Luego de que Nyx me apuñalara con una daga en la espalda y de que le dijera el último "te amo" a Altaír, me desvanecí. No recuerdo nada más hasta que desperté en una habitación de hospital. Las paredes eran blancas y un aroma a desinfectante reinaba en el aire. Tenía dolor de cabeza, mis oídos pitaban y la garganta me quemaba, pero eso era lo único; mi espalda parecía estar intacta, no sentía maltrato en mis músculos ni hematomas en mi rostro por los golpes de Moros... Y no había nadie a mí alrededor.
Tardé más en zafarme la vía endovenosa del brazo que en salir de allí. Del otro lado no había mucha gente, unas cuantas personas que esperaban paciente a algún familiar internado. Todos me miraban con curiosidad, algunos niños con miedo, sin embargo, no me detuve a analizarlo demasiado, simplemente caminé hasta que me topé con una doctora.
— ¿Disculpa, puedo...?
—Oh, por Dios... —dijo, en un perfecto inglés que me descolocó unos instantes—. ¿Qué haces levantada? Ven, te llevaré de vuelta a tú habitación. —Tomó mi brazo con gentileza. No sentía ánimos de discutir o forcejar, así que la dejé guiarme por el pasillo—. Debes sentirte desorientada, pero eso es normal... Isadora Tomson, ¿cierto? Es un lindo nombre, tengo una sobrina que se llama igual.
Mi corazón a latía con desenfreno, mi cabeza daba vueltas y sentía que el espacio comenzaba a reducirse, a aprisionarme. En cuestión de segundos, mis pulmones dejaron de funcionar y volví a desvanecerme, presa de la confusión, del pánico.
Cuando desperté, me encontré con un par de ojos avellanas que me observaban con cautela.
—Hola, Isadora... —Frente a mí, un hombre de quizás un par de años más que yo, llevaba una bandeja con diferentes medicamentos en ampollas de vidrio—. ¿Cómo se siente?
No entré en crisis, le aseguré que me sentía mejor y él prosiguió con su tarea de inyectarme un analgésico para la cefalea. Respiré hondo y cerré los ojos, diciéndome a mí misma que debía meterme en el papel por mi bien y no enloquecer.
—Bien, terminamos —sonrió y recogió lo poco que había utilizado—. En un rato vendrá la doctora a verla —asentí, formando una pequeña sonrisa que, sabía, se vio forzada—. Oh, casi lo olvido. Su hermano le dejó algo, dijo que vendría más tarde para el alta. —Me dio un paquete mediano forrado con papel marrón y desapareció por la puerta.
Sin detenerme a cuestionarlo, rompí el envoltorio. Se trataba de una libreta color verde oscuro, tenía grabada las iniciales A.A en la esquina inferior derecha y, en la primera hoja, un sobre adherido con cinta:
"Mi hermosa Io,
Por lo general soy bueno escribiendo, pero justo ahora no encuentro las palabras para decirte esto... Supongo que la mejor opción es no divagar y solo ir al punto, así que eso haré.
Hace unos días descubrimos que el hechizo de Zeus era irreversible, que no había manera alguna de salvarte. Pero, como me conoces y sabes que soy terco, no dejé que eso me detuviera. Anieli y yo estudiamos día y noche las posibilidades sin éxito alguno; estaba devastado, me negaba rotundamente a no poder apreciar más la luz de tus ojos, a no poder abrazarte o besarte... a no poder decirte cuánto te amo.
De cualquier forma, no quería dejarte ir. Y mientras tú estabas durmiendo y yo ahogando mis penas en alcohol, recordé algo que me había comentado mi madre.
Hace milenios, existió una diosa incluso más poderosa que Zeus, su nombre era Albine y controlaba la tierra. Ella no pasaba mucho tiempo en el Olimpo, prefería convivir con los humados y cosechar las frutas que usaba para preparar tartas, panes, galletas..., cualquier postre que quisieras. Era famosa por ello, e infinitamente buscada por los hombres. Ninguno le llamaba la atención, decía que todos estaban bajo el hechizo de sus dotes culinarios, del dulce néctar de sus frutas. Sin embargo, un día se encontró con un joven que nunca había probado nada producido por ella, era extranjero y había decido viajar por el mundo porque tenía una enfermedad terminal. Y como era de esperarse, Albine se enamoró de él, Piare. Estaba desesperada buscando la manera de salvarlo, rogó a cada deidad, tocó puerta por puerta e, incluso, ofreció sus poderes. Fue un caso especial, y nadie sabía cómo remediarlo, así que por su cuenta, inventó un hechizo que, básicamente, consiste en dar una vida por otra.
Ella se sacrificó por su amado.
Y yo haré lo mismo, te daré mi vida.
Sí lees esto significa que fue hecho, así que créeme, cariño, no lograrías nada con enojarte o llorar. Sí quiero que sientas algo es alegría por esos momentos inigualables que compartimos, por el hecho de que nuestra historia podrá ser corta, pero no menos hermosa o llena de amor. Porque yo en verdad te amé, te amo, y te amaré en donde sea que me halle después de esto...