A medida que los segundos transcurrían, todo se volvía más claro, más real. Estaba comenzando a recuperar la consciencia, sentía unos dedos masajear mi cabello, desenredándolo con suma delicadeza desde más abajo de la raíz hasta las puntas. Podía percibir la respiración calmada del chico de ojos verdes a mi lado, era reconfortante saber que era él quien estaba conmigo, con su mirada puesta en mí, brindándome ese tipo de atención que siempre estaba presente, como si estuviese tratando de descifrarme.
Pasé días preguntándome el porqué, pero luego de lo que me contó Eros pude comprender que Altaír no lo intentaba, él ya lo había hecho pese a que ni siquiera yo misma lo conseguía. No me molestaba tanto el hecho de que pudiera leerme, lo que me fastidiaba era que no me haya dicho. Y quizás un poco que supiera cada pensamiento que tenía sobre él.
Su mano dejó mi cabellera y se deslizó por mi rostro lentamente, rozando con cuidado mi piel hasta que sus dedos se posicionaron en mis labios. De manera inconsciente, los relamí, logrando que su cuerpo vibrara al soltar una risita. Yo también sonreí, arrugando mi nariz cuando su boca se presionó con la mía.
—Mi bella durmiente —susurro tan suave, que mi corazón se aceleró—. Al fin te dignas a abrir esos hermosos ojos que tienes. —Atrapé su tacto con el mío, suspirando, resistiéndome a llevar mis pensamientos más lejos—. ¿Te he dicho que eres tan preciosa?, ¿tan mía?, ¿tan dulce? —Nuestras respiraciones se mezclaron y nuestras bocas se sumergieron en una danza pausada y ansiosa. Era capaz de oír los latidos desembocados de mi corazón, de sentir los suyos a través de nuestro enlace y, palpé incluso, cómo la temperatura aumentaba considerablemente en el proceso—. Io...
El aliento se atasco en mi garganta y un intenso calor se instaló en mi pecho. Entonces, un recuerdo se hizo presente en mi memoria, más bello de lo que había sido en realidad; allí estaba Altaír, sonriendo justo frente a mí con un paquete marrón que —el momento no sabía— sería mi perdición.
Había pasado más de un mes desde aquel día y las cosas cambiaron demasiado pronto: conocí al dios que me cuidó desde niña y a varios de mis parientes (Moros, Nyx y Anieli); descubrí que mi madre que no era mi verdadera madre, cuya presencia estaba lejos junto a mí hogar y, como si fuera poco, advertía el embrollo en el que estaba metida, más o menos.
Mi vida dio un giró inesperado, se convirtió en un martirio, en un reto sobrevivir a la realidad sin dejarme consumir por la oscuridad que sentía cómo poco a poco se desperezaba en mis extremidades. Sí, esa luz que rompía las barreras de organismo, ansiosa por salir en momentos predeterminados, empezaba a tornarse densa, cortante, se hallaba a nada de liberarse y eso me aterraba, no sabía de qué sería capaz cuando lo hiciera.
Me aferré a los cabellos de Altaír, atrayéndolo para intensificar el contacto con mis párpados apretados, buscando sosiego, algo que me impidiera pensar en lo malo y concentrarme en lo bueno, porque existían esas cosas, necesitaba confiar en ello.
—No quiero arruinar su momento, pero tenemos cosas que hacer. —La voz de Eros resonó, abrí los ojos y los dirigí hacia él, escrutando en breve su anatomía—. Hay que buscar a Iquelo, ya sé dónde está.
Un suspiro lento brotó de mis labios y el acongojo en mi pecho aumentó. La mala sensación que me invadió en ese instante fue insólita, hasta disparatada. ¿Qué había sucedido? No recordaba mucho luego de haber caído, sólo que Moros se encontraba allí.
— ¿Dónde? —Preguntó Al, levantándose de la cama con cautela no sin antes darme un paulatino ósculo en la frente.
—En un apartamento a unas calles de aquí.
Estaba mucho más que bastante confundida. ¿Qué pasaba? ¿En qué momento llegaron ellos?, ¿Altaír me había llevado a la habitación o fue Eros?... Y ¿Moros?, ¿dónde estaba él y qué me había hecho?
—Está bien, ya voy. — El dios del amor asintió y se marchó, dejando la puerta entre abierta—. ¿Te sientes bien, hermosa?
Quería bombardearlo con mis cuestiones, pero decidí esperar a incorporarme, sería más fácil respirar y aminorar el mareo que me provocaba un dolor muy tenue en la boca del estómago.
—Estoy mareada —dije y suspiré—. Estaré bien.
—Estás pálida, cariño.
Lo observé fijamente: sus irises se mostraban más claros gracias a la luz que se filtraba por la ventana, su expresión parecía apacible, me convidó tranquilidad hasta que detallé su postura tensa, allí algo en mi pecho se estrujó y me sentí perdida, excluida por aquellas deidades.
— ¿Por qué tienen que buscar a Ani, Altaír? —Parpadeó repetidas veces, luego su vista viajó desde la mía hasta el suelo, donde se mantuvo inmutable, sin decir ni una palabra. Respiré hondo en un intento por calmar el enojo que empezaba a llenarme, repitiéndome en mi mente que lo hacía por protegerme—. No quiero discutir contigo —murmuré—. Siempre estamos discutiendo.