Isadora

Capítulo IV: Pájaro del amanecer

De repente, el mundo pareció detenerse y mi vista se nubló. Mi corazón se saltaba varios latidos, mis pulmones no eran capaces de retener el oxígeno necesario y mi cabeza comenzó a palpitar al mismo tiempo en el que la sangre de mi cuerpo se heló en su totalidad.

Mi cerebro no asimilaba correctamente la información y no sabía qué hacer ni cómo sentirme al respecto. Ni siquiera podía cavilar en ello, pues no advertía cómo hacerlo si no tenía la mínima idea de lo que estaba pasando. Yo simplemente estaba en shock...y en negación, pero ¿cómo no estarlo? No todos los días se veían cosas así, no era lógico, se suponía que todos esos cuentos eran sólo eso: cuentos.

No es que no creyera en ellos, por supuesto que lo hacía, pero no me tragaba todas esas historias fantasiosas que contaban por ahí, siempre me apegaba a lo básico. Siempre pensé que aquellos dioses que lo crearon todo nos bendecían con el gozo de la vida, dejándonos permanecer allí nada más. Jamás me esperé eso, estaba fuera de las probabilidades que habitaban mi mente.

Respiré profundamente en un intento por recuperar la cordura y seguir leyendo lo que quedaba del libro, pero cuando hojeé las siguientes páginas, todas a excepción de la última se encontraban en blanco:

"Te envié protección. No sabrás quién, pero te aseguro que él te mantendrá a salvo hasta que pueda estar contigo.

Quiero que recuerdes siempre: «Cuando te encuentres aturdida, el pájaro del amanecer habrá de guiarte»

Anieli."

 

"Qué gran consuelo", pensé aún sin estar íntegramente convencida. ¿Sería posible que eso fuera alguna broma mediocre y que solamente quisieran inquietarme?

Eso era lo que prefería, sin duda alguna.

Suspiré y cerré los ojos, rogándole a la luna que todo fuera parte de una horrible jugarreta que pronto culminaría. Y así me quedé durante un rato, sentada sobre el techo, admirando la belleza nocturna hasta que el frío comenzó a pasarme factura al causarme pequeños estornudos, entonces decidí irme a dormir.

Cuando me levanté, pisé mal y mi tobillo dolió, ocasionando que resbalara y me golpeara la rodilla. La libreta cayó desparramada al patio mientras que yo, con mis dos manos sujetas a la canal de agua, pensaba en una solución.

Convencida de que podía subir si empujaba y aplicaba la fuerza necesaria, lo intenté varias veces, en vano. Al poco tiempo mis brazos empezaron a doler, mis dedos se entumecían y sentía que no tenía salida, que me caería y me rompería una pierna o peor, me golpearía la cabeza.

—Io, tranquila, soy yo, Altaír.

En ese instante sentí que mi mundo se derrumbó: la cañería crujió, mis brazos flaquearon y mis manos se soltaron, todo en un parpadeo. No caí en cuenta de lo que pasó hasta que me encontré en los brazos del ojiverde; luego, sólo escuché mi nombre en un eco lejano y la oscuridad lo invadió todo.

 

Un suave masaje estaba siendo aplicado en mi cabello, sus ágiles dedos recorrían desde la raíz hasta poco antes de las puntas, lento. Me encontraba sumergida en un estado de languidez, casi perdida; sentía una desconexión exterior muy extraña, no lograba reaccionar ante el hecho de la anterior situación, entendía y recordaba cada parte pero, parecía que mi cuerpo no: a pesar de ordenarle que hiciera algo, no sucedía nada... No me movía.

Me esforcé por abrir los ojos, por decir una palabra, por dar señales de que estaba lúcida, pero no obtenía resultado. Y a medida que iban pasando los segundos, la desesperación se hacía más y más intensa hasta que comencé a sentirme ajena y aterrada; un poco molesta y exaltada. No entendía qué me estaba sucediendo ni por qué, pero era tan insólito y desconocido que me daban ganas de llorar.

—Io, cariño —Su voz cavó un hueco en mi pecho en donde todos mis miedos se escondieron—. Relájate, ¿sí? Todo está bien.

Y fue allí que mi anatomía empezó a sentirse más pesada y presente, como sí estuviera reconectándose con mi mente. Abrí los ojos, pero los cerré al instante en el que percibí la luz. Cuando volví a abrirlos, parpadeé varias veces para acostumbrarme a la luminiscencia.

— ¿Te sientes bien?

Suspiré y volví a sellar mi vista, murmurando:

 — ¿Qué diablos fue eso?

Estaba completamente exhausta, incluso, me atrevería a decir que más débil que antes. Me dolía la cabeza, las extremidades y mis oídos zumbaban. ¿Qué me había pasado? La verdad no deseaba pensar en ello, pero la sensación inusitada y maquiavélica que habitaba en lo profundo de mí ser, no me dejaba calma.

—Te desmayaste, pero estarás bien, solo fue el susto. —Rápidamente abrí los ojos y lo observé, notando la cercanía que había entre nosotros—. ¿Pasa algo?



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Editado: 26.02.2018

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