Isla del Encanto

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Una hora de camino sin rumbo definido no los había llevado a ningún lado. La idea de encontrar la pequeña laguna o el lugar de origen del humo permanecía en sus mentes, pero la espesa vegetación no permitía que tuvieran ninguna clase de elemento como referencia de ubicación. Natalie no paraba de quejarse de las condiciones, mientras para sus adentros agradecía estar en la compañía de un hombre. Sabía que aunque era una muchacha físicamente ágil, las cosas hubiesen podido ser mucho peor en caso de haberse encontrado sola.

–Lo único que sé, es que vamos a morir… –dijo ella mientras se dejaba caer, presa del cansancio, sobre las hojas que aún permanecían húmedas.

–Lo sé, pero no será en este sitio… Yo lo haré en la cama que haya compartido con la mujer que ame –dijo Sebastián sentándose al lado de ella.

–A este paso, esa mujer va a tener que ser esta peli naranja, y la cama, estas hojas que no acaban de secarse –dijo ella cerrando los ojos.

–¿Por qué no vuelves a subir a uno de esos árboles y miras dónde diablos está la laguna o el maldito humo?

–Una cosa es subir el tronco de una palmera en la playa y otra muy diferente es subir un árbol que puede estar plagado de tarántulas o cualquier clase de bichos raros, por no hablar de serpientes venenosas –dijo ella manteniendo los ojos cerrados.

–Nattie, ahí arriba no hay nada –dijo él mirando hacía la copa del árbol más próximo.

–¿Entonces qué estás esperando para subir? –preguntó Natalie abriendo los ojos.

–Pensé que tú eras la más hábil para esa clase de cosas…

–La más hábil sí, pero no la más tonta.

–Me imagino que me tocó sacrificarme –dijo Sebastián poniéndose de pie.

–Si regresas con vida de allá arriba, la próxima vez lo haré yo –dijo ella mirando hacia la copa del árbol que su compañero empezaba a trepar.

La habilidad de Sebastián no estaba muy por detrás de la de Natalie; después de algunos rápidos movimientos logró llegar hasta la parte más alta del frondoso árbol.

–Nattie –gritó él desde las alturas–, párate un momento.

Natalie obedeció rápidamente pensando que algún peligro acechaba.

–¿Si me ves?

–Sí, ¿qué sucede? –respondió ella mirando hacia arriba.

–La laguna está en la dirección que estoy señalando –el brazo de Sebastián estaba totalmente estirado hacia la dirección contraria a la que habían llegado.

–¿Está muy lejos?

–Si estuviéramos en mi vecindario, diría que un par de calles.

–¿Y si estuviéramos en el medio de la selva tropical?

–Muy graciosa… Por favor estira tu brazo en esa dirección y no lo bajes hasta que yo llegue abajo.

–¿Y eso de qué sirve? –preguntó ella obedeciendo sus órdenes.

–Me puedo desubicar mientras llego abajo.

–Entiendo, pero apúrale…

–Nattie…

–¿Y ahora qué?

–No veo ningún humo…

–Mira bien, esta mañana estaba al otro lado de la laguna –dijo ella manteniendo su brazo estirado.

–No hay nada.

–¿Y no ves nada más?

Sebastián miró a su alrededor antes de responder.

–El mar, selva… y más selva…

–Entonces baja, se me está cansando el brazo –dijo ella apoyando el brazo estirado sobre la mano de su otro brazo.

–Espera… –dijo él súbitamente.

–Dime que viste un hotel con piscina…

–No, lo que pasa es que esto es una isla…

–¿Estás seguro?

–Totalmente –dijo Sebastián sin parar de mirar a su alrededor.

–¿Se ve muy grande?




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