Capítulo 26
“Tiene el azul divino de tus ojos
El diáfano color
De las flotantes gasas de los aires
Bajo la luz del sol”.
Los ojos azules, José Tomás de Cuellar.
—El cielo está de color naranja —relato, mirando a mi alrededor— y las nubes tiene formas de estelas; los techos de las casas circundantes y edificios son naranjas también, tal vez se deba al sol o las tejas; más allá de las casas, hay pinos que casi no se mesen con el viento, asumo que por la falta de viento. —Marinel ríe—. Abajo hay mucho movimiento, hasta aquí se oye el bullicio, pero se está más tranquilo.
—Sí, ha sido acertado subir a la noria —suspira—. ¿Nos hacemos una foto? Para que la tengas de recuerdo.
—Me parece excelente idea. —Busco mi móvil, abro la aplicación de la cámara y lo pongo frente a nuestros rostros—. Sonríe.
Así lo hace y hago varias fotos.
Cuando abro la galería para ver si quedamos bien, quedo deslumbrado por Marinel y el paisaje detrás de nosotros. Se ve el cielo naranja, los pinos y unas pocas casas. Pero lo mejor de todo es ella; el sol le da en la cara, resaltando el brillante turquesa de sus ojos, su sonrisa es de pura felicidad, de esas que te transmiten el sentimiento del momento, y su cabello se mueve con el viento, los rizos hondeando libres.
Ella es hermosa y no me cansaré de decirlo, soy afortunada de tenerla conmigo.
La noria da su última vuelta y se va deteniendo de a poco para que las personas de cada cabina vayan bajando. Al llegar nuestro turno, tomo a Marinel de la mano y la ayudo a ponerse en tierra firme. Una vez fuera de la atracción, caminamos hacia la siguiente.
—¿Carritos chocones o el carrusel?
—Carritos chocones, en el carrusel me siento una niña pequeña.
Riendo por sus ocurrencias, vamos hacia los carritos chocones, de los que salimos diez minutos después riendo como desquiciados. Marinel me hizo chocar un montón insano de veces contra unos adolescentes que terminaron mandándonos al diablo.
Nos detenemos frente a un puesto lleno de peluches de todos los tamaños. Me detengo con intensión de ganar uno para ella, pero termino perdiendo veinte dólares en ello. Marinel me aconseja ir a otro puesto y así lo hacemos. En ese logra conseguir un pequeño perrito que bien podrían guindarlo del retrovisor, pero se lo doy a Marinel.
Nos encontramos con los chicos luego para comer algo. Grand y Laura se hacen arrumacos todo el rato y Bryce junto Sean se burlan de ellos, imitándolos.
—¿Ya han visto a sus respectivos hermanos? —pregunta Sean cuando se cansa de burlarse de la pareja.
Hago una mueca de inmediato.
—No, y no quiero hacerlo hasta olvidar el incidente —gruño.
Marinel pone una mano en mi muslo y la de un apretón.
—Ellos andan por su cuenta, no estamos haciéndonos responsables —dice ella—. Tenemos solo la responsabilidad de traerlos y llevarlos.
—Bueno, solo a Allie, Mario vino por su cuenta —aclaro.
Sean se encoje de hombros, mordiendo su perro caliente. Cuando traga, me mira.
—Si tienen suerte, no tendrán que cargar con ninguno de los dos, sino que ambos se irán juntos.
Sé que dije con anterioridad que le permitiría a Allie decidir si quería o no salir con Mario, pero es que no puedo evitar que mi instinto sobreprotector se encienda. Es mi hermana menor, no me agrada verla besando a un chico, o imaginarla.
—Mejor cállate, no pongas imágenes en mi mente.
Sean ríe a carcajadas, dando palmadas en su pierna con la mano que no sostiene el perro caliente.
—Vamos, no puede ser tan malo —jadea—. Son adolescentes.
—Exactamente por eso es que no quiero pensar en ello, nosotros también fuimos adolescentes.
Marinel pone una mano en mi hombro y se inclina para dejar un beso en mi mejilla.
—Mario es un caballero, no te preocupes por ello.
Intento relajarme y lo consigo mucho tiempo después, cuando vamos a ver un pequeño concierto de una banda country local.
También hay una pista de baile, así que aprovecho para llevar a Marinel allí. Grand y Laura también están bailando, ambos tan sonrientes que, si no fuese porque yo ha de tener la misma expresión, me estaría riendo como lo hacen Sean y Bryce desde la orilla de la pista.
Tomo a Marinel de la cintura y elevo mi mano, sosteniendo la suya.
—¿Te está gustando la cita?
Arruga la nariz.
—Podría ser mejor. —Arque una ceja y ella ríe segundo después—. Miento, me encanta hasta ahora. Tus amigos me caen muy bien, son muy divertidos.
—Sí, cuando se comportan como gente civilizada, caen bien a todos. —Ella suelta mi mano me rodea el cuello con los brazos. Me sostengo de su cintura—. Yo la estoy pasando genial, pero eso está asegurado cuando sé que voy a estar contigo.