Isadora

Capítulo XVI: Eros

Uní mis labios a los suyos, dejándome llevar por la necesidad descomunal de sentir sus caricias. Al principio él estaba sorprendido, no me había atrevido hasta entonces a besarlo tan abiertamente, sin embargo, luego de unos segundos dejó que lo guiara y nuestras lenguas se vieron envueltas en una danza lenta e intensa.

Estuvimos así durante varios minutos, consolándonos y sintiéndonos; queriéndonos y deseándonos, siendo consientes del desasosiego que nos envolvía y de lo utópico de la situación, pero aún así, disfrutábamos de ello. Gozábamos de lo etéreo e inefable, de lo triste y lo pérfido. Nos deleitábamos con la presencia del otro, con la manera tan vehemente en la que nuestros sentimientos salían a flor de piel, exponiéndose sin temor o suplicio. Incluso, por un breve instante, me sentí normal. Como si estuviera en casa, viendo una película con el chico que me gustaba. Cálidos, sin nada en qué pensar que no fuera lo común entre jóvenes.

A veces pensaba que nada de lo que estaba pasando era tan malo. Después de todo, había conocido a Anieli y a Altaír, y eso era más que suficiente para estar agradecida porque, de alguna manera, sin importar las peleas, los secretos y las lágrimas, ellos eran como una lucecita que alumbraba mis días.

—Cariño —susurró, rompiendo el contacto de nuestros labios. Mis ojos azules se fijaron en los suyos, tan hermosos y brillantes, de un color verde que te haría derretir en segundos—. Adoro estos momentos, Io. Pero debemos irnos, estás empapada y podrías enfermarte. —Lo ignoré y le di otro besito en la comisura, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza contra mis costillas—. Amor, por favor no me lo hagas más difícil...

—No seas tan niñita, Al —le dije, entrelazando nuestros dedos, observando lo bien que se acoplaban—. Un rato más, ¿sí?

Un calor abrasador me recorrió la espina dorsal, causándome escalofríos, estremeciéndome entre sus fuertes brazos. Una sensación reconfortante me asaltó, llenándome el pecho, vaciándome la mente, dejándome con un único pensamiento: Altaír.

—Cuando lleguemos, lo prometo.

Asentí y nos levantamos, sacudiéndonos lo mejor que pudimos para encaminarnos de regreso hacia el auto. No nos soltamos las manos hasta que estuvimos frente a éste y Al me abrió la puerta del copiloto, como todo un caballero. La música no tardó en hacerse presente en la radio, no la conocía pero aún así me gustó el mensaje que transmitía, era de esas típicas canciones de verano que te hacen sentir animado y con ganas de festejar.

Al rato, la lluvia había cesado de manera considerable, cayendo de vez en cuando pequeñas gotas de rocío. Los cenicientos nubarrones desaparecieron dejando a la vista un hermoso cielo azul con ligeras motitas de color amarillo y anaranjado mezclándose entre sí, formando el paisaje perfecto para la calidez que me convidaba lo sucedido previamente. 

Los atardeceres siempre me recordaban a Hesper. Ella tenía unos ojos despampanantes de color celeste; eran tan claros y sinceros, siempre reflejando cómo se sentía en realidad. Su cabello era como el fuego; azafranado y ardiente. Su piel era tostada, pero no llegaba al punto de ser morena. Nosotras siempre fuimos muy diferentes, tanto física como mentalmente, pero nunca llegué a imaginar que fuese porque en realidad no éramos parientes.

Un nudo se formó en mi garganta, sentí las lágrimas al borde del colapso y mi cabeza se llenó de recuerdos, dolorosos para mi alma. Dios, ¡cómo la extrañaba! Ella siempre fue un pilar importante en mi crecimiento, me enseñó tantas cosas que para entonces no sabía valorar, las consideraba estúpidas y monótonas. Pero en ese preciso instante, no pude sentirme más agradecida por haber adquirido algunos de sus conocimientos.

— ¿En qué piensas? —Era muy difícil para mí hablar sobre ella, pero sentía que podía confiar en él, que necesitaba sacarlo y así podía sentirme mejor—. Te ves un poco ida...

—En mi hermana —lo miré de soslayo y pude ver la confusión pintando sus perfectas facciones, lucía casi ingenuo, lo que creía que no era posible, Altaír era todo menos eso.

— ¿Hermana?

Sus ojos se encontraron con los míos e inmediatamente deseé poder congelar el tiempo y tener esa vista por siempre. Era totalmente embriagadora... Te daban deseos de morir con tal de que pudieras tenerla.

—Sí. Me hubiese gustado que la conocieras, ella era increíble.

—No tenía idea de que tuvieras una —Sentí una efímera pulsada de dolor colarse en mi cuerpo y las ganas de llorar volvieron—. ¿En dónde está ella?

—Murió hace dos años. —Tenía un hueco en el estómago por el pesar, pero le presté más atención a la pregunta porque, era extraño, se suponía que él sabía todo sobre mí—. ¿Cómo es que no lo sabes? Pensé que me vigilabas.

Un silencio cayó en el ambiente, tenso, incómodo, podía palparse con sólo respirar y eso me asustaba. Aprendí durante ese tiempo que ese tipo de circunstancias nunca eran buenas, menos cuando aparentemente nada era lo que creías y tú vida dependía de un hilo, literal.



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Editado: 26.02.2018

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