Prologo

Mi primer amor fue en el jardín de niños. Siempre fui una mujer de gustos extraños, así que se pueden imaginar que no me gustaba el chico popular o el deportista, el inteligente de la clase o el talentoso músico, no, a mí siempre me gustó el dark, el emo, el callado o tímido de la clase, el que no tenía amigos ni iba a fiestas.  

Benito era el niño más callado y tímido del jardín de niños, no tenía amigos y si muchos problemas en la escuela. Yo me pasaba el mayor tiempo del recreo tratando de idear maneras de jugar con él, a tal grado que un día le di un pelotazo en la cabeza con tal de que se uniera al juego de la pelota, pero como él siempre miraba al piso, nunca vio venir el balón y por supuesto no escuchó mi llamado. Luego entonces, era de esperarse que las educadoras pensaron que lo hice a propósito y me castigaron.

Una de las cosas que más me gustaban de Benito era su cabello. Todos los días le brillaba de una forma diferente, era lacio y castaño claro. A pesar de que no hablaba con nadie, las pocas veces que me miraba, me perdía en sus grandes ojos cafés, tal vez piensen que es exagerado para una niña de 6 años, pero a esa edad los sentimientos son genuinos, no nos importa el qué dirán y no estamos influenciados por ningún estándar de belleza.

El jardín de niños finalizó y jamás logre acercarme a Benito, nunca supe cómo y tampoco tuve la suerte de bailar con él en el baile de fin de curso. Al paso de los años, Benito quedó en el olvido, el sentimiento se desvaneció como las hojas de los árboles que caen en otoño y se las lleva el viento, ligeras y en silencio; pero hace unos meses su fantasma regreso.

Benito fue mi primer amor en la vida y creo que lo sigue siendo, no de la forma en que una mujer ama a un hombre, sino de la forma en que un niño ama abrazar a su mascota, beber su jugo favorito o mirar su caricatura preferida; de forma sencilla, genuina y noble.

Ese, es mi primer amor, el primero de doce.