Isla del Encanto

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Michelle supo que se encontraba al borde del desespero. Ya no solamente eran la sed y el hambre las que la torturaban. Su piel se encontraba cada vez más lastimada por las picaduras de los insectos y los raspones de las miles de ramas y hojas con las que tenía que luchar para avanzar a través de la manigua. Pero también empezaba a ser presa del miedo. ¿Qué clase de ser era el que la estaba siguiendo? ¿Por qué no respondía a su llamado? ¿Por qué no deseaba ayudarla? O si no quería hacerlo, ¿por qué no manifestaba qué diablos era lo que quería? ¿A qué clase de lugar la había arrastrado la corriente? ¿Qué tan lejos estaría el velero, en el que tanto se había divertido durante los últimos tres días, en caso de que este aún existiera?

  1. favor ayúdeme, estoy muriendo de sed –fue su siguiente grito a manera de súplica. Pero el silencio continuaba, no hubo respuesta alguna. Continuó caminando sin saber a dónde iba, pensando que una vez el sol empezara a bajar y fuese posible caminar sobre la arena de la playa, regresaría a esta y recorrería las otras playas en busca de algo o alguien que la pudiera ayudar. Pero fue el fuerte golpe de algún pesado objeto, estrellándose contra una roca que se encontraba a escasos pasos de ella, lo que la sacó de sus pensamientos. Su sobresalto fue acompañado por un pequeño grito que se perdió entre la espesura. Sus ojos se fijaron en el coco que había caído de una palmera cercana, el cual, gracias al fuerte golpe recibido al estrellarse contra la roca, ahora tenía un pequeño agujero en uno de sus costados. Se acercó lentamente y lo tomó en sus manos provocando que llegara a sus oídos el sonido del líquido que se encontraba en su interior. Recordó la descripción que un antiguo novio suramericano le había hecho acerca de la manera como él, y uno de sus amigos, tomaban agua de coco directamente del fruto. La diferencia radicaba en que su antiguo amor lo mezclaba con licor, aduciendo que se trataba de una de las mejores mezclas para embriagarse. Ella no tenía el licor, no tenía nada, solo sabía que tomándose el agua del fruto aliviaría su sed. Acercó su boca al agujero del coco, probó el dulce sabor de su contenido, y no paró hasta ser consciente de que el líquido se había agotado. Nunca nada le había sabido tan bien a pesar de haber estado en los mejores restaurantes. La sed que traía había menguado, ahora solo tendría que abrir el coco para acceder a la parte sólida de su contenido y ayudar a calmar el hambre que sentía. Lo estrelló fuertemente contra la roca, sintiendo una vez más la falta de fuerza que la acompañaba. Tuvo que hacerlo en cuatro ocasiones antes de que este se rajara por la mitad, y bastaron otras tres para que se abriera totalmente. Pasó los siguientes minutos sentada sobre la roca devorando el contenido del fruto. Al menos acababa de descubrir una fuente de alimento, pero sabía que había sido gracias a un milagro. Se quedó mirando hacia lo alto de la palmera sabiendo que le sería imposible tratar de subirla; su agilidad no daba para tanto, aunque era consciente de que tendría que hallar la manera de hacerlo si quería sobrevivir. Sus conocimientos acerca de las plantas y vegetación que la rodeaban eran nulos y no quería arriesgarse a morir envenenada en caso de llegar a atreverse a comer alguna de estas. Sabía que alguna gente sobrevivía comiendo raíces, era lo que había visto en la televisión, pero no tenía ni la menor idea acerca de qué tipo de raíces se trataba. No tenía otra alternativa: llegó a la conclusión de que tendría que depender de los cocos, pero antes tendría que encontrar la manera de que estos pudieran estar a su alcance, y eso parecía bastante complicado.




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