Isabella: La llegada a Dédfer

|Capítulo 12|

Isabella

Llevamos varias horas esperando a que los lobos se vayan o un milagro suceda. El sol ya se ha ocultado, Daniel se ha sentado es la orilla del acantilado y yo lo he hecho pero no tan a la orilla, siento que cualquier movimiento en falso y tendré una muerte segura. Los lobos aun continúan merodeando muy cerca.

—¿No se cansan de estar transformados? — inquiero.

—Según mi experiencia… — hace un gesto de estar pensando —. ¡No lo sé!

En mi momento de desesperación por irme de aquí, recuerdo la vez que el primer lobo me atacó; varios animales me ayudaron, incluso el pulgoso.

«Mikey».

❤🐺❤

La luna llena era lo único que nos iluminaba, los lobos seguían necios a irse y el frío de la noche comenzaba a ser un problema para Daniel y para mí.

—¿Cómo es posible que antes no sentía este frío? — por su boca sale vaho causado por la alta temperatura.

Abrazo mi cuerpo para intentar conseguir un poco de calor.

—Estamos demasiado alejados como para que más lobos vengan y también como para que alguien venga a salvarnos— informa con voz temblorosa.

Sentí algo sobre mis hombros.

Daniel me había puesto su chaqueta encima. Lo miro de soslayo, él también se abraza a sí mismo y frota sus manos para conseguir calor.

Mientras los minutos pasan el bosque se vuelve más gélido. A comparación de Daniel y yo, los lobos no parecen tener frío en lo absoluto.

Esos dos lobos en medio de mi escape lograron atraparme con la motocicleta. Tuve que abandonar la moto, la mochila, los libros y huía lo más veloz posible, pero escuché como hacían pedazos el acero.

Observo a Daniel, está sentado, alejado del precipicio con sus ojos cerrados.

—Daniel… — titubeo.

Abre sus ojos y me mira, una tranquilidad me invade cuando lo hace.

—Sigues vivo — suspiro.

El silencio se ha mantenido. Los únicos sonidos que se escuchan son las ráfagas del viento, nuestros cuerpos y mandíbulas temblando.

—Si sobrevivo… me iré de este pueblo — declaro.

—Buena decisión — murmura —. Tal vez también me vaya, después de todo, no tengo nada que hacer aquí.

—¿Por qué? — cuestiono.

—Este lugar es un asco— espeta —. Lo único que me mantenía aquí era que sería un lobo pero ahora que soy un simple humano mortal, no hay nada que me impida irme.

—¿Y tu familia?

El silencio regresa.

Si yo tuviera a mis padres aquí, no me importaría seguir en este lugar, los tendría conmigo y eso sería lo único importante.

—Creo que les haría un favor — decide hablar —. Aquí tenemos escuelas en mal estado, la educación que recibimos es escasa — informa—. Los que desean sobresalir, después de la preparatoria se van del pueblo para “una vida mejor”, los que se han quedado es por amor al hogar; aquí nacieron, aquí crecieron y aquí morirán.

Hace una breve pausa para abrazar su cuerpo, su aliento es visible por el vapor que exhala su boca. Sus labios están morados.

—Los de mi especie están aquí porque no tienen más opciones — continua hablando—; si se van, en algún momento se querrán transformar y lo harán de manera involuntaria, si eso ocurre habrá muertes seguras — replica —. Yo no me transformé, no soy parte de ellos y… eso significa deshonra a mi especie y a mi familia, por eso debería irme.

Todos hemos sentido el temor a fracasar y decepcionar a alguien de alguna u otra forma.

Los lobos se cansaron de merodear alrededor de nosotros, se han echado en el suelo. No tienen planeado rendirse y yo tampoco tengo planeado estar toda la noche congelada en el bosque. 

Miro fijamente a uno de los lobos, observo sus ojos amarillos que brillan por la oscuridad. El animal parece incomodarse con mi mirada; se levanta de inmediato y se inquieta.

—¿Qué le estás haciendo? — interroga Daniel.

En ningún segundo desvío mis ojos de suyos hasta que el lobo comienza a chillar.

«¡Vete!»

Como si hubiera escuchado mi pensamiento, el animal corre alejándose de nosotros. El otro lobo que lo acompaña, parece no comprender, pero al final, también corre detrás de su compañero.

❤🐺❤

Cada cinco segundo miro detrás de nosotros con el temor de que los lobos regresen. Aun no comprendo lo que hice exactamente para que se fueran, pero sé que fui yo la causante.

Aprovechamos la oportunidad para escapar e irnos de ese acantilado. Al principio pensé que estábamos caminando en círculos. Sin embargo, me emocioné cuando vi la cabaña sin ningún animal merodeando alrededor.

Daniel y yo caminamos a la entrada y antes de cruzar las rosas, se detuvo.

—¿No vas a entrar? — pregunto atónita. Daniel no me responde —. ¿Vas a quedarte afuera?

—No puedo entrar— frunce su ceño. Trata de dar un paso, pero en el intento, parece que choca contra “algo”. Pone ambas manos en el aire y las mueve como si fuera un mimo. Observa las rosas y toda su atención se centra en ellas.

Recuerdo que Max mencionó que las rosas impiden que las criaturas sobrenaturales entren, sin embargo, Daniel es humano, ¿cierto? Además, cuando los lobos nos tenían acorralados eran ellos los que no podían avanzar después de la rosa. Entonces, cuál es la razón por la que Daniel no pueda entrar a la cabaña.

En lo profundo del bosque se escuchan los aullidos de varios lobos.

—¿Qué hacemos? — inquiero aterrada —. ¡No puedes entrar pero tampoco puedes quedarte afuera! ¡Es peligroso!

La situación empeora cuando, entre los arboles y la oscuridad, unos brillantes ojos amarillos llaman mi atención.

—Da… Daniel — tartamudeo.

Daniel dio media vuelta para mirar al bosque.

—Solo es uno, no hay problema, puedo con él — inhala y exhala aire —, eso espero.

No se acerca, no se mueve, se mantiene inmóvil en la oscuridad.

—¡No te mueves! — mascullo cuando Daniel hace un pequeño movimiento.

—De casualidad tienes un arma mal puesta por ahí — murmura. Lo veo a los ojos sin comprender nada —. ¿No? ¿Nada? Al menos dame un sartén…



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En el texto hay: fantasia, romance, licántropo

Editado: 11.06.2021

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