Isabella: La llegada a Dédfer

|Capítulo 41|

Isabella

Es la segunda vez que subo a un barco, me han dejado encerrada bajo la cubierta con varios animales enjaulados y además, este espacio apesta. A eso le añado el mareo que me provoca estar en un barco, ni siquiera ha zarpado y ya tengo nauseas.

La entrada se abre y entran dos sujetos con Daniel, este último está inconsciente, lo dejan frente a mí. ¿Es el Daniel real o el fantasma? Ambos desconocidos se aseguran de dejarlo recargado en una de las jaulas y luego se retiran del sitio.

—¿Daniel? — lo llamo, pero es evidente que no obtendré respuesta.

Empiezo a sentirme culpable, debimos irnos cuando él lo sugirió. Cierro mis ojos, para intentar que la cinetosis desaparezca. El aroma pestilente de los animales no ayudan a disminuir mi mareo.

Vuelvo a abrir mis ojos, pero me asombro cuando veo más oscuro, ¿en qué momento me dormí? Siento que apenas y cerré mis parpados por un segundo. Lo que ilumina un poco el espacio es un farol que deduzco alguien debió traer mientras dormía, regreso a mirar el lugar donde sigue durmiendo Daniel.

Permanezco despierta hasta que el espacio donde estamos se ilumina aún más. Ya está amaneciendo. Escucho quejidos provenientes del sitio donde está Daniel, volteo a mirar en su dirección, se remueve en el lugar, separa sus parpados ligeramente, se mantiene mirando al frente y en silencio varios segundos. Finalmente reacciona, se incorpora por completo y observa alrededor, aturdido. Cuando se percata de mi presencia, parece que se tranquiliza un poco.

—¿Cuánto tiempo me dormí?

¿Solo estaba dormido? Estuve angustiada pensando que quizás lo habían dejado inconsciente. Me encojo de hombros, aquí encerrada no tengo la noción del tiempo.

—Creo que toda la noche.

—Dime que sí viste a tu sirenita.

—No… — niego, decepcionada.

—¿Cuánto tiempo llevamos navegando?

—No estamos navegando, solo nos tienen encerrados.

Daniel se levanta y al instante se queja de un dolor en la espalda debido a que se durmió jorobado.

—Vámonos — susurro.

—¿Qué dijiste?

Se aproxima a mí, me ofrece su brazo para ayudarme a levantarme, mas siento que si me pongo de pie aquí voy a vomitar.

—¿Cómo es posible que tú no te marees? — inquiero —. Dije que nos vayamos.

—¿Qué? ¿Por qué? Aún no has encontrado a la sirena.

En ese instante la entrada de la cubierta se abre, por esta entra el chico castaño que conozco.

—¿Qué tal durmieron?

—Nos duele la espalda — anuncio.

Daniel retira su mano que me ha ofrecido, entonces reacciono y me doy cuenta que no acepté su ayuda para levantarme.

—Lo siento… — murmura, apenado —. Quieren hablar con ustedes, tal vez después los liberen.

Me apoyo en una de las jaulas para poder levantarme. Una vez que estoy de pie, siento la sensación de que el piso se mece. El chico que ha venido se aparta de la entrada para permitirnos salir de este espacio. Estando afuera, descubrimos que el navío ha zarpado, alrededor solo se aprecia el infinito océano.

Me sostengo del brazo de Daniel que está más cerca. Ahora sé porqué me siento tan mareada, evito mirar el mar para no sentirme tan abrumada, sin embargo, no importa donde mire, por todas partes hay océano. Mi mejor opción es agachar la cabeza.

El castaño nos pide que lo sigamos hasta una esquina del navío donde están dos desconocidos, a uno lo reconozco porque es la mujer albina, ni siquiera nos hemos acercado lo suficiente y ella ya nos está mirando muy feo, además trae entre sus manos una gaviota. Cuando nos aproximamos, el chico y el otro sujeto que acompaña a la mujer, se comparten algunas palabras.

—Te lo agradezco, Ilan — masculla el hombre.

Me reconforta que a él si lo comprenda. Acto seguido, el castaño, cuyo nombre ahora conozco, se retira.

—Debo disculparme por lo que hizo mi hermana — inicia a hablar el hombre moreno —. Me presento, mi nombre es Denovan y ella es Marlín— señala a la mujer.

Daniel y yo movemos la cabeza, asintiendo.

—Siéntanse cómodos en comentar lo que deseen, no se preocupen por ella, no va a maldecirlos — dice al notar que ninguno está dispuesto a pronunciar algo.

La mujer resopla al oír a Denovan, se mantiene absorta mirando el horizonte, ni siquiera nos presta atención a nosotros.

—¿Cuándo volvemos a tierra firme? — cuestiono, desesperada por bajarme del barco.

—Precisamente de eso quiero conversar con ustedes — comunica —. Mi hermana los aprisionó sin informarme, no tenía conocimiento sobre dos personas a bordo del barco, así que estamos muy alejados del reino.

Estar en medio del mar me aterra.

—No podemos volver estando demasiado alejados — prosigue el hombre —, deben acompañarnos en lo que resta de viaje.

—Eso no puede ser posible — habla Daniel —. A ninguno nos genera confianza navegar con desconocidos.

El hombre voltea a mirar a Daniel.

—¿Podría explicar qué hacía de infiltrado? — interroga el sujeto, sereno.

Daniel me mira de soslayo, pidiendo apoyo para brindarle una respuesta al hombre.

—A no ser que quieran regresar al reino remando un bote, deben esperar — sentencia.

Suspiro profundo, resignándome a estar en medio del océano.

—Aceptamos el bote — dice Daniel.

Regreso a mirarlo, incrédula de lo que he oído. Dirijo otra vez mi atención al hombre, este luce sonriente a la vez que asiente, ha aceptado darnos un bote. Le ordena al chico Ilan que nos prepare uno para que nos bajemos del navío.

Ilan y su amigo el otro chico moreno se encargan de atar el bote a una sogas para bajarlo al mar. El hombre de hace un momento se aproxima a nosotros antes de que subamos al bote.

—Me gustaría comentarles algo antes de despedirnos — dice una vez que llega a nuestro lado —. No me agradan las personas que tratan de interferir en… en nuestro trabajo, tampoco nos agrada amenazar o hacerle daño a inocentes, así que eviten si quiera volver a toparse con nosotros.



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En el texto hay: fantasia, romance, licántropo

Editado: 11.06.2021

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