Iridiscente.

Capítulo 35

Capítulo 35

 

“¡Oh! plegue al cielo que cuando grita

la pena en mi alma dolida e inerme,

tus grandes ojos de zulamina murmuren: «duerme»...”

 

Nocturno (Nervo), Amado Nervo.

 

 

Tiempo.

Un don que no valoramos hasta que lo hemos perdido.

En las escuelas deberían enseñar lo valioso que es el tiempo, más incluso que cualquier otra enseñanza vana. Hay que hacerle saber a los más pequeños que cuando lo pierdes ya no hay vuelta atrás.

Hacemos planes con las personas que amamos, pero creyendo que tenemos tiempo no los llevamos a cabo.

Quisiera una máquina del tiempo y regresar a esos momentos en que estaba con ella, en que podía verla sonreír con tanta facilidad.

No sé cuánto sufrió, no sé si, para ella, todo pasó rápido. Odiaría que haya sido doloroso para ella porque no se lo merecía.

Ella era hermosa, alegraba la vida de los que la rodeaban, y es triste que nosotros no hayamos hecho lo suficiente para hacerla feliz de regreso. O, tal vez, no fue culpa nuestra, tal vez la tristeza que residía en ella era más grande que la felicidad que podíamos darle.

En este momento a mi mente vienen todas aquellas cosas que puse haber hecho para que su vida se iluminara un poco más y la oscuridad que envolvía su corazón menguara.

¿Habría sido suficiente?

No lo sé.

Tal vez sí, tal vez no.

Ahora ya no hay nada por lo qué luchar.

Ella ya no está y dejó detrás sí un rastro de dolor que no nos deja respirar.

Pero también dejó alegría, y sé que esa felicidad será más fuerte que el dolor y nos hará estar mejor.

Con el tiempo.

Porque así como duele perderlo, dejarlo pasar puede cerrar heridas.

Deambulo por las calles de Boston, satisfecho conmigo mismo. He acabado la universidad y el próximo año iré a la escuela de leyes. Mamá, papá y Allie están orgullosos de mí. No solo terminé la universidad, he estado mejor estos últimos meses que el años pasado.

Ha sido difícil, no puedo negarlo. Aunque Marinel haya estado en mi vida poco tiempo, marcó una diferencia considerable.

Todavía hay noches en las que despierto llorando y pensar en ella sigue abriendo un hueco en mi pecho, pero ahora no pasa tan seguido como los primeros meses.

Entro al parque cercano a mi apartamento, mis audífonos puestos en mi orejas mientras escucho música electrónica. Tampoco he podido escuchar la música que antes me gustaba, es como viajar al verano pasado y sentarme en mi camioneta con Marinel al lado. Sería bonito el recuerdo si no callera en una profunda depresión cayendo regreso a la realidad.

Me siento en una banca con vistas a los juegos para niños.

La música se detiene para pasar a otra y me sorprendo al escuchar a un hombre cantar a unos metros de mí. No lo había notado cuando llegué.

Está cantando jazz, por lo que detengo un momento mi reproductor. No reconozco la canción que está interpretando, por ello no me tenso de inmediato. Entonces esa acaba y las notas ‘What a wonderful world' empiezan a sonar.

Trago fuerte, teniendo que me envíe de nuevo al pozo oscuro.

Pero nada pasa.

El hombre tiene una voz muy parecida al Louis Armstrong, el intérprete original de la canción, y sonrío.

Es una canción con un bonito mensaje, que te enseña a mirar lo hermoso que tiene el mundo.

Recuerdo a Marinel esa tarde cuando me contó que lo que más extrañaba ver es la iridiscencia. Ese día aprendí a valorar los detalles de la vida.

Justo entonces, como enviado por el cielo, un niño corre frente a mí, llevando en su mano un de esos objetos que hacen burbujas. Es grande y el viento al correr ha hecho que se forme una burbuja inmensa. Los colores del arcoíris brillan alrededor y la garganta se me cierra.

Agradezco al cielo que Marinel haya aparecido en mi vida, aunque duele, no cambiaría ninguno de los momentos que pasé junto a ella. Ella era iridiscente, esos colores del arcoíris en los objetos más ordinarios.

—Gracias —digo al cielo.

Me levanto y me voy.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



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En el texto hay: amor, amistad, discapacidad

Editado: 13.07.2022

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