Isadora

Capítulo XII: Sentimientos

Diario de Altaír.

 

Estados Unidos, Chicago 

(26 de octubre de 2015)

 

La vista de Io estaba perdida en algún punto fijo del suelo y sabía por adelantado que después de revelar todo, ella se sentiría de esa manera: confundida, pérdida, afligida y sorprendida. Desde el momento en el que Anieli recurrió a mí por ayuda, estuve imaginando ese momento, el día en el que volvería a verla cara a cara; el día en el que se enteraría de la verdad.

¿Me golpearía?, ¿lloraría?, ¿se enfadaría? Dios, me la pasaba tratando de averiguar cuál sería su reacción aparte de la obvia, claro está—. Y me negaba a indagar en su mente, no era correcto que lo hiciera, no debía y tampoco quería —al menos no tanto—; sabía que cuando descubriera lo que podíamos hacer empezaría a cuestionar cada detalle y eso no me favorecía.

Estaba muy seguro de que se sentía aunque sea un poco traicionada, ella confió en mí durante ese tiempo mientras que yo le oculté algo tan relevante como que había conocido a su madre y que había estado allí el día de su nacimiento. No obstante, aún no le decía sobre aquella noche en la que la dejé bajo los cuidados de su madre adoptiva porque, simplemente, no descifraba cómo hacerlo. No quería que se sintiera más decepcionada de mí.

Deseaba acercarme a ella, abrazarla, tomarla de la mano, no sé, darle un poco más de apoyo; pero me daba miedo, no quería restar más puntos de los que no tenía. La verdad es que lo que más me asustaba era que tomara a mal cada sentimiento que traté de demostrarle. Me refiero a que, cualquier persona con sentido común lo hubiera hecho.

En cuando hice ademán de aproximarme, ella retrocedió y me miró con lágrimas en los ojos. En ese instante sentí cómo mi corazón se desmoronó. Odiaba con todo mí ser que se sintiera así y el no poder hacer nada me daba tanta impotencia, que creía que podía arder en llamas si no me tranquilizaba un poco.

Los irises que tanto me fascinaban se oscurecieron, no parecían el bello océano que estaba acostumbrado a presenciar, era más como una tormenta que desató el caos en algún hermoso paraíso tropical.

—Cariño..., di algo, por favor. —Estaba dispuesto a hacer lo que fuera para robarle una de esas sonrisas que tanto me encantaban—. Io, lamento mucho habértelo ocultado, pero...

—Pero ¿qué?

—Ansiaba evitar esto —comencé, escogiendo con cuidado mis palabras—. No quería que sintieras el mismo dolor que yo.

— ¿Dolor? ¿Qué clase de dolor pudiste haber sentido tú? —Su voz sonaba tan dura y fría, que por un instante no reconocí a la chica que estaba sentada frente a mí.

—No lo entiendes...

Me dolía la manera en la que me miraba, con odio y rencor. No podía soportar que no me perdonara, ella era mi todo. Era lo único que había en mi vida que de verdad me importaba.

— ¿Qué es lo que se supone que no entiendo, Altaír? —Preguntó, sin mirarme, ocasionándome un dolor en el pecho que escocía cada vez más—. ¡Yo confié en ti!

Tragué saliva. 

Tenía que decírselo, no podía seguir guardándole secretos si quería su confianza. Debía ser honesto y ahorrarle, aunque sea, un poco de dolor.

—Yo te cuidé, Io —pronuncié como pude.

— ¿Qué?

—Te cuidé hasta que encontré el lugar perfecto para ti. Quería que tu vida fuera placentera, deseaba que no te faltara nada porque lo merecías, porque tu madre lo hubiera querido así. Nunca quise que sufrieras, Io. Todo lo que hice, lo hice por ti y... yo... —Mordí mi labio inferior y desvié mi vista al suelo. No encontraba las palabras correctas—. Aún recuerdo el día en el que te dejé, eras tan pequeña, tan inocente y frágil —esbocé una sonrisa triste—. Fue una de las cosas más desgarradoras que he hecho.

»Cuando me enteré de lo que eras pude entender por qué me sentía tan extraño cuando estaba cerca de Ephi, y siempre que estoy contigo es casi el mismo efecto, solo un poco distinto y de una manera más vehemente... eso es lo único que puedo decir; simplemente no sé cómo describir la forma en la que me siento cuando estás cerca, y no estoy seguro del motivo, pero estoy dispuesto a averiguarlo.

El silencio cayó, atrapándonos por completo. La respiración de Io se notaba entrecortada, los latidos de su corazón aumentaron su ritmo, con frenesí, y por el sonido que captaba, pensaba que se le saldría en algún momento. Estaba a nada de mandar todo a la mierda y escuchar sus pensamientos, me estaba volviendo loco el no descifrar qué haría; su rostro se veía tan inmutable, que me daba miedo.



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Editado: 26.02.2018

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