Isla del Encanto

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Michelle se empezó a sentir presa del calor. No podía creer que la temperatura pudiera llegar a ser tan alta, especialmente cuando iba tan ligera de ropas. El sol continuaba subiendo y era evidente la total ausencia de nubes. Si no encontraba pronto algo que beber no le quedaría más que acostarse en la sombra a esperar lo peor. En lo que pensó como un arranque de lucidez, salió corriendo hacia el mar; si no podía tomar nada, al menos el agua podría refrescar su acalorado cuerpo. A medida que se acercaba al borde del agua pensó que nunca en su vida había corrido tan rápido; los poderosos rayos del sol habían calentado la arena de tal forma que era casi imposible caminar sobre esta sin quemarse las plantas de los pies. Segundos después sintió como un pequeño triunfo el encontrarse entre las refrescantes aguas. No hubiese tenido inconveniente en que estas fueran tan frías como las que rodeaban la acogedora casa de recreo de sus padres en el Lago Cultus, a una hora de carretera al este de Vancouver. Pero recordó que las aguas del Caribe mantenían temperaturas mucho más altas, siendo esta una de las razones por las que sus playas eran tan apetecidas. Se zambulló totalmente sintiendo como su debilitado cuerpo se refrescaba, pero siendo consciente de que le sería imposible tratar de nadar. Sentía cansancio en sus extremidades, el mismo que hubiese experimentado después de jugar un partido de tennis por más de tres horas, único deporte que acostumbraba a practicar. Sabía que la falta de alimento era la causa de lo que estaba sintiendo. Si hubiese desayunado de la manera como generalmente lo hacía, no habría tenido ningún problema en nadar por cuarenta y cinco minutos. Inmersa en sus pensamientos, y gracias a un momento de descuido, una fuerte ola golpeó contra su rostro provocando que tragara una buena cantidad de agua. La toz la invadió como hace mucho tiempo no lo hacía, y a pesar de sentir algo de refresco en su garganta reseca, supo que si seguía tomando el agua salada de mar no viviría para contarlo. Instantes después de recuperarse se quedó mirando hacia la playa, los rayos del sol golpeaban fuertemente contra su cara y sus hombros, pero esta vez no tenía los bronceadores y bloqueadores para protegerla y mucho menos para intensificar el bronceado que había logrado durante los últimos días. Su mirada se concentró en la línea que separaba la playa de la espesa vegetación. Cada vez se convencía más de que su salvación se encontraba selva adentro. Tenía que existir alguna fuente de agua, algo que pudiera comer, o alguien que la pudiera ayudar. Lentamente salió del agua, respiró profundamente mientras recordaba que tendría que volver a correr sobre las hirvientes arenas, esta vez con la ventaja de tener los pies mojados, lo que la ayudaría a no sufrir durante los primeros metros. Pero el agua aún le llegaba hasta las rodillas para el momento en que sus ojos se posaron en una figura sobre la cual dominaba el color blanco. Parecía desplazarse rápidamente entre la espesura y solo lo hizo por una fracción de segundo. Estaba segura de que lo que había visto era una figura humana; no existía animal que pudiera moverse de esa manera. Seguramente se trataba de la persona que había tomado su chaleco salvavidas. ¿Pero por qué se comportaba de esa manera? ¿Por qué no la ayudaba? ¿O simplemente ella se encontraba en una playa más de las muchas que existían en las islas del Caribe, a pocos metros de la civilización, enfrentada a un vulgar ladrón, y solo era cuestión de caminar unos cuantos metros en la dirección correcta para encontrar alguna población o un lujoso hotel atestado de turistas? Era lo que más quería, aunque no se hacía muchas ilusiones. Lo más probable es que se encontrara en el sitio más alejado de una isla en la que no residían más de un reducido grupo de personas, y en un pequeño poblado que estaría a más de treinta o cuarenta kilómetros de distancia. Si hubiese algún grupo importante de población en los alrededores, estaba más que segura que alguien se habría dado cuenta de su presencia y no habría tardado en acudir en su ayuda. Pero no sacaba nada quedándose paralizada en medio de las pequeñas olas que golpeaban sus pantorrillas mientras especulaba acerca de la realidad poblacional del lugar. Fijó su mirada en el punto por el que había desaparecido la supuesta persona y arrancó a correr hacia este como si su vida dependiera de ello. Después de unos pocos metros volvió a sentir el castigo de las hirvientes arenas sobre sus plantas, y deseó haberle hecho caso a su hermana mayor cuando le decía que debía acostumbrarse a caminar descalza sobre todo tipo de terreno, que eso le ayudaría a crear defensas y a tener una mejor relación con el planeta. Pero ya era un poco tarde para esa clase de entrenamiento, y llegó a la conclusión de que desde ese momento en adelante tendría que aprender a las malas, no solamente a caminar descalza, sino también a sobrevivir en un sitio que no le iba a regalar absolutamente nada.




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