Isabella
—¡Ah! — cierro mis ojos y grito tan fuerte como me es posible.
—Bella, querida — dice Max —, aun no te he tocado.
Abro los ojos y observo al vampiro, el algodón que tiene en la mano ni siquiera ha hecho contacto con mi mejilla.
—¿Y qué esperas? — vuelvo a cerrar los ojos —. ¡Hazlo rápido!
Mientras Max trataba de ayudarme a desinfectar las heridas de mi rostro, yo siseaba y a veces, le daba manotazos cada vez que sentía el algodón en mi piel. No me quejaba porque Max me lastimaba, todo lo contrario, él fue lo más cuidados posible. El problema era que toda mi cara me ardía, cada zona donde tengo un rasguño, me causa dolor. Cuando Max termina, me ofrece un espejo para que vea cómo quedó mi rostro.
—¡No puedo presentarme a clases de esta forma!
Al verme en el espejo y las heridas que tengo, me imaginé un novio, un esposo y amante abusador. Probablemente pensarían lo mismo los profesores y compañeros.
—¡Gracias! — le agradecí al vampiro.
—Fue un placer, lindura — sonríe.
Ya que no había un motivo para quedarme, era hora de irme. Antes de que me fuera, los mellizos y sus padres bajaron por las escaleras, haciendo acto de presencia. Cuando llegué aquí para que me atendieran las heridas, ellos han permanecido en el segundo piso, desde acá escuchaba la discusión que tenían.
—Isa, cariño — habla Elena —. ¿Te vas a casa?
—Sí, ya debo retirarme — respondo con amabilidad —. Hasta luego.
Me despido y salgo de la vivienda para ir a casa, solo pensar en todo lo que debo caminar para llegar, causa que suspire de cansancio.
—Isabella… — detengo mis pasos, giro mi cuerpo para ver a Daniel aproximándose.
Estando frente a mí, extiende su brazo derecho, pero mi atención se va al izquierdo que está cubierto por una venda. Mi concentración vuelve a su brazo derecho cuando veo el objeto que me ofrece, es el libro de mi padre.
Abro mis ojos sorprendida. Acepto el libro con una inmensa felicidad de volver a tenerlo en mis manos.
—¡Gracias! — sonrío alegre.
—Lo siento — murmura.
Lo miro sin comprender el motivo de su disculpa. Daniel observa mi rostro por breves segundos y desvía la mirada, creo que ya sé porqué está disculpándose. Si bien, él no fue quien hizo mis heridas, pero, supongo que de alguna forma debe sentirse culpable por las acciones de Alicia. Al final, Alicia reaccionó de esa manera porque suponía que yo fui quién puso la maldición en Daniel. Quiso defenderlo, ¿verdad?
Como no tengo idea qué responder, me limito a asentir con la cabeza.
❤🐺❤
Mis brazos cubren mi cuerpo del gélido bosque. Siento un inmenso alivio cuando estoy en la entrada de la cabaña y tengo el valor de voltear mi cuerpo para observar el bosque. Desde hace varios minutos, antes de llegar a la cabaña, presiento que me están siguiendo.
—¡Sé que estás ahí! — vocifero.
Quizá solo ha sido mi imaginación y nadie me está siguiendo. Me doy la vuelta para abrir la puerta e ingresar, sin embargo, antes de que lo haga, escucho pasos detrás de mí, cuando me giro para ver de quién se trata, veo a Alicia avanzar en mi dirección.
Mi cuerpo se estremece por completo, en cuestión de segundos, Alicia está parada frente a mí, lo único que nos separa son las rosas que —para mi fortuna— ella no puede atravesar.
Estoy inerte en la puerta. Alicia parece presentir mi temor porque sonríe encantada. Para ampliar su sonrisa, me muestra entre sus manos el libro negro de mi madre. Lo abre para mirar sus páginas y en mi mente está el pensamiento que solo ve hojas en blanco.
—A mí de nada me sirve este libro— empieza a hablar, llamando mi atención —. Me interesa más el de Antonio.
Mi corazón late acelerado. Quiero arrebatarle el libro de las manos pero, estoy tan aterrada que no me atrevo a salir de mi protección que me ofrecen las flores.
—¡Te propongo un trato! — invita con una inmensa sonrisa dibujada en su rostro—. Te regresaré el libro, si me entregas el otro, el de Antonio. ¿Qué dices?
Niego de inmediato. Nunca podría entregar los libros, de alguna manera, con esos simples objetos me siento cerca de mis padres.
—Sabía que no cederías — expresa —. Entonces, me dirás qué maldición tiene Daniel — su sonrisa se desvanece, ahora me observa con expresión severa.
—¡No sé de qué hablas! — intento sonar segura.
Alicia blanquea sus ojos.
—¡Por supuesto que lo sabes! — gruñe, el rojo de sus ojos se expande —. No trates de verme la cara de estúpida.
—¡Te estoy diciendo la verdad!
Se mantiene en silencio, mientras tanto, intento mantener la calma y no aumentar mi temor.
—Primero olía a humano — habla, sus ojos vuelven a la normalidad —, de un día a otro, ese olor desapareció. ¿Sabes a qué huele ahora?
Deja de hablar sin dejar de verme, así que supongo que quiere que responda la pregunta. Respondo negando con movimientos rápidos y seguidos.
—Huele a ti — masculla —. Si no fuiste tú la que le puso esa maldición, entonces, ¿por qué tiene tu aroma?
Busco una explicación, pero no tengo nada.
—No lo sé.
Su mirada se desvía detrás de mí, giro la cabeza para mirar sobre mi hombro, ahí está Mikey. ¿Cuánto tiempo lleva ahí?
—Es lindo — comenta Alicia —. ¿Cómo se llama?
Giro mi cabeza para observarla. Me quedo en silencio, no quiero seguir conversando con ella, sólo quiero el libro y que se vaya.
—¿Cómo te llamas? — mira a Mikey —. ¿Mikey? ¡Te llamas Mikey!
Abro mis ojos sorprendida. ¿Cómo descubrió su nombre?
—Dicen que el perro es el amigo más fiel — continua hablando —. No es verdad, cuando menos te lo esperes, él será quien me entregue el libro.
Y con eso desaparece de mi vista. Los vampiros son veloces.
Observo a Mikey, su mirada se mantiene observando la dirección donde se fue Alicia, unos segundos después, empieza a ladrar sin apartar sus ojos del bosque.
Editado: 11.06.2021