Isadora

Capítulo XIV: Atenea

Diario de Altaír. 

 

Estados Unidos, Chicago

(16 de noviembre de 2015)

Salí del departamento minutos después de haberme asegurado de que todos estaban dormidos. No tenía un rumbo fijo, simplemente decidí que quería salir a... despegarme un poco. No existía una idea clara en mi mente para lo que estaba pasando, tampoco advertía qué debía hacer, la situación era confusa y... Era algo así como una especie de pesadilla incoherente e indescifrable, amorfa para todos los ángulos en los que la veía. Al principio sabía que no sería fácil, que tendría sus riesgos y contras, pero no imaginé lo pérfido que podía tornarse el ambiente.

Cuando vi lo que Io le hizo a Anieli, no pude evitar pensar que había algo que no cuadraba. Inclusive, a veces me preguntaba si de verdad lograría salvar a mi Ángel de ojos azules. Hacía todo lo posible, cualquier cosa que estuviera a mi alcance; sin embargo no era suficiente, siempre aparecía algo nuevo que me provocaba estrés y tristeza. Quería hacer lo mejor para ella, me esforzaba para que se mantuviera conmigo.

Lo que sentía por Io era tan indescriptible y descomunal que no me cabía en todo el cuerpo, tampoco en el corazón. Había tantas cosas que quería decir y hacer, pero nunca creía que fuese el momento correcto y eso era demasiado frustrante. Sabía muy bien lo qué significaba para ella, me gustaba que me viera de esa formar, que me quisiera con tanta intensidad aunque no llegara a ser como mi amor.

Recordaba la primera vez que la vi de frente, se veía tan hermosa y grande; toda una señorita. Sus zafiros no paraban de destellar, sus mejillas estaban sonrojadas y su mente era todo un lío de cuestiones sobre mí. Me costó mucho arrastrar las palabras de mi garganta a pesar de que no pareció así. También, cuando le di el paquete, tuve que reprimir las ganas que tenía de enrollarla entre mis brazos y fundirme en la calidez de su tacto.

Creía que sus ojos eran mi perdición hasta que me dedicó esa primera sonrisa. Fue tan sincera y resplandeciente que mi corazón se aceleró, mis manos sudaron y mis rodillas flaquearon. Pero, nada se comparaba a esos besos que compartíamos, profundos, dulces, apasionados y totalmente lo que no experimenté antes de ella.

Si bien los dioses nos caracterizábamos por ser lujuriosos, no lo hice con nadie jamás. Era diferente. No me dejaba llevar por los impulsos ni el deseo, me tomaba muy en serio ese tipo de demostraciones porque no creía en el amor que nos rodeaba, simplemente era imposible para mí que existiera cuando observaba cómo todos se entregaban con todos. No se suponía que esa fuera la idea.

Sin embargo, para ese entonces me descubría pensando en Io de todas esas maneras que tanto había odiado. Ella era tan... preciosa, con sus facciones angelicales y su voz armoniosa. Me volvía loco, literalmente. No podía pasar mucho tiempo alejado, sin abrazarla, besarla o tocarla... Aún no habíamos llegado a eso de hacer el amor, estaba esperando el momento perfecto para demostrarle la pasión que llevaba acumulada en el pecho porque no quería espantarla.

Estaba caminando por las calles de la Avenida Devon, en dirección al Lago Michigan. Hacía muchísimo tiempo, cuando empecé a vivir allí, iba casi todos los días a las cinco en punto de la tarde, me resultaba relajante ver los colores ardientes del atardecer mezclándose. Era como sí todos tus problemas pudieran esfumarse. Como sí todo lo que te agobiara y amenazara con destruirte, no fuese más que una simple pesadilla de la podías despertar sin problema.

No tardé mucho en llegar, mis pies se movían rápido junto a mis pensamientos. Me quedé de pie unos segundos, admirando el firmamento en lo que consideraba que era la cúspide de la hermosura infinita. No supe cuánto tiempo pasé de esa manera hasta que sentí la presencia de alguien acercarse.

Me giré y observé a una mujer joven, más o menos de veinte años. Era rubia, de ojos muy verdes y piel tostada, por poco morena. Ésta contaba con una buena estatura, era alta, casi de mi tamaño. Sus piernas eran largas y esbeltas, contaba con una figura envidiable según varios, pero para mí, esa belleza tan notoria que poseía, nunca llegaría a compararla con la de mi Ángel.

Se mantuvo en silencio a mi lado, mirando hacia el horizonte con la respiración calmada, sutil, casi incierta. Su perfil era impecable, no había expresiones marcadas ni rastro de alguna emoción en su piel, se mantenía inmutable ante cualquiera, incluso cuando no lo necesitaba conmigo.

—Te ves muy cómodo aquí junto a los humanos. —Su tono de voz reflejaba frialdad y arrogancia, estaba bañado en ese característico matiz que tenía desde que la conocía—. No puedo creer que estés haciendo esto de verdad, ¿acaso eres estúpido, Aeneas? —Sonreí, incapaz de llevarle la contraria porque sí, lo que estaba cometiendo era una estupidez—. Todo ha estado muy tranquilo desde que te fuiste. Es sorprende que Zeus no te haya dicho nada por abandonar tus responsabilidades. ¿Cómo es que siempre te libras de todo?



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Editado: 26.02.2018

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