Irresistible propuesta

Capítulo 2

Nuevo novio

—¿Sales con Scott? —preguntaron mis dos mejores amigas a la vez, alzando la voz hasta alcanzar un chillido estruendoso.

Les chisté agitando las manos, ya que estábamos en el parque y la gente se giró para mirarnos de reojo por el escándalo que estábamos formando. Odiaba ser el centro de atención.

—Desde esta mañana —sonreí forzadamente.

Eran mis mejores amigas, y dudaba que se lo creyeran. Era muy mala mentirosa, especialmente cuando estaba nerviosa porque sabía que me pillarían con facilidad. Sin embargo, por algún motivo que no supe muy bien, se lo creyeron. Aunque me esperaba varias preguntas obvias que me harían y no sabría responder, eso sí. En mi mente ya había formulado vagas respuestas a cada una de ellas para salir del aprieto.

—Pero... —Kia me miró como si fuera la primera vez que lo hacía—. ¿A ti no te gustaba Matt?

—Sí —contribuyó Jules asintiendo con la cabeza como si tuviera un muelle en la nuca—, de hecho, esta mañana tenías que declararte a él, ¿no?

Suspiré masajeándome las sienes mientras me sentaba en el césped recién cortado de piernas cruzadas. Mis amigas me imitaron acercándose más, como si fuera a contarles un tremendo secreto. Bueno, en parte debía serlo para ellos. La única persona a la que había estado cerca de odiar en toda mi vida ahora, supuestamente, era mi novio.

—Sí, iba a hacerlo —no les mentiría en eso, era inútil—. Pero después me he dado cuenta de que a mí me gusta Scott. Lo de Matt era pasajero —nunca habría pensado decir eso. Aún así había sonado creíble.

—¿Estamos hablando del mismo Scott, Jess? —inquirió Kia.

—Te tiraba piedras de pequeña, se metía contigo y te llamaba «gafotas». ¿Cómo te puede gustar ese tío? —Jules se cruzó de brazos con gesto impaciente.

—Lo sé, pero... —¿y ahora qué tenía que decir? Mentiras. Una tras otra—. Ha cambiado, ahora es... —busqué adjetivos positivos para él a partir de nuestra conversación de esa mañana. Todos eran negativos— ...mejor.

Jules me miró mal, mientras que Kia aún estaba alucinando. Iba a ser más difícil de convencer Jules.

—No me gusta —recalcó la pelirroja.

—Si eres feliz con él... —susurró Kia poco convencida—. Pero, Jess, ¿por qué no nos dijiste que te gustaba? Te habríamos apoyado.

—Habla por ti —gruñó Jules.

Miré a mis dos mejores amigas. Eran como polos opuestos, tanto física como mentalmente; Jules era pelirroja, bajita y normalucha, a parte de extrovertida, de carácter fuerte y decidida. Kia era alta (jugaba al baloncesto), rubia y demasiado delgada para su propio gusto. Su carácter era más bien analítico y pacífico. La alumna favorita de los profesores y la amiga ideal en opinión de los padres para sus hijos. Eso era hasta que se quedaba a solas con gente de confianza, claro. Además, vivía y moría por encontrar a su príncipe azul, cosa que hacía que Jules pusiera los ojos en blanco continuamente.

—Bueno —Me irrité un poco—, sois mis amigas y deberíais apoyarme, ¿no creéis?

Ellas se miraron entre sí y me mordí el labio, suplicando para que no me descubrieran. Si lo hacían, se iría a la mierda todo lo que tenía planeado con Matt, y no permitiría que eso sucediera.

—Por supuesto que te apoyamos —sonrió Kia.

—¿Seguro? —clavé la mirada en Jules.

Ella seguía de brazos cruzados, mirándome con desconfianza. Después de todo, ella había sido la que me había soportado más veces de mal humor a causa de ese chico. Era comprensible que no me viera saliendo con él.

Aún así, su instinto de amistad floreció en ese instante y suspiró dramáticamente, negando con la cabeza.

—Si a ti te gusta, supongo que tendremos que aceptarlo... —protestó cuando nos lanzamos sobre ella riendo y chillando—. ¡Eh! ¡Soltadme de una vez!

Riendo, Kia y yo nos sentamos de nuevo. Ella se sacudió las briznas de césped de los pantalones mientras se ponía de pie y me señalaba con un dedo acusador, cosa que había aprendido de mí, ya que lo hacía cuando me enfadaba.

—Pero quiero conocerlo. Y quiero darle mi bendición.

Bueno, con esa parte tendríamos un problema.

• • •

Tragué otro trozo de carne, sentada en mi sitio de siempre. Dentro de la diminuta cocina de mi casa, en una mesa redonda, pequeñita, con dos mesas de diferente diseño. Mi madre masticaba en silencio delante de mí con la mirada clavada en un punto cualquiera. Vi que aún estaba llorando silenciosamente, igual que cuando había llegado a casa, que la había encontrado llorando histérica. Lo primero que le había preguntado era qué había pasado, aunque podía olerme la respuesta; un hombre.

Mi madre siempre tenía problemas con los hombres ya que siempre que conocía a uno, estaba convencida de que era el hombre de su vida aunque fuera un cerdo cualquiera. Lo que siempre la llevaba a acostarse con ellos y luego, a la mañana siguiente, no los encontraba o simplemente decían que algún día podrían repetir. A mi madre le daba el bajón siempre que sucedía y lo mejor era dejarla tranquila, por mucho que me costara. Me molestaba mucho que lo hiciera, ¿qué clase de madre daba ese ejemplo a su hija? Y más teniendo en cuenta que se suponía que no podía beber, ni exponerse a situaciones de ansiedad...

—¿Cómo ha ido el día? —preguntó, mirándome de repente.

La observé extrañada. Ella no solía hacerme preguntas. De hecho, apenas hablábamos si no era para discutir, ¿a qué venía ahora esa pregunta?

—Como siempre, supongo. He conocido a un chico —murmuré, consciente de que, probablemente, mañana no se acordaría de nada.

—Oh, qué bien.

Silencio de nuevo.

En eso empezó a sonar una melodía pegadiza y conocida que venía desde el pasillo. Fruncí el ceño en dirección a mi habitación, ¿quién me llamaría ahora?

—Puedes ir a cogerlo —dijo mi madre.

Me levanté y troté hasta mi cuarto. Era un número desconocido. Lo cogí con el ceño fruncido.




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