Isabella
Después de haber estado tanto tiempo envuelta en una repleta oscuridad en ese calabozo, los rayos del sol no son ninguna molestia, lo único que arruina el día son las nauseas por estar navegando en el barco, además, huele a pescado. ¿Por qué siempre tengo que volver a subirme a un navío?
Escucho a los mellizos discutir, llevo mi atención a donde provienen sus gritos, no parecen estar peleando por algún asunto grave, quizá solo sea una leve discusión entre hermanos. Decido ignorarlos, ahora en lo único que puedo pensar es en el mareo que siento.
Al parecer soy la única mareada, pues ninguno de mis amigos luce aturdido. Incluso el príncipe Azariel se ve que no le afecta el movimiento del barco. Si bien, sentir los rayos solares también me hace recordar lo que mencionó el príncipe, a esta hora deberían estar escoltándonos al sitio donde nos ejecutarían frente a un público.
—¿Preparados para bajarnos del barco? — cuestiona el príncipe, mientras se acomoda su elegante traje porque incluso en medio del océano alguien de la realeza debe lucir impecable.
—Sí — soy la principal interesada en abandonar el barco.
El príncipe se dirige a un hombre mayor, que deduzco debe ser el que está a cargo de la tripulación de pescadores.
—Aquí nos bajamos.
—¿Cómo que aquí? — cuestiono, desconcertada.
El mayor ordena a sus hombres que preparen un bote para nosotros, pues a partir de aquí remaremos sin rumbo fijo.
—Agradezco su ayuda…
—No es molestia, alteza — dice el hombre, interrumpiendo a Azariel.
—Se les pagará lo que acordamos — continua hablando el príncipe —. También quiero que me acepten esto — dice, a la vez que del saco que conjunta su atuendo extrae un sobre que le extiende al marinero.
El hombre lo recibe, lo observa y no tarda demasiado en abrirlo y descubrir que se trata de una carta.
—Ah…. Gracias… — murmulla, confuso.
—Es una invitación para usted, su familia y sus compañeros — dice, refiriéndose a todos los que están a bordo del navío —. Están invitados a la boda… no, a la boda no — se apresura a negar —, están invitados a la coronación… No tampoco…. Más bien, a la celebración que hay después de la coronación.
El pescador asiente, perplejo de las palabras del príncipe. ¿De verdad está invitándolo al palacio?
Los marineros avisan que el bote está listo para nosotros. Una vez más, el príncipe agradece a los hombres y abandonamos el barco para subir al bote. Azariel ordena que esperemos a que el barco desaparezca antes de empezar a remar, nos mantenemos contemplando como el navío se va alejando hasta que lo perdemos de vista, al instante, el príncipe es el primero en sujetar un remo.
—¿Hacia qué dirección vamos? — pregunta Daniel, sostienen otro de los remos.
—Hacia atrás — responde, señalando detrás de él.
Decido tomar un remo y ayudar, prefiero concentrarme en remar que estar pensando que alguna aterradora criatura está nadando debajo de nosotros.
Desconozco cuánto tiempo llevamos remando a la deriva, el sol es demasiado intenso, mis brazos ya están cansados. El príncipe se ha quitado el saco al no soportar el calor que le produce. Hago relevo con Daniela, ella remará y yo descansaré un poco, Max y Daniel hacen lo mismo.
Finalmente los rayos del sol empiezan a ocultarse, eso comienza a agobiarme. No me agrada la idea de estar en el océano a mitad de la noche en un pequeño bote, pero supongo que es mejor que estar siendo decapitada. Al menos sigo viva. Igual tengo la sensación de que algo está nadando debajo de nosotros, me estoy volviendo paranoica.
—No quisiera cuestionar a su alteza real, pero… ¿Cuánto tiempo seguiremos así? — pregunta el vampiro.
El príncipe observa alrededor, en busca de algo que desconocemos.
—En lo personal, empiezo a estar sediento y no solo anhelo beber agua, sino también mi otro líquido vital, ¿entiende? — añade Max.
Al escuchar las últimas palabras del vampiro, Hans se sobresalta y se apresura a ir a la parte trasera del bote donde estamos Daniel y yo, se sienta en medio de ambos, tratando de estar lo más alejado de Max.
—Sí… — susurra —. Lo siento, creo que les hice perder el tiempo.
¿Pero qué se supone que vinimos a hacer aquí? ¿Solo nos trajo para dar un ameno paseo por el mar?
—Hay un navío enfrente — anuncia Daniel.
Azariel gira su cuerpo para mirar detrás de él. En efecto, hay un barco que se aproxima a nuestra dirección. El príncipe suelta un suspiro profundo. Esperamos hasta que el barco se acerque aún más a nuestro bote, justo cuando ya están lado a lado, por el barandal se asoma una persona, quizá para observar a los pasajeros del bote. Sin embargo, el rostro de esa persona me es familiar.
—¡Hay náufragos en el océano! — exclama el príncipe Aren —. ¿Necesitan que los salvemos?
Por su parte, el príncipe Azariel se pone de pie con su entrecejo fruncido.
—¿Qué clase de impuntualidad es esta? — pregunta, furioso —. ¡Debiste llegar hace horas! Ya estaba pensando que ni siquiera pudiste leer mi carta y no vendrías.
—¿Cómo que impuntualidad? ¡En tu carta escribiste «al anochecer»! — espeta el otro monarca.
—¡Por supuesto que no, escribí «al amanecer»! — replica Azariel.
—¡No es verdad!
—Sí, lo es — alega.
—¡No, supéralo!
Nuestro príncipe recoge su saco del bote, lo arruga para hacerlo bola, acto seguido lo lanza en dirección al príncipe del barco, si bien, considerando lo grande que está el navío y que Azariel no lanzó con la fuerza necesaria, el saco no llegó a golpear al príncipe Aren, así que la prenda cayó al mar.
Azariel resopla al contemplar que ha fallado. Se agacha para recoger la prenda mojada, sin embargo, en el instante que lo saca, este empieza a escurrirse el gua, en cuestión de segundos el saco vuelve a estar completamente seco.
—Es verdad, Aren — dice una tercera voz. Al instante, por el barandal se asoma una mujer, ella también me es familiar —. Te dije que era al amanecer, pero eres testarudo.
Editado: 11.06.2021