Atenea, Hemera y Aure estaban preparando el hechizo previo a la llegaba de Afrodita, pues según lo que Eros nos había manifestado, a más tardar, llegaría ese día al anochecer. Yo me encontraba con Anieli en el patio trasero, habíamos colocado las estatuas, carretillas, gnomos, y demás utensilios y decoraciones de manera estratégica para el entrenamiento, aunque éste se basaría más en habilidades físicas corrientes que en el empleo de mis poderes.
Anieli, con una sonrisa amena, me observaba estirar las piernas desde su posición en cuclillas frente a mí. Trataba de calmarme con esos pequeños gestos desde que establecimos por la mañana que era momento de volver a intentarlo, y a pesar de que no manifesté inquietud alguna, estuve en contra desde el principio; no quería lastimar nadie.
Por esa misma razón, el rubio se ofreció para ayudarme, usando como excusa que nuestros poderes venían de la misma naturaleza. Me explicó una vez que estuvimos a solas, que era muy capaz de domar lo que habitaba mi interior, simplemente debía confiar en mí misma y en quienes me rodeaban, porque ellos no se atreverían a darme un mal consejo. Luego de eso, me permití respirar profundo y mentalizarme que haría con exactitud lo que él me dijera.
Me acomodé, enderezando la espalda, y me llevé el brazo hacia atrás de la misma, aplicando una leve presión en el codo. Proseguí con otros ejercicios, y para cuando terminé tenía todo el cabello pegado al rostro gracias al viento fuerte que soplaba. Retiré los mechones, arreglándolos en la coleta que a duras penas podía hacerme.
— ¿Por qué te lo cortaste? —Preguntó, tomando un rizo que se negaba a aplacarse—. Parece que te fastidia más así.
—Pensé que un cambio sería bueno...
—Hiciste bien —corrigió su comentario—. Te ves linda, Io.
Sonreí, desviando mi vista hacia la puerta de cristal de la cocina, donde Altaír se hallaba inmóvil, con los ojos en un rojo vivo que, por un instante, me paralizó. «Su pigmentación es así en realidad», me contó, «sin embargo, cuando dejo de usar el fuego y me concentro más en estar neutro, se vuelven verdes». Estaba fascinada, y en secreto, deseaba apreciarlos tal cual eran, pero no sabía con certeza cómo sería posible. Él lo advirtió.
—No dejes de mirarme, cariño. —Elevó su mano con los dedos un poco separados entre sí, de modo que su palma quedó mirándome. Al transcurrir varios segundos, una línea curva de color negro salió de su dedo índice, luego el procedimiento se efectuó en los demás y, en una exhalada de mí parte, apareció una lumbre con la fuerza suficiente para erizarme la piel—. Mírame, Io. —Lo hice, y hasta ese momento no creí que fuera posible que pudiera verse más hermosos que antes: sus irises, en un tono granate profundo e intenso con pinceladas azules tan tenues, que apenas podía percibirlas; destellaban cual brecha recién encendida.
—Son... hermosos... —suspiré—. Cuando me mostraste lo que hacías por primera vez, ¿por qué no pude verlos?
—Porque no permití que así fuera —murmuró, acercándose a mis labios—. No quería asustarte más...
— ¿Cómo podría asustarme algo tan hermoso?
No me respondió, se limitó a sellar la distancia entre nosotros con un beso intenso. Su piel estaba tan caliente, y sus labios se sentían tan bien, que me olvidé lo de todo lo que sería el día, del desastre que conllevaría.
Solté un suspiro involuntario y dirigí mi mirada a Anieli al escuchar, en un murmullo lejano para mis oídos, su voz. Éste me observaba con el ceño fruncido y una mueca cargada de humor, aunque por la forma en la que me habló después, resulta más certero decir que se estaba burlando de mí.
—Tienes corazones en los ojos, y pequeños Eros volando alrededor de tú cabeza.
—Eres un idiota.
—Ciertamente lo soy —admitió, acomodándose los lentes de sol—. Ahora, quiero que te concentres y corras a través del campo, esquivando todos los obstáculos.
—Eso suena fácil...
—También, los sorpresitas que te estaré lanzando —arqueé una ceja, preguntándome a qué se refería con ello—. Io, solo mantén los sentidos alerta.
Sopesé bien la situación, y al darme cuenta de que ante cualquier ataque podría accionar mis poderes sin advertirlo, quise echarme a correr en dirección contraria, hacia donde Altaír se encontraba. La angustia que sentía era cada vez mayor, y el hecho de que Anieli estuviera tan relajado no me ayudaba demasiado.
—No quiero hacer esto... Me da miedo.
Algo en sus orbes blanquecinos cambió, y era tan atentico, como si pudiese sentir la pena que me acongojaba. Sin perder el tiempo, tomó mis extremidades superiores y, con toda la delicadez y suavidad que pudo, depositó un paulatino ósculo en ambas. Tras el efecto de ello, me encontré experimentando una nueva sensación en el cuerpo, un viento helado dentro de mis venas que me impulso a retirarme, extasiada a sobre manera.