Isabella: La llegada a Dédfer

|Capítulo 19|

Isabella

—¿Eso existe? — pregunta Max —. ¿Son como las que salen en La sirenita?

En el dibujo del libro, aparece una chica común, pero con una aleta de pez, supongo que si es similar, pero mejor no confirmo nada, solo me encojo de hombros.

—¡Es absurdo! Las sirenas no existen — expresa Daniela segura de sus palabras.

—Tienes razón es absurdo — comento —. ¡Mira, esto se escucha mucho más ridículo! — paso las paginas del libro al primer título —. Licántropos, eso suena más patético, ¿no crees?

Daniel y Max cubren sus bocas para evitar reírse. No permitiré que alguien diga que lo que ha escrito mi padre es absurdo. Observo alrededor, no hay nada especial aquí, es similar al otro lado, solo veo un inmenso bosque. Camino sumergiéndome más entre los arboles.

—Isa… ¿A dónde vas? — cuestiona Daniela.

—Quiero averiguar a quién pertenece la voz.

—Pero has dicho que es una sirena.

—Averigüémoslo — declaro, caminando a lo profundo de ese bosque.

Veo todo detenidamente; árboles y más árboles. El libro dice que el canto de una sirena se percibe a kilómetros de distancia, si lo que estoy escuchando es causado por una, hay probabilidad de que se encuentre lejos y yo este perdiendo mi tiempo. El cielo está de color ocaso, no debo seguir aquí, además, Mikey está solo.

Doy media vuelta para regresar, mis acompañantes se detienen y me observan confusos. Cuando estoy por decir que regresemos, vuelvo escuchar el mismo canto, mas esta vez, se escucha más fuerte y cerca. Los chicos ponen expresiones de asombro, también están escuchando. Empiezo a correr, dejo que la melodía me guíe.

Me detengo cuando veo que ya no hay terreno que recorrer. En este sitio también hay un acantilado, me acerco a la orilla, no puedo ver lo que hay debajo porque hay una espesa niebla que oculta todo.

—Hay que dejar una bandera como buenos exploradores que han estado en nuevas tierras — comenta Max.

—¿Y Dani? — cuestiona Daniela, buscando alrededor a su hermano —. ¡Dani!

Daniel hace acto de presencia, caminando en nuestra dirección.

—¿Te quedaste atrás? — pregunta Daniela —. ¿Debo tomarte de la mano para que no te pierdas?

Su mellizo blanquea sus ojos a la vez que se acerca y nota el acantilado que nos ha detenido.

—Hay que volver — murmuro —. Me preocupa que Mikey esté solo.

Daniela y Max asienten de acuerdo conmigo, avanzamos en dirección por donde llegamos. Si bien, Daniel se ha quedado estático en su sitio.

—¡Dani, vámonos!

Él ignora a su hermana, nos mira a los tres y con un movimiento de cabeza señala un lugar, todos volteamos a mirar a la vez el punto señalado, ahí está el fénix sobre una rama. Como acto de reflejo, sujeto el libro aferrándome a él.

El fénix vuela hasta la orilla del precipicio y aterriza muy cerca de Daniel, él se mantiene inmóvil observando con curiosidad el ave.

—¿Este es el fénix que mencionaron? — interroga poniéndose de cuclillas para apreciar mejor al ave.

El fénix empieza a graznar y hacer movimientos con su cabeza que señalan bajo el acantilado. Daniel mira con atención sus movimientos, intenta descubrir lo que quiere comunicar el ave.

—Daniel, debemos irnos — ordena Daniela.

Su hermano, no muy convencido de querer irse, se pone de pie y avanza hacia nosotros. Reanudamos nuestro camino de vuelta, me detengo cuando el ave empieza a graznar más fuerte pero sin llegar a lastimar nuestros tímpanos. Ignoramos sus graznidos y continuamos nuestro camino.

❤🐺❤

Despierto casi a media noche debido a los ladridos de Mikey, lo busco por cada rincón de la cabaña, no está por ningún lado. Los ladridos se escuchan afuera, pero eso no puede ser posible, siempre cierro la puerta. Salgo de la cabaña, tal y como supuse, Mikey está afuera, cuando me ve salir, continua ladrando y corre adentrándose en el bosque.

—¡Mikey! — lo llamo, pero ya ha desaparecido de mi vista —. ¡Ven acá, maldito pulgoso!

Los ladridos cada segundo se escuchan más alejados. Entro a la cabaña, me pongo unos zapatos y un abrigo, vuelvo a salir al bosque.

—¡Maldito pulgoso, ni creas que voy a ir por ti! — vocifero —. Si un lobo te destroza iré por tu cadáver en la mañana.

La imagen desagradable de Mikey siendo devorado se ilustra en mi mente, rápidamente corro al bosque para buscarlo. Los ladridos de Mikey se han silenciado, los únicos sonidos que se oyen son mis pisadas y los grillos. Me aferro al abrigo que me he puesto, está helado aquí afuera.

Una vez que veo a Mikey, éste huye, me apresuro a ir detrás de él. Voy a toda velocidad para no perderlo de vista, sé que ya he corrido demasiado y estoy muy lejos de la cabaña, he llegado al acantilado. Busco a Mikey por la orilla, pero para mi sorpresa, él está casi llegando al río.

«¡¿Cómo llegaste hasta allá, maldito pulgoso?!».

Para aumentar mi confusión, veo la cuerda de Daniel amarrada a un árbol. Mikey me ladra desde la distancia, así que me dispongo a bajar por la soga, al final vuelvo a caer al suelo como la primera vez, aunque en esta ocasión no aparece ninguna niebla. Cuando llego al río, Mikey ya está del otro lado sacudiendo su cuerpo. Antes de dar un paso dentro del agua, me preparo para sentir mi cuerpo congelarse.

Saliendo del río me abrazo y frotó las palmas de mis manos, mi mandíbula está temblando, avanzo buscando a Mikey, este me ladra para llamar mi atención. Alzo la mirada, lo veo arriba del acantilados pequeño, ¿pero cómo es que subió? Da igual, empiezo a escalar para llegar a la cima. Finalmente, estando junto a Mikey, vuelve a correr metiéndose en el bosque.

—Mikey, por favor, detente — suplico. Tengo frío y estoy cansada de todo lo que he caminado, quiero volver a casa y meterme bajo las cálidas sábanas.

Sigo a Mikey hasta el final del bosque, donde está el acantilado, pero cuando llego, ya no está Mikey por ninguna parte, en su lugar encuentro al fénix. El ave grazna y vuela sobre la niebla que se aprecia desde la altura.



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En el texto hay: fantasia, romance, licántropo

Editado: 11.06.2021

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