Isadora

Capítulo XXV: No rendirse

Atenea, Altaír y Anieli se encontraban parados frente a mí con poses rectas y facciones inexpresivas, todo en ellos gritaba "misterio" y no estaba segura de que eso me agradara. Era el primer día de entrenamiento y me sentía nerviosa, dudosa y muy incómoda al estar bajo sus miradas atentas a cualquier movimiento que ejecutara. Lo consideraba invasión a mi espacio personal. A mi privacidad. Sabía con certeza que estaban indagando en los lugares más recónditos de mis pensamientos en busca de algo que no lograba comprender todavía.

—Es necesario para realizar el hechizo, cariño. —Luego de su declaración, no objeté, simplemente me acurruqué en su pecho y dejé que sus suaves caricias fueran depositadas en mi espalda desnuda hasta que caí rendida.

La situación entre ambos se tornaba más extraña con el transcurso de los días, era como si hubiera accionado esa parte dulce y tierna en su interior, dejando en segundo plano a la sobreprotectora y terca. No me convencía, prefería al hombre que siempre estaba peleando conmigo para, segundos después, susurrarme hermosas palabras al oído.

Sin embargo, no podía hacer nada, estábamos demasiado ocupados intentando mantenerme a salvo como para detenernos a evaluar lo que ocurría entre nosotros.

Mis ojos azules se clavaron en los de la diosa de la sabiduría y no pude evitar fruncir mi ceño ante su sonrisa ladina. Ella me gustaba, era una mujer segura de sí, hermosa e inteligente, desprendía poder de cada poro de su piel, lo cual, era fascinante. Nos habíamos vuelto muy unidas para entonces y sabía que podía contar incondicionalmente con su presencia de ser necesario.

—Parece que la oscuridad no puede con ella, por ahora —musitó, al cabo de instantes que, se me antojaron lentos y tortuosos—. Necesita liberarla antes que esa fuerza se extinga. Su corazón podría dejar de latir como consecuencia.

Ante sus palabras, mi pulso se aceleró y todos mis músculos se tensaron, ocasionando que la energía se instalara de golpe en la punta de mis dedos. Ya comenzaba a acostumbrarme a la sensación gélida que se apoderaba de mi pecho, era como un lazo apretado que se agitaba cuando me sentía en peligro.

—Io, cariño, cálmate —se acercó y entrelazó nuestras manos, mirándome en el proceso—. No dejaremos que te salgas de control, ¿de acuerdo? Todo estará bien, drenarás esa presión y volverás a sentirte mejor.

Asentí, apretando mis párpados para mantener las lágrimas al margen, y respiré hondo. No pasó mucho cuando palpé los labios de Al posarse sobre los míos, enlazándonos en un beso suave y pausado que me transmitía más de lo que podía soportar. Literalmente, logré escuchar sus pensamientos referentes a mí y me sonrojé abrumada.

Últimamente también pasábamos mucho tiempo juntos; conversábamos hasta altas horas de la noche, dormíamos en la misma cama desde hacía días y nos tocábamos y besábamos más de lo que respirábamos. El pudor se convirtió en algo sin forma en mi mente, era lo que menos me importaba cuando sus manos estaban sobre mí... Y me encantaba que fuera así. Me hallaba embriagada por todo lo que representaba: un avance en nuestra relación.

—Io, Dios —murmuró contra mi boca—. Eres tan hermosa... —retiró un mechón de cabello de mi rostro, posicionándolo tras mí oreja—. Tan perfecta y mía.

Sonreí, mordiéndome el labio inferior, y deslicé mis manos de forma ascendiente por su duro abdomen hasta que llegué a su pecho. Bajo mi palma, pude sentir cómo los latidos de su corazón estaban desembocados, saltando y bailando en la cavidad estrecha en la que se encontraba.

Empecé a prestarle atención a mí alrededor y, cuando me di cuenta de lo que en realidad sucedía, le di un leve golpe en el costado. Arena, mar, una luna destellante y cientos de estrellas conformaban el cálido ambiente.

— ¡Tienes que dejar de hacerme esto, Altaír! —Sonrió, dándome un paulatino ósculo en la frente. Se tomó por costumbre transportarnos a otro lugar cada vez que quería estar a solas conmigo, y era desesperante. No podíamos desaparecer en medio de algo tan importante—. ¡Se supone que debo entrenar hoy!

—Lo sé, cariño —respondió, atrapándome por la cintura para que no pudiera separarme de él—. Pero quería besarte sin sentir sus miradas reprochándome.

—Tenemos que volver...

—Solo un minuto más, por favor.

Permanecimos con las manos entrelazadas, miradas fijas, y sin pronunciar palabra alguna durante ese lapso de tiempo que, a pesar de no estar muy segura del transcurso, se convirtió en mucho más del debido. No obstante, cuando volvimos, nadie parecía disgustado, ni siquiera Anieli, quien siempre lo regañaba por ello.

No lo comprendía, la verdad. Era como si no les afectara en absoluto el retraso, y así había sido desde hacía varios días. Suponía que se habían dando cuenta de que, al tratarse de Altaír, no podrían oponerse a las pausas que ocasionaba para estar juntos y hacerme sentir como si mi vida fuera normal.



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Editado: 26.02.2018

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