Iridiscente.

Capítulo 22

Capítulo 22

 

“Miré en tus ojos

Pensando en tu alma”.

 

Remansillo, Federico García Lorca.

 

No estaba preparado para ver a Marinel luciendo tan perfecta. Antes creía que ella era perfecta, pero ahora creo que es un ángel.

Cuando llego a su casa y llamo a su puerta, para mi tranquilidad, me atiende la madre. No quiero toparme con Mario hoy y me alegro de que no esté a la vista. Ella no me deja entrar, me dice que espere en la puerta y que Marinel ya viene. Poco menos de un minuto después, hace acto de aparición Lucián, trayendo de la mano a su hija.

Me quedo sin habla nada más verla.

Lleva puesto un vestido color coral, de mangas cortas y escote redondeado. Es ajustado en el torso y en la cintura se abre acampanado, llegando un poco más arriba de sus rodillas. Su cabello está suelto sobre sus hombros y una diadema de perlas se pierde entre sus rizos. Sus pies calzan un par de sandalias de corcho, de tacón corrido.

Está impresionante. Espectacular.

Hay una risita de parte de su madre, trayéndome al aquí y ahora. Cierro la boca, la cual no sabía que tenía abierta, y me aclaro la garganta.

—Estás hermosa —alcanzo a decir sin que mi voz se quiebre y hacer el ridículo.

Aunque el ridículo ya lo he hecho al quedarme con la boca abierta, ¡pero es que era imposible no hacerlo! Marinel es como un sueño, la imagen misma de la belleza. No creo haber visto a una mujer que sea tan hermosa como ella.

—¿Esas son para Mary? —la mujer señala mi mano.

Bajo la vista, recordando las flores al verlas.

—Sí —confirmo, alzándolas. La madre las toma.

—Gracias —susurra Marinel lo suficientemente fuerte para que la escuchemos.

—Las pondré en agua —avisa su madre, pero no se retira.

—Ya sabes la reglas, Logan —interviene Lucian, lo miro a los ojos—, tráela antes de las 11 p.m. y todo estará bien.

—Por supuesto, señor —aseguro—, no tendrá quejas de mí.

Asiente y me tiende la mano de su hija. La tomo, un escalofrío recorriéndome cuando nuestras pieles se tocan.

Creo que a mis manos les gusta tocarla.

La guío hacia mi auto, la vista de sus padres sobre nosotros todo el tiempo.

—De verdad que estás hermosa —le murmuro mientras la ayudo a meterse en el auto.

Me sonríe y aunque está oscuro me atrevo a asegurar que se ha ruborizado.

Cierro la puerta cuando me aseguro de que esté cómoda y les hago una señal de despedida a sus padres al tiempo que rodeo el auto. Dentro, me pongo el cinturón y lo enciendo, saliendo de la calle segundos después.

—¿Adónde vamos? —inquiere Marinel, estrechando sus manos.

—A un lugar bonito que conozco.

—Eso no responde a mi pregunta.

Suelto una pequeña carcajada, extendiendo mi mano para tomar las suyas y darles un apretón.

—Es una sorpresa, no puedo decírtelo.

Retira una mano y abre la otra, entrelazando nuestros dedos.

Eso se siente bien, correcto.

—Estoy segura de que será hermoso, como la salida de ayer al parque.

—O mejor que ayer.

El restaurante no está muy lejos, se encuentra en la avenida principal, lo que nos toma menos de diez minutos llegar. Me detengo en el estacionamiento de grava y me quito el cinturón, Marinel hace lo mismo.

—Hemos llegado —anuncio y abro mi puerta.

Rodeo el auto para ayudarla a salir y luego la tomo de la cintura. La grava y los tacones, así sean corridos, no se llevan bien. Al llegar a las escaleras de piedra, el indico cada paso que ha de dar y pronto estamos en la puerta.

El restaurante de mi tía es muy bonito, me hace recordar esos restaurantes finos de Boston. Con paredes blancas y muros dorados da la impresión de ser un lugar costoso, más las mesas de cristal y sillones mullidos, es la vivía imagen de un restaurante cinco estrellas. Sin embargo, es más barato que esos lugares en la ciudad.

—¡Logan! —exclama una chica en la entrada, la que debe ser la anfitriona.

Estudiábamos en el mismo instituto, el único del pueblo en realidad, pero ella iba dos grados delante que yo.

—Hola, Emily —le sonrío—. ¿Cómo has estado?

—Muy bien, gracias por preguntar. —Me hace una seña con la mano para que la siga—. Vengan, su mesa está por aquí.

La seguimos, caminando entre las mesas llenas. Nos lleva hasta el otro extremo del lugar, donde están unas puertas francesas de cristal, y las abre.

—¿Vamos fuera? —pregunta Marinel.

—Así es —respondo con orgullo. Está impresionada y eso me hace feliz.



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En el texto hay: amor, amistad, discapacidad

Editado: 13.07.2022

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