Isadora

Capítulo VII: Flor de loto

Mi madre me envió un mensaje minutos después de que encontré el colgante informando que se le había presentado algo importante y que no regresaría a casa, algo que no me convenció del todo, pero la justificada diciéndome a mí misma que al menos se había reportado, quitándome un leve peso de encima.

Pasé gran parte de la madrugada pensando en ni madre, en Altaír, en Anieli, en el colgante, en qué quería decir aquel mensaje y quién sería su emisor; estaba intranquila y preocupada por todo, quería calmarme y fundirme en el sosiego que tanto anhelaba encontrar al removerme desesperadamente entre las sabanas, sin embargo, eso no sucedió sino hasta las seis de la mañana.

Sentí que habían pasado apenas unos segundos cuando el irritante sonido del despertador resonó por toda la habitación, y gruñí tapándome la cabeza con la almohada. Deseaba desaparecer con el aire, estaba demasiado amargada y cansada como para levantarme o cambiarme. Estaba demasiado cansada como para abrir los ojos.

Lancé el insistente aparato contra la puerta y me senté, tallándome los ojos y preguntándome por qué entre todas las cosas emocionantes que podían pasarme, justamente me había tocado la más aterradora y extraña. Suspiré y me quedé viendo a la nada, pensando en qué rayos hacía despierta si no tenía nada importante que hacer. Me estiré un poco, me dirigí al baño y me cepillé los dientes en tiempo record para luego encaminarme hacia la cocina y prepararme algo de comer; pero justo cuando estaba bajando el último peldaño de la escalera, el timbre sonó.

Rezongué internamente, queriendo golpear todo a mí alrededor y que la persona que estuviera molestándome a tan tempranas horas, fuera tragado por una bestia o que desapareciera, no me importaba cuál fuese el método, simplemente anhelaba estar sola. Caminé hasta el recibidor y al abrir la puerta, me encontré con ese par de ojos esmeraldas que se me hacían tan familiares.

—Parece que aún no estás lista —comentó, escrutándome de pies a cabeza.

La amargura y el enojo se esfumaron de mi cuerpo al momento en el que la pena me invadió al darme cuenta de que había olvidado ver la hora, pero no fue tanta como la vergüenza que sentí al darme cuenta de que aún tenía puesto mi pijama rosa de conejitos.

—Lindo pijama. —Quise golpearlo, pero me contuve al sentir cómo mi corazón comenzó a acelerarse cuando sus ojos conectaron con los míos. Me estremecí en breve, desviando la mirada hacia el suelo. Cuando volví a levantarla, apenas segundos después, noté que sus ojos estaban fijos en mi cuello.

—Nunca te había visto esto. —No pude evitar contener la respiración al sentir sus dedos rozar mi garganta, tomando entre ellos el collar.

No supe por qué, pero sentí que no debía contarle sobre la nota, o los bombillos, o algunos de los acontecimientos de la noche anterior. Sentí que debía guardarme eso para mí, al menos por el momento.

—Es de mamá.

Me miró con los ojos entrecerrados, como si estuviera esperando a que agregara algo. Y al entender que no diría nada más sobre ello, suspiró con un deje de cansancio filtrado en sus facciones.

— ¿Cuándo dejarás de mentirme?

Entonces, la ira volvió a crecer en mi pecho y en verdad quise golpearlo como nunca antes había querido golpear a alguien. No entendía con qué moral creía que podía llamarme mentirosa, no cuando lo único que él hacía era hacerme sentir más angustiada.

—Cuando tú dejes de hacerlo —dije, con el corazón desembocado. Se suponía que él estaba ahí para ayudarme, para contestar mis preguntas y guiarme, no para ser un completo imbécil y verse lindo porque sí, se veía lindo. Se veía tan lindo... con el ceño fruncido y sus ojos brillando, con su chaqueta de cuero, pantalones de mezclilla y cabello recogido con una bandana roja que hacía lucir sus rizos sedosos y pronunciados. Se veía espectacular y eso no lograba que la furia en mi interior se apaciguara.

—No volveré a discutir eso, Io. —Su mandíbula estaba tensa y se notaba la frustración en su voz—. Todo esto es por tú bien.

Sentí cómo mi sangre hirvió y cómo se acumuló en mi rostro. Deseaba gritarle en ese momento, decirle toda la ansiedad y preocupación que sentía; sin embargo, sabía que no le importaría. Sabía que, a pesar de lo que yo pudiera sentir, no cambiaría de parecer.

—Como quieras —musité, cerrándole la puerta en la cara.

De repente ya no tenía tanta hambre, así que subí las escaleras corriendo. Entré a mi habitación hecha totalmente enfurecida y comencé a arrojar todo a mí alrededor; mi ropa, mis retratos, mis libros, cualquier cosa que parecía estar interponiéndose en mi camino, terminó desparramada en el suelo. Me sentía tan molesta con el mundo... pero más conmigo misma por dejar que eso me afectara. Aunque, ¿cómo culparme? La situación se estaba convirtiendo en un desastre que nadie notaba. Todo se veía normal y calmado en el exterior. Pero nada era como lo pintaban, nada era sencillo o hermoso, sino engorroso y frustrante. ¿Por qué me pasaba eso a mí?, ¿qué había hecho para merecerlo? Siempre intentaba ser buena persona y lo único que ganaba era esto en mi vida.



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Editado: 26.02.2018

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