Isla del Encanto

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–Creo que estamos perdiendo tiempo y energía –fue lo que Natalie dijo mientras trataba de tomar un descanso, apoyando las manos sobre sus caderas. Llevaban más de veinte minutos buscando a la persona que había emitido el grito y todo parecía indicar que la búsqueda era infructuosa. A pesar de la sombra provista por la densa vegetación, empezaba nuevamente a sentir la alta temperatura que había experimentado en la playa. La sed empezaba a sentirse nuevamente, lo que la llevó a arrepentirse de no haber tenido la precaución de cargar un par de cocos más.

–Estoy casi seguro que se trataba de la voz de Michelle –dijo Sebastián al mismo tiempo que se sentaba sobre una piedra.

–No puedes reconocer a alguien por un simple grito –Natalie no conocía muy bien a los que habían sido sus compañeros de viaje. El haber obtenido el primer puesto en la competencia de ciclo montañismo de la costa norte de Vancouver le había permitido embarcarse con un grupo de desconocidos. El premio, aparte del hermoso trofeo, consistía en un viaje con todos los gastos pagos por algunas de las islas del Caribe a bordo de un hermoso velero. Lamentablemente el premio era para una sola persona, lo que había hecho imposible que llevara a alguna persona de compañía. Aparte del capitán, y del apuesto Sebastián, quien se había presentado como hijo del dueño del velero y que hacía las veces de primer oficial, navegaban junto a ella cinco personas más, todas ellas ganadoras de diferentes tipos de concursos patrocinados por una empresa de bebidas energizantes. Tres días antes habían zarpado de la marina de Key Largo en la Florida, con destino a las Bahamas, las Islas Bimini y la isla Andros. Sería una travesía de dos semanas con descansos de un par de días en cada uno de los puertos, y con regreso al punto de partida para tomar el vuelo que los llevaría a casa. Recordaba a sus compañeros de viaje, quienes en una clara muestra de total relajación, se habían dedicado a broncearse durante el día y a tomar bebidas alcohólicas durante la noche. La muchacha mencionada por Sebastián parecía ser la única que no había ganado ningún concurso de esfuerzo físico atlético, pero había sido premiada por llevarse el primer lugar en el reinado de belleza de las primíparas de la facultad de periodismo de su universidad. Se trataba de una niña muy linda, muy suave y amable, pero algo consentida. Desde el primer día no había ocultado su interés por Sebastián, pero las responsabilidades del apuesto muchacho habían impedido el desarrollo de cualquier clase de relación, o por lo menos eso era lo que Natalie pensaba.

–El tono de Michelle es de lo más alto que he escuchado en mi vida…

–Yo creo que tú mente desea que la del grito haya sido ella y no cualquier otra –dijo Natalie al sentarse al lado de su amigo.

–Mira Nattie, por la situación en que nos encontramos, yo no tengo ninguna preferencia, solo espero que podamos salir de esta y que al menos dos o tres más de nuestros compañeros de viaje se hayan salvado –el tono de él era amable pero serio.

–Tienes razón –dijo Natalie bajando la cabeza–, ojalá que se hayan salvado todos, pero se me hace demasiado raro que cuando me subí a la palmera, no viera absolutamente ningún rastro del naufragio.

–La tormenta fue de lo más fuerte que he visto en mi vida, no es raro que en estos casos los restos sean arrastrados por cientos de kilómetros.

–Supongo que tienes razón –aunque torciera la boca, el rostro de Natalie no dejaba de ser hermoso.

–Y a propósito, ¿cómo diablos hiciste para trepar esa palmera como si fueras un simio?

–Cuando tenía doce años todos pensaban que era uno… –dijo ella mostrando una pequeña sonrisa.

–¿Entonces debo suponer que llevas toda la vida trepando árboles?

–Creo que lo dejé de hacer cuando me gradué de la secundaria.

–Bueno, creo que esa habilidad es la que nos va a ayudar a mantenernos con vida… –dijo Sebastián mirando hacia las copas de los árboles que los rodeaban.

–No me puedo imaginar que esto se convierta en algo así como la película esa…

–¿Te refieres a La Laguna Azul?

–Exactamente…, creo que aunque amo la naturaleza, no soportaría estar en un lugar así por el resto de mis días.

–No pienses negativamente… Creo que más temprano que tarde saldremos de esta… Aunque no me molestaría para nada estar atrapado en un sitio tan paradisiaco como este en compañía de una niña tan linda… –era la primera vez que Natalie lo veía sonreír de una manera más que atractiva.




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