Ese día en específico me sentía optimista. El clima era hermoso y lograba captar una buena energía en el ambiente que desde hacía un rato, no había podido experimentar. Era como si el universo se hubiera puesto de acuerdo para convertir el aire en una masa ligera, fresca, y olorosa a tarta de limón recién horneada.
Estaba bajando las escaleras a paso lento, sintiendo mi aliento mentolado gracias a la pasta dental; las paredes marfil me recibían con amabilidad y los cuadros abstractos, llenos de colores y figuras geométricas, me hacían sentir incluso mejor conmigo misma. No sé cómo describirlo con exactitud, simplemente la conversación que tuve con Anieli el día anterior había accionado algo en mí que se negaba a poner mala cara ante la situación.
Sentía que, por fin, existía una esperanza verdadera para la relación que Altaír y yo tratábamos de mantener.
Llegué a la planta baja, y con el corazón convertido en un manojo de sentimientos cálidos y positivismo, seguí por el pasillo izquierdo hasta llegar a la cocina, donde el rizado se encontraba sentado frente a la barra con una taza de humeante café entre los dedos de su mano; miraba el resplandeciente sol asomarse a la lejanía con los labios fruncidos, con el semblante pensativo.
Me posicioné detrás de su cuerpo, deslicé mis manos por sus hombros y, como acto reflejo de su parte, colocó sus palmas sobre las mías, tenso. Quería preguntarle qué le sucedía, el porqué de su acongojo... pero me abstuve, preferí quedarme en silencio y esperar a que él diera el paso.
Un suspiro largo y sonoro fue liberado de sus labios al tiempo en que se volteó para mirarme; su terso tacto se trasladó hasta mis caderas y sus ojos esmeraldas me observaron fijamente. No podía negarlo, eran en verdad hermosos, y esos matices escarlatas que brotaban de repente eran aún más hipnóticos.
— ¿Por qué son de ese color? —Pregunté, acariciando sus mejillas—. Antes no lucían así, ¿verdad?
— ¿De qué color hablas, cariño? —Su voz, ronca y suave, era como un sedante para mis oídos; me calmaba de una manera que no lograba comprender.
—Del escarlata.
El brillo que le siguió a mis palabras no se comparó con nada que hubiese visto antes, era vehemente, expresivo, increíble... Y entonces, durante esa fracción de segundo, me sentí afortunada. Feliz de poder conocer esas maravillas ocultas que ofrece el universo y apreciarlas de tan cerca. Era una oportunidad que no muchas personas tenían; un método de desenvolvimiento que, a pesar de las adversidades, se palpaba genuino.
Mis dedos rozaron su boca, primero el lado inferior, luego el superior y, no lo soporté, me encorvé para besarlo. Tras un suspiro sorprendido de su parte, sentí el sabor a café amargo en su aliento, y era, de alguna manera, reconfortante. La textura, el sabor, las oleadas de calor que invadían mi cuerpo en momentos así, me trasladaba al pequeño mundo que creamos para los dos.
—Hagamos algo hoy —murmuró una vez finalizado el beso. Sus piernas estaban abiertas, yo me hallaba sentado en la izquierda acurrucada, al tiempo, en su pecho que, cubierto por una fresca camisa negra, subía y bajaba con tranquilidad. Podía, incluso, percibir los latidos de su corazón; y esa, seguía siendo la mejor sensación que pudiera experimentar—. Tengamos una... ¿cita? Así les dicen, ¿cierto? —Asentí, sin advertir muy bien qué decir—. Quiero que seamos como esas parejas de los libros y películas.
— ¿Cómo Romeo y Julieta? —Pregunté, con un picor invadirme el corazón.
—No... —negó, parpadeando repetidas veces—. No quiero que termine así; no puedes morir, y yo tampoco. Sería muy... —se mordió el labio—. No sucederá.
—Que haya sido trágico no cambia el inmenso amor que se tenían —susurré a la altura de su oído, comprendido, también, lo que aquella obra podía transmitirle a mi situación—. Quizás así...
—Dios, Io, cállate —dijo con suavidad, tratando de esconder la desesperación que le provocaba. Aprisionó mis mejillas al acomodarse de manera que quedé completamente sobre su regazo, mirándolo—. No pienses cosas así. No las digas. No hoy, ¿sí? Estoy intentando no presionarte, darte tú tiempo y espacio, y, a veces, en verdad es frustrante porque yo... —El silencio le siguió cargado de una sensación; un poder que, según su aura, no era el más agraciado.
Cerré los párpados con fuerza, tomando una respiración profunda mientras pegaba su frente a la mía. Tracé un camino de caricias con mis dedos, desde sus manos hasta sus hombros y, allí, mis brazos se enredaron en su cuello. Me figuraba que, a pesar de considerar un buen momento para aclararnos, por distintos motivos lo mejor para ambos era obviarlo por ese día; tal y como lo había pedido.
— ¿Qué quieres hacer entonces? —Su agarre en mi cintura se desvaneció, retiró un mechón de cabello de mi cara y deslizó su tacto por mi cuello—. Podemos ir a cenar, a caminar, ver una película...