Capítulo 18
“Yo lo veré en tus ojos, maduro de otra sombra.
Ojos de un valle ausente. Ojos con otra luna”.
Desnudo día, Josefina Pla.
Corto del jardín de mamá dos flores, una para Marinel y otra para su madre. Aunque es muy refinado decir “corto” si lo que en realidad pasó es que las arranqué.
Perdóname, madre naturaleza.
De camino a la casa de Marinel, pido al cielo que mantenga a Mario a raya, no quiere confrontaciones con él en este día, todo ha ido tan bien que me niego a que ese chico me lo arruine. Al entrar en la calle, reduzco la velocidad hasta detenerme frente al jardín, sonriendo divertido al ver el flamenco.
Hay que ver la creatividad de algunas personas.
Me bajo y miro a mi cuerpo, asegurándome de tener mi atuendo en orden. Camino a paso tranquilo ‒cuando la verdad es que estoy muy nervioso‒ hacia la puerta, pasando la verja, y toco el timbre. Pasan unos segundos y se oyen unos pasos por el pasillo. Respiro profundo y pongo la mejor sonrisa que logro invocar. La puerta se abre, mostrando detrás de ella a la madre de Marinel, sonriente. Alzo la mano con una flor.
—Para usted —informo y su boca se abre al tiempo que sus ojos brillan.
—Gracias —agradece al tiempo que se limpia las manos con el delantal que trae puesto—, es un lindo gesto de tu parte.
—No es nada.
Me hace una mueca que revela que no piensa como yo y se hace a un lado.
—Entra, cariño, la cena está casi lista.
Obedezco y ella cierra la puerta detrás de mí para luego indicarme con una mano que siga adelante.
En la sala de estar, Mario, Marinel y el padre de ellos están frente al TV, Mario relatando todo lo que pasa en la pantalla a su hermana. Tengo que darle mérito a Mario, el chico se esfuerza por hacerla sentir bien y protegerla de todo. A veces se excede, pero no puedo reprocharle nada dado que yo hago lo mismo con Allie todo el tiempo.
Los ojos de Mario conectan con los míos y hace una mueca mientras yo le sonrío.
—Logan —masculla.
—Mario —canturreo.
El padre se pone pie y me señala el puesto que ha dejado vacío.
—Logan, siéntate.
—Gracias, señor —musito al tiempo que hago lo que me dice.
—Por favor, llámame Lucian, “señor” es muy formal.
Mario bufa en alto y Lucian le da una mirada de advertencia.
—Lucian —ensayo en un susurro y no suena tan fuera de lugar como creí—. Lo haré, Lucian.
Él sonríe y se retira a la cocina, donde se ha metido la madre de Marinel hace unos segundos. Me giro hacia ella y pongo una sonrisa en mi cara antes de poner la flor en su regazo. La toma de inmediato.
—¿Me trajiste una flor? —susurra, sus ojos empezando a brillar.
—Eso hice.
Sonríe y su cara se ilumina por completo.
—Gracias, fue muy amable de tu parte, aunque no tenías que hacerlo.
—Sí que tenía que hacerlo.
Mario resopla, pero nosotros lo ignoramos.
Marinel baja la flor y pone una expresión cómplice.
—¿Hiciste… la llamada?
Mi respuesta es llevar una mano a su mejilla e inclinarme más cerca.
—Sí, está hecho.
No se preocupa en ocultar el suspiro de alivio que suelta y una sonrisa tímida curva sus labios.
—¿Es egoísta de mi parte sentirme bien con ello? —murmura y yo niego.
—No, no estás siendo egoísta —aseguro—. Nada en ti está mal, Marinel, entiende eso.
—Hasta que dice algo coherente —dice Mario entre dientes, pero volvemos a ignorarlo.
—Me siento culpable —suelta Marinel y yo frunzo el ceño.
—No tienes que hacerlo, tú me obligaste a tomar la decisión. —Pongo mi mano sobre la suya que sostiene la flor—. Es algo que tenía que pasar, Marinel. Además, no puedo ir en contra de mis sentimientos.
—Esta cháchara me hará caer en un coma diabético —se queja Mario y es imposible ignorarlo esta vez.
—Vete de aquí, entonces —gruñe Marinel y sonrío por el tono que empleó—. No haces más que estorbar.
Mario no parece ofendido, de hecho, creo que no le importan las palabras de Marinel.
—Me voy a quedar aquí porque no me da la gana de irme.
—Sufre en silencio, entonces —refuta Marinel y la boca de Mario se abre para replicar, pero su madre grita desde la cocina que pasemos al comedor.
Me levanto, ayudando a Marinel a hacer lo mismo, y camino hacia el comedor con ella a mi lado. Una vez allí, dejo le dejo en la silla que su padre me indica y tomo asiento a su lado, todo bajo la atenta mirada de Mario. Intento hacer como que no existe, pero su desdén es tal que termino devolviéndole la mirada.