Isla del Encanto

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Natalie se detuvo abruptamente provocando que Sebastián se estrellara contra su espalda.

–¿Qué pasó? –fue la pregunta que salió de los labios de él.

–Algo no está bien –dijo ella volteándolo a mirar.

–Nattie, nada ha estado bien desde ayer en la tarde.

–Escucha –dijo ella llevándose el dedo índice a sus labios.

Sebastián se quedó inmóvil tratando de no hacer el más mínimo ruido.

–No oigo nada –dijo él con un suave susurro.

–Exacto, de un momento a otro todos los ruidos se han ido…

–Tienes razón, podría ser la señal de que algún animal peligroso anda por aquí cerca –dijo Sebastián mirando a su alrededor.

–¿No sería al revés? ¿No saldrían todos los animales corriendo y produciendo mucho ruido?

–Puede ser también…

–¿En qué clase de lugar estamos? –preguntó la linda niña sin poder ocultar la nerviosa expresión de su rostro.

–Ya te dije que es una isla…

–Sebas, ¿no estamos en el triángulo de las Bermudas?

–Sí, técnicamente lo estamos, ¿por qué? No creerás que estamos siendo víctimas de eso…

–¿No desparecieron muchos barcos y aviones en esta zona en los años sesenta?

–Se supone, inclusive desde los años cincuenta –dijo Sebastián.

–Pero hace rato no ha pasado nada… ¿cierto?

–Creo que por más de treinta años no ha vuelto a pasar nada, pero no estoy seguro.

–Mira que mis pasos sí se escuchan –dijo ella dando un par de pasos hacia adelante.

–Los míos también –dijo él siguiendo los pasos de Natalie.

–¿O crees que es por nuestra culpa?

–¿A qué te refieres? –preguntó Sebastián frunciendo el ceño.

–Que los animales tienen susto de nosotros y por eso decidieron no hacer ruido…

–Si fuera así, habrían estado en silencio desde esta mañana.

–Tienes razón –dijo ella en el momento preciso un que llegaron hasta sus oídos los sonidos de una cascada.

–¡Escucha! –dijo Natalie sintiendo una mezcla entre alegría y temor.

–¡Suena como agua corriendo!

–Exacto, ¿pero por qué de un momento a otro si llevamos varios minutos aquí quietos?

–Supongo que el ruido de los animales y de la selva no dejó que la escucháramos antes, qué se yo… –respondió Sebastián subiendo los hombros.

–Esto está muy extraño, ¿no crees que es mejor que regresemos a la playa?

–Nattie, no tengas miedo, estamos a un paso de encontrar agua dulce –dijo él dándole un abrazo a su amiga.

–Estás todo raspado, debiste haber traído tu chaleco –dijo ella mirando los raspones que invadían casi todo el cuerpo de su amigo.

–Lo sé, pero pensé que no me dejaría mover con agilidad, pero tus piernas y tus brazos tampoco se salvan…

–Sí…, pero al menos yo tengo este top que en parte me ayuda –dijo ella agarrando su camiseta esqueleto azul por uno de sus costados.

–Bueno, pero no es hora de hablar de ropa, el ruido del agua viene precisamente del mismo lado en que vimos la laguna, mejor sigamos caminando hacia allá.

  1. vez fue Sebastián quien lideró el camino. Natalie lo siguió de cerca, sintiéndose cada vez más nerviosa e insegura. Las pisadas de ella y las de su amigo sobre las hojas que ya empezaban a secarse, y el ruido de la supuesta cascada, eran los únicos sonidos que escuchaba a pesar de que aún se encontraban en una zona densamente poblada de vegetación. Sus grandes ojos verdes se concentraron en tratar de encontrar, entre las numerosas ramas que los rodeaban, alguna clase de animal que confirmara su hipótesis acerca de la extraña situación que estaban viviendo. Pero con el paso de los minutos se hizo evidente que sería imposible hallar algún ser vivo en las cercanías. De la variedad de pájaros, micos, lagartijas, iguanas e insectos que habían estado a su alrededor desde la llegada a aquel lugar, no quedaba más que el recuerdo. Se preguntó sí lo mismo estaría ocurriendo en el resto de la isla, o si se trataba de la consecuencia generada a raíz de haber entrado en una zona de la cual cualquier tipo de animal preferiría estar alejado.




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