Iridiscente

Capítulo 24

Capítulo 24

“Fue espejo el sol, el cual reverberando

En mí tus ojos, con ardor tan nuevo,

Pudieron abrasar el alma mía”.

 

Estando ausente de tus ojos bellos, Lope de Vega.

 

Tengo un nudo en la garganta e ira corriendo por mi sistema como si fuese lava pura. No entiendo cómo es que esas personas pudieron herirla. Es una especie de sacrilegio que alguien la haga sentir mal, pero es un pecado imperdonable que la hayan hecho sentir culpable de algo que no hizo.

¡Estaba por perder la vista!

¿Y luego van y hablan pestes de ella?

Esas personas tienen un lugar asegurado en el infierno, no veo cómo sean aceptados en el cielo luego de hacer tanto daño a una persona tan pura como Marinel.

—Pero no hablemos más de mi pasado que me pone triste —sonríe, aligerando el ambiente y ablandando mi corazón en segundos—. Cuéntame de ti, del tiempo que estuviste en la secundaria y preparatoria.

Me mojo los labios, inconsciente, y bajo la vista a la mesa. Sonrío de forma inmediata cuando los recuerdos vienen a mi mente.

—Fui un revoltoso en la primaria, tengo que decirlo, pero en la primaria pasamos a un nivel superior de travesuras. —Río al tiempo que un recuerdo en específico de asienta en mi mente—. Los chicos y yo teníamos problemas con los deportistas porque no queríamos formar parte de ningún equipo y digamos que una rivalidad de formó. —Marinel ríe por lo bajo, causando que alce mis ojos hacia ella de nuevo—. Los chicos del equipo de baloncesto, en especial, no nos dejaban en paz y nosotros tampoco a ellos. Nuestras peleas fueron creciendo tanto que los maestros estaban atentos a cada una de nuestras interacciones.

››En unas vacaciones de primavera, como siempre, hicieron una fiesta en el río. Todos fuimos, no faltó nadie de la escuela ese día. Al principio nos ignoramos unos a otros, pero Sean empezó a coquetear con una chica que estaba saliendo con uno de ellos y fue la excusa perfecta para iniciar una pelea. —Suelto un carcajada corta por lo que viene—. El que estaba saliendo con la chica peleó con Sean a golpes y un adulto tuvo que interferir, pero una cosa llevó a la otra terminamos peleando con el resto del equipo. Incluso se metieron algunos de nuestros amigos más cercanos. —Vuelvo a reír—. Llamaron a la policía y nos llevaron a todos a la estación, donde el sheriff ordenó que no nos permitieran salir hasta el día siguiente, ni siquiera nuestros padres pudieron sacarnos.

El oportuno mesero regresa con nuestras copas y avisa que la chef está preparando nuestros platos.

Bebo un sorbo de mi copa cuando él se va y observo a Marinel hacer lo mismo. Ríe al bajar la copa, arrugando la nariz.

—Hace cosquillas —anuncia—. Nunca me acostumbro.

—Eres adorable —musito—. Y sé que a algunas mujeres no les gusta parecer adorables, pero tú no puedes evitarlo, lo cual te hace más atractiva.

Sus mejillas se colorean de rosa, constatando mi declaración.

—No digas esas cosas, me haces poner tonta.

Me muerdo el labio inferior, inclinando la cabeza a un lado.

—Me gustas tonta.

Ríe de nuevo, llevándose las manos a la cara con vergüenza.

—Mejor continúa con la historia —murmura sin apartar las manos de su cara.

—Bien, dejaré estar el asunto y continuaré con la historia, pero no creas que no volveré a hablar de ello.

Agita una mano, volviendo a mirarme.

—Sigue, quiero saber en qué acabó la rivalidad con estos chicos.

—No acabó, ese es el problema —aclaro—. Esa noche en la cárcel solo hizo que nuestro odio mutuo creciera. Discutíamos más y teníamos peleas a golpes una vez a la semana, o dos veces, dependiendo de los ánimos. En el último año de preparatoria ya no nos soportaban, los maestros querían que las discusiones y peleas se acabaran, así que idearon un plan maligno. —Tomo otro poco de champaña —. Nos encerraron en una de las aulas por toda una noche con la excusa de que había una tormenta de nieve. Eran principios de diciembre y por supuesto que había una tormenta de nieve, pero los demás alumnos encerrados en la escuela los dejaron durmiendo en las áreas fuera de peligro.

››A las 11 de la noche ya nos estábamos muriendo del frío porque no nos dieron cobijas y tuvimos que agruparnos todos en un rincón. —Sacudo la cabeza—. Los maestros nos encontraron así, prácticamente abrazados unos a otros, y nos dijeron que podían dejarnos una noche más por si se nos ocurría ponernos violentos de nuevo. —Marinel suelta una carcajada y yo la sigo—. Desde ese día nos ignoramos para no entrar en polémicas.

—Me habría gustado ver eso —se carcajea—. Un grupo de adolescentes molestos, con la testosterona a flor de piel, durmiendo todos juntos.

—Sí, tú búrlate —le reprocho, pero lo cierto es que estoy sonriendo por lo feliz que ella se ve—. Y eso que no sabes la paliza que nos dieron a los chicos a mí por haber incendiado el establo del Sr. Helberg.

—Esa es una historia que también amaría escuchar.



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En el texto hay: amor, amistad, discapacidad

Editado: 13.07.2022

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