Irresistible propuesta

Capítulo 4

Conocerte

Iba caminando por la calle oscura sola mirando mis pies moviéndose con las pesadas botas oscuras que me compró mi tío hacía ya dos años. En una mano llevaba una bolsa con la medicación de mi madre. La otra intentaba encontrar el calor que proporcionaba el bolsillo de mi abrigo. Solo podía pensar en lo reconfortante que sería volver a casa y sentarme delante de la pequeña estufa de mi habitación.

Un fuerte golpe hizo que me detuviera justo en la entrada de un callejón. Me detuve a observar la oscuridad alumbrada por una sola farola medio fundida que apenas iluminaba más que la luz de la Luna. En el fondo del callejón había una silueta apoyada en el muro con la espalda. Vi el humo saliendo de su boca, o quizá solo era el vaho del frío. Por un momento, decidí dar la vuelta e irme antes de que me viera. Todo indicaba que acababa de golpear el contenedor con el puño, ¿y si yo era el siguiente objetivo? Pero me quedé un segundo más y me di cuenta de que conocía a ese chico.

Me acerqué a él con paso vacilante y me detuve a un metro de distancia de seguridad. Él ni siquiera levantó la mirada. Vi cómo su espalda se tensaba mientras se pasaba una mano por el pelo y soltaba una maldición.

—¿Scott? —pregunté viendo la mata de pelo oscura que solo podía pertenecerle a él.

Él levantó la vista de golpe y me llevé las manos a la boca, horrorizada. Su pómulo y su mandíbula estaban amoratados y tenía un corte en el labio que ya se había limpiado, pero desde luego era reciente, el labio todavía estaba hinchado y rojo intenso. Lo pude notar a la perfección a pesar de la oscuridad que se cernía sobre nosotros.

Mi primer impulso fue empezar a correr —¿y si se había metido en una pelea y volvían a por él?—, pero no podía dejarlo así. Y eso que sabía que, de haber sido al revés, solo habría sido una razón más para reírse de mí en los pasillos del instituto. Me dije a mí misma que yo no tenía que ser así. Después de todo, desde que habíamos empezado el curso había parado de molestarme, y desde la propuesta había cierta cordialidad entre nosotros.

Se me encogía el corazón de solo verlo ahí de pie solo después de haber recibido esos golpes. Simplemente no podía dejarlo.

Corté la distancia de seguridad que había mantenido al principio y vi cómo se tensaba mirándome fijamente con ojos vidriosos. Mi cara debía ser de completo espanto porque me temblaban hasta las manos.

—Dios mío —susurré—, ¿qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho esto?

Pero él, en lugar de responder, giró la cabeza hacia un contenedor viejo que había a unos cuantos metros y apretó los labios. Algo en mi interior se retorció cuando me di cuenta de que estaba tratando de no llorar. O eso me pareció. Por un momento no recordé que se trataba de Scott Danvers, el chico que había estado riéndose de mí tantos años, y me entraron unas ganas intensas de abrazarlo con fuerza.

Cuando creía que no respondería, que había ido demasiado lejos, susurró algo que me dejó peor de lo que ya estaba:

—Mi padre.

Estuve unos segundos conteniendo la respiración. De alguna forma estaba confiando en mí. Y yo pensando en irme y dejarlo ahí tirado... Qué miserable era.

Me acerqué a él y alargué el brazo. Cuando toqué su cara con la punta del dedo, él se tensó completamente, pero no me apartó. Con sumo cuidado para no hacerle daño y mi corazón en un puño, giré su rostro hasta que me volvió a mirar a los ojos. Ahora esa mirada ya no intimidaba, eran dos pozos sin fondo. El azul estaba apagado. De alguna forma, eso fue peor que cuando me miraba con mala cara.

¿Cómo podía hacer un padre algo así a su hijo? ¿Cómo podía ser capaz? Me sentía impotente y aún peor que antes por no poder ayudarlo.

—No me mires así, Jessica.

Era la primera vez que me llamaba por mi nombre completo. O por mi nombre, simplemente. Sin utilizar ningún apodo estúpido.

—¿Quieres que pida un taxi para que puedas ir a casa?

—Lo último que quiero es ir a casa, la verdad.

La verdad es que había sido algo estúpido preguntar.

Asentí con la cabeza una sola vez, sin saber qué hacer.

Así que, con la sonrisa más forzada de toda mi vida, extendí la mano hacia él, como si le pidiera que me la tomara.

—¿Sabes qué es lo que más me anima en cualquier momento? —pregunté—. Un helado de la heladería del parque.

Vi como un atisbo de sonrisa cruzaba su rostro y me sentí mucho mejor.

—¿Eres consciente del frío que hace? —preguntó.

—Cambiaré la respuesta, entonces. ¿Sabes qué es lo que más me anima en cualquier momento? Hacer feliz al señor que vende helados en el parque, vamos, ¿quién compra helados con esta temperatura?

—Los locos.

—Exacto. Vamos a hacer feliz a ese hombre, y su felicidad se impregnará en nosotros, y todos seremos felices, ¿qué me dices? No es tan estúpido como suena, en serio.

Él me cogió la mano después de vacilar un segundo y empezamos a andar hacia el parque en silencio. No soltó mi mano en ningún momento. La tenía helada.

Llegamos al parque y pedimos dos helados de chocolate. El hombre pareció sinceramente feliz de tener clientes. Nos sentamos silenciosamente en el césped del parque, delante de nosotros se encontraba el lago y nos alumbraban unas cuantas farolas encendidas. Empecé a devorar mi helado. Los dientes me castañeaban por el frío de este, y podía estar segura de que los de Scott también lo hacían, pero ninguno de los dos se quejó.

—¿Verdad que reconforta? —pregunté al cabo de casi dos minutos de silencio.

Lo último que creí hacer esa noche era estar sentada en un parque, de noche, con Scott Danvers.

—La verdad es que sí —admitió con una sonrisa.

Lo había visto sonreír pocas veces.

—Deberías sonreír más a menudo —comenté mirándolo, aunque su mirada estaba perdida en el lago. Su cabeza se giró y me miró divertido.




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