.

Se encoge de hombros.

—Me estarías besando antes de hacerlo, y puede ocurrir algo que te haga cambiar de opinión.



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En el texto hay: amor, amistad, discapacidad

Editado: 13.07.2022

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