Isadora

Capítulo IX: Chicago

Mi vecindario siempre se caracterizó se ser sumamente tranquilo, los vecinos no se metían en los asuntos de nadie ni daban motivos para mostrarse de una forma que no fuera amable en su presencia, y esa noche no era la excepción; las casas se hallaban sumidas en absoluta oscuridad, y el único sonido que se escuchaba era el de los grillos. Anieli y yo caminábamos por la acera, él metido en sus pensamientos y yo en los míos. No podía dejar de preguntarme qué era aquello que tanto le inquietaba, el porqué consideraba que era más importante que el reciente descubrimiento. Llegué a la conclusión de que no debía amedrentarme justo en ese instante porque no resolvería nada con ello, lo necesario era mantener la calma y esperar a pesar de que lo detestara.

Suspiré, intentando hallar consuelo en la nueva presencia a mi lado. Sabía que Anieli haría lo posible para protegerme, se notaba —no solo en el brillo de sus ojos— lo importante que era para él. En esos últimos días descubrí que se sentía bien estar rodeada de más personas de las que me permitía; el conversar y hallarme fascinada por lo que tuvieran para manifestarme era una sensación que experimentaba solo con Helen en las ocasiones que podíamos reunirnos, y que ellos fueran los causantes de aquello me hacía pensar que no todo era tan malo después de todo.

Me resultaban interesantes los acontecimientos; era como una mezcla entre lo maravilloso y lo agobiador, entre lo imposible y aterrador. Todas esas historias locas que creía ser mitos eran ciertas. Todos los Dioses y sus descendientes... Todas esas cosas en las que mi hermana creía con tanto ímpetu, existían y yo era parte de ellas. Y el poder vivirlo y recordarla era más alentador de lo que alguna vez imaginé.

Cuando nos encontramos frente a la puerta, me adelanté para tocar el timbre, pero Anieli me detuvo tomando mi mano. Lo observé con el ceño fruncido, esperando una justificación de su parte que nunca llegó. Me quedé quieta, escuchando, escrutando, buscando una razón aparente en el ambiente sin éxito alguno.

Y cuando estuve a punto de hablar, el impacto de una detonación dentro de la casa me empujo con fuerza por los tres escalones de la entrada, mi espalda golpeándose abruptamente con cada uno de ellos. Creí escuchar el sonido de mis huesos al romperse y quise gritar, pero el dolor y la opresión en mi pecho no me lo permitieron, así que solo cerré los ojos y capturé mi labio inferior entre los dientes, pensando que de esa manera sería más sencillo soportar el daño.

Percibí el olor a quemado segundos después, y al no poder respirar bien, fue muy mal recibido por mis pulmones. La falta de oxigeno comenzó a afectarle a mi cerebro al punto de no poder formar un pensamiento totalmente coherente, y mis sentidos estaban tan desorientados y aturdidos que no caía en cuenta de lo que estaba pasando. Me mantuve así: tirada en el césped con los huesos adoloridos y los oídos a punto de estallar.

Sentía miedo, dolor y confusión, todo arremolinado y en cantidades exageradas en mi frágil anatomía. Estaba haciendo el mayor esfuerzo por respirar, pero la acción parecía ser la más dura e imposible de realizar pues, cada vez que inhalaba, se escuchaba un pitido en mi pecho, y esa era una clara señal de estaba por darme un ataque de asma.

Intenté mirar a mí alrededor, no obstante, mi vista estaba borrosa y llorosa, apenas sí podía distinguir entre el color rojo y negro. Mis extremidades amenazaban con caerse si hacía el más mínimo movimiento, mi cabeza ardía de una forma que estaba segura que no era normal, y palpaba un líquido frío y espeso deslizándose fuera de mis oídos.

—Io... —Su voz era apenas un murmuro lejano para mi canal auditivo. De soslayo, vi una figura difuminaba que se acercaba a paso torpe—. Io, arriba. —Tosí repetidas veces, retorciéndome de dolor—.Vamos, tenemos que irnos.

Dificultosamente me puse de pie, pero en el instante en que toqué el suelo, mis piernas flaquearon y volví a desplomarme. No tenía las fuerzas suficientes para hacerlo, estaba mareada y cansada y parecía que mi cuerpo pesaba una tonelada. Estaba al borde de la inconciencia, y lo que menos se cruzaba por mi mente era qué había ocurrido.

Anieli me tomó de la cintura segundos después y me ayudó a caminar, alejándonos del lugar con una rapidez que me hizo estremecer.

—M-Mi m-mamá...

—Ella estará bien, ahora tenemos que preocuparnos por salir de aquí.

Mi espalda quemaba de maneras que no era capaz de entender y sentía que sí dejaba a mis párpados cerrarse, no volvería a abrirlos nunca. Con la cautela suficiente para no provocarme el mínimo daño, Anieli estiró su mano derecha hacia delante, y de ella, una luz blanquecina comenzó a aparecer.

— ¿Q-Qué...? ¿Q-Qué haces?

—Te llevaré a un lugar en donde nadie podrá hacerte daño —dijo, examinando mi rostro—. Estarás bien, pequeña.

Entonces, ahuecó mi rostro entre sus manos y se acercó, rosándome los labios. No sabía con exactitud qué estaba pasando ni por qué lo hacía, pero me dolía la cabeza con solo cavilarlo. Me encontraba acabada en todos los sentidos posibles: débil, confundida, inútil e incapaz de hacer algo que no fuera desvanecerme poco a poco entre la nube de la inconsciencia.



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Editado: 26.02.2018

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