Respiraba con dificultad, mi pecho se sentía sofocado y pesado, ardía cada vez que trataba de llenar mis pulmones, era como si estos se hubieran encogido abruptamente y se negaran a recibir oxígeno. Abrí los ojos de golpe cuando un viento helado me dio de lleno en todo el cuerpo, causándome escalofríos. Enfoqué mi vista, parpadeando varias veces y analizando mi entorno. Se notaba tranquilo y seguro; me encontraba en medio de un campo repleto de pequeñas flores blancas y un bello cielo azul.
Me levanté y comencé a caminar sin rumbo fijo, sintiendo la humedad del suelo bajo mis pies descalzos. Sabía que todo esto era producto de mi imaginación; un sueño, nada más.
A lo lejos divisé un enorme árbol, y en su base, una mujer reposaba serenamente. Me acerqué un poco y entrecerré los ojos, logré ver su rostro; ella era indescriptiblemente hermosa: sus párpados estaban cerrados y el resto de su cara, inexpresiva... como si estuviera aguardando.
Estaba a punto de aproximarme más, pero un dolor asfixiante en mis pulmones hizo que me detuviera e involuntariamente, llevara una mano hasta la zona en cuestión, en un intento fallido de recuperar el aire.
No lo soporté por mucho tiempo y caí rendida de rodillas, jadeando.
— ¿Pensaste que no te iba a encontrar? —El tono de su voz era venenoso, reflejaba desprecio y odio en cada palabra. Me escrutó, sus orbes eran dorados, brillantes y profundos, parecía querer asesinarme con tan simple acto.
— ¿Quién eres?
—Parece que Iquelo no te lo ha dicho todo —dijo divertida, con una sonrisa maliciosa en sus labios rojos—. Descuida, linda, no te lo tomes tan personal, él es así.
— ¿De qué hablas?
—Tal vez no le importas tanto como dice. Posiblemente se haya dado cuenta de lo estúpida e insignificante que es la vida humana.
La realidad y la comprensión se pusieron de acuerdo para darme una buena bofetada en el rostro. De repente, las piezas encajaban a la perfección.
—No sabes de lo qué hablas —Mi tono salió tan seca y dura que me enorgullecí de mi misma—. Ni siquiera te atreves a aparecerte orgánicamente, tienes que venir a mis sueños para atormentarme.
—Eres débil, niña. No lo olvides jamás.
Y entonces, su silueta comenzó a distorsionarse y un humo negro me nubló la vista casi de inmediato.
Me desperté, respirando entrecortadamente, con la piel bañada en sudor y los labios temblando del frío. Sentía una ligera presión en mis pulmones y el palpitar desenfrenado de mi corazón junto con el dolor de cabeza que tenía, no me dejaba pensar con claridad.
Me senté en la cama e inhalé y exhalé al menos cien veces en un intento por apaciguarme. No sabía exactamente en qué momento me había quedado dormida, tampoco recordaba haber subido a la habitación y mucho menos haberme puesto el pijama. Estaba más descolocada de lo normal, no podía dejar de sentirme nerviosa y cansada.
Era extraño sentir su presencia agobiante incluso despierta, era como un halo de energía denso y oscuro que se apoderaba de la habitación, haciéndola lucir más pequeña y estremecedora. Su figura era imponente, aterradora y bella, exactamente como imaginé que debía verse. El parecido entre nosotras no era notorio, lo único que se me asemejaba era el tono de piel, sin embargo, el de ella era más blanquecino y brillante.
El áureo de sus ojos era inquietante, casi, casi hermoso; pero esa misma lobreguez borraba el escaso rastro de lo angelical...
Necesitaba sentirme en paz, así que me desenvolví de las sabanas y me encaminé hacia la puerta, me dirigiría a la cocina para tomar algo de agua; sentía la garganta seca e irritada. El pasillo estaba en penumbras, pero la sala aún mantenía su luz encendida. Bajé las escaleras con cuidado y lentitud, sintiendo mi espalda doler, picar y arder, pero no tanto como al principio.
—Io, ¿estás bien? —Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza al escuchar su voz. Me giré en dirección contraria y lo vi: estaba sentado en el sillón de la sala de estar, su cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, con la cabeza apoyada entre sus manos, escondiendo su rostro.
—Sí, estoy bien —le respondí y me senté a su lado—. ¿Qué haces despierto?
—Nada, sólo estaba pensando. —Quitó las manos de su cara y me miró. Sus ojos estaban irritados, como si hubiera estado llorando, su nariz tenía un ligero tono rosáceo y su cabello estaba despeinado y tonalidades más oscuro.
— ¿Estabas llorando? —La preocupación se hizo presente en mi cuerpo, calando mi corazón cuando Anieli negó varias veces y volvió a su posición anterior—. Ani, ¿qué pasa?
—Tengo miedo —admitió—. Tengo miedo de no poder salvarte, Io. Sé que no me conoces ni yo a ti, pero siento que debo protegerte. Siento que no puedo perderte, eres lo único que me queda, y también lo único que en verdad me importa. Y aborrezco tener que ocultarte todo lo que está pasando, porque mereces saberlo y no quiero que el día de mañana me odies por no habértelo contando...