Isadora

Capítulo V: Extraña persecución

Aún estaba muy ansiosa y asustada. No podía digerir todo lo que me estaba pasando, era tan confuso e irreal para mí. Quiero decir, era una especie de deidad. Sí. Yo. Era alguien diferente... Alguien especial. O al menos eso había entendido, así como también creía entender que corría en peligro, pero eso no me parecía lo importante entonces.

Dios, por supuesto que no. Lo importante era que tenía sangre de diosa en mis venas, un familiar inmortal que quería salvarme y un hermoso chico de ojos verdes que había sido enviado para ser mi guía. Para ser mi protector.

Mi vida entera estaba de cabeza y yo solo podía pensar en cómo haría para acercarme más a Altaír. Sólo podía buscar la manera de averiguar más sobre él.

Él era, más que nada, mi principal objetivo.

Deseaba saber absolutamente todo sobre ese extraño chico: de dónde era, cómo se había involucrado con dioses, qué era exactamente lo que haría conmigo, si tenía familia y de ser así, ¿en dónde se encontraban? Quería saber si tomaba su café con azúcar o leche, si le gustaba más lo dulce o lo salado, cuál era su libro favorito, sí tenía novia... Probablemente no fuera a responderme cada una de mis dudas —en especial las más insignificantes—, pero debía intentar sacarle información de alguna forma.

La noche anterior Altaír se quedó conmigo hasta tarde, casi entrando la madrigada, aunque no me manifestó absolutamente nada, se mantuvo sosteniendo mi mano y diciéndome palabras alentadoras, cosa a la que yo no me opuse para nada pues, a pesar de querer saberlo todo, aún estaba muy aterrada.

Esa mañana cuando me levanté, encontré una nota de mi madre pegada en la puerta del baño diciendo que llegaría tarde y que había dejado dinero en mi mesita de noche para que pidiera algo de comer. Ella trabajaba en una empresa importadora de pinturas muy exitosa, era jefa en mercadotecnia, famosa por ser astuta y trabajadora. Para ese tiempo le había dedicado más de quince años a su trabajo, y resultaba bastante provechoso en realidad: no tenía deudas y bien podía pagarme la universidad y los lujos que quisiera. Y, a pesar de ser mujer de negocios, siempre fue muy sencilla y hogareña. Siempre fue la madre más maravillosa y la mujer más fuerte y optimista que pudiera existir.

Al terminar mi rutina mañanera (cepillarme los dientes, bañarme, arreglarme, desayunar, buscar mis libros...), salí de casa sin prisa alguna. Caminaba con los audífonos puestos y los ojos puestos en el suelo, concentrada en no pisar las grietas; era algo tonto, pero desde que Hesper me comentó que era de mala suerte, no podía evitar hacerlo cada vez que iba de camino a la escuela, consideraba que era el lugar en el que más suerte necesitaba.

"Set Fire To The Rain" sonaba a todo volumen cuando la sensación de ser observada me invadió los sentidos. Y sin quererlo, mi andar comenzó a disminuir, y mi atención ya no estaba fija en el piso, sino en intentar mirar a mis espaldas para asegurarme de que nada estaba pasando.

Un fugaz destello de todo lo que me había enterado, surcó por mi mente, y decidí tomarlo con calma. Decidí ser más discreta y no arriesgarme a que algo malo me pasara, así que tomé mi celular y lo acerqué a mi oreja simulando una llamada, y di media vuelta, quedando de perfil a un audi negro estacionado a unos cinco metros de distancia. Entonces, mi cuerpo se paralizó y dejé de pensar con claridad aún observando el vehículo, queriendo, internamente, dejar de hacerlo y correr lo más rápido que pudiese.

Inhalé y exhalé en un intento en vano por mantener la calma, poco después sentí cómo la persona dentro del auto encendió el motor y mi mente se alteró, gritándole a mis pies que comenzara con su marcha antes de que algo malo ocurriese.

Lo vi moverse y comencé a avanzar con el corazón en la garganta, con las manos sudando y el miedo a flor de piel, sin mirar atrás. Corrí y corrí, inconsciente de a dónde me dirigía para al final, llegar a un oscuro y sucio callejón sin salida. Y allí supe que fuese quien fuese que estuviera persiguiéndome, me atraparía.

Al borde de un ataque de pánico, me escabullí entre dos contenedores de basura y me senté, escondiendo el rostro entre las piernas, esperando a que alguien me encontrase y pasara lo que tuviera que pasar.

¿Querrían matarte, secuestrarme o golpearme? Nunca lo supe, pues transcurrieron varios minutos cuando un silencio sepulcral se apoderó de todo. Pensé que nada malo iba a sucederme, que sólo me había equivocado y que estaba paranoica por todo.

"Por Dios, Io, ¿acaso estás loca?", me regañé, estando más que agradecida por haber sido algo erróneo.

Estuve a punto de salir cuando escuché la puerta de un auto ser azotada y pasos firmes y rápidos repiquetear contra el suelo de tierra; luego, pude ver unos mocasines negros frente a mí y me paralicé. El ambiente se tornó tenso y misterioso, solo escuchándose las gotas de una vieja tubería caer y golpear algo metálico a lo lejos. Estuve aguantando la respiración durante todo ese tiempo, sin dejar de mirar la extremidad inferior de su cuerpo, rogándole al cielo que me ayudara; que si decía ser tan poderoso y que yo era parte de él, me dejara salir indemne.



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Editado: 26.02.2018

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