Isla del Encanto

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–Otra vez me está molestando la picada –dijo Natalie sin parar de caminar.

–¿Cuál de todas? –preguntó Sebastián volteándola a mirar.

–La de la agua mala.

–Me imagino que es producto del calor –dijo él mirando hacia lo alto.

–O del silencio…

–No sé…, solo sé que vamos a tener que subir a algún árbol y ubicar esa maldita laguna nuevamente –dijo Sebastián dejando de caminar.

–Estoy muy cansada, pero supongo que es mi turno de ascender a las alturas –el rostro de Natalie empezaba a mostrar señales de agotamiento.

Sin esperar a que su amigo respondiera, encontró rápidamente el árbol que pareció más asequible para sus intereses. Instantes después, haciendo uso de la poca fuerza que le quedaba, sus brazos y piernas agarraron el tronco con la agilidad propia de un chimpancé. Sintió que estaba dando todo lo que le quedaba. Supuso que algo parecido al instinto de supervivencia empezaba a actuar dentro de ella. Pero las plantas de sus pies y las palmas de sus manos empezaron a notar la diferencia. Las pequeñas cortaduras que las afectaban, hicieron que le fuera necesario reunir un mayor esfuerzo y una mayor resistencia al dolor. Aunque no era hora de andarse con quejas y lamentos, estuvo a punto de desistir en el momento en que su pie derecho se posó sobre una rama cuya superficie se destacaba por las innumerables protuberancias que hacían de ella la clase de lugar digno para el descanso de un faquir. El pequeño grito que lanzó no fue ignorado por su compañero, quien había aprovechado el momento para sentarse sobre el colchón de hojas a descansar.

–¿Estás bien, Nattie?

–Sí, es que me paré sobre una rama con puntillas…

–Ten cuidado, lo último que quiero es quedarme solo…

Las palabras de Sebastián fueron interrumpidas por el intempestivo movimiento de un pájaro negro, quien alarmado por la presencia de la muchacha, alzó vuelo desde una rama ubicada a menos de un metro de la cara de esta. El fuerte movimiento de sus alas fue acompañado por un graznido que hubiese puesto nervioso al más valiente de todos. Natalie, fuertemente sorprendida por la súbita y sorpresiva aparición del animal, reaccionó dando un paso hacia atrás, haciendo que su pie izquierdo quedara sin apoyo alguno, desplazando al mismo tiempo su mano derecha hacia su cara en procura de protegerse, movimientos que la llevaron a estar a punto de perder el equilibrio y caer al vacío. Sin embargo su agilidad en reaccionar, digna de un deportista de nivel competitivo, logró que reaccionara en el último instante, y su mano lograra sujetarse de una rama que se hallaba a sus espaldas.

–¡¿Qué fue eso?! –preguntó un alarmado Sebastián poniéndose de pie.

–Creo que el único animal con capacidad de hacer ruido en más de un kilómetro a la redonda –respondió ella sintiendo como su corazón latía de forma acelerada.

–¿Estás bien?

–Creo que sí, si es que a esta clase de situación se le puede llamar <<estar bien>>.

–¿Quieres más bien que yo me suba?

–Creo que es algo tarde para eso, ya estoy a menos de tres metros de la copa.

Natalie tomó un poco de aire, trató de calmarse, miró a su alrededor en busca de otros animales que pudieran comprometer su situación, no encontró aparentemente nada por lo que temer y continuó trepando, esperando lograr la punta del árbol desde la que suponía alcanzaría a divisar todo lo que se encontraba en los alrededores.

–Sebas… –fue el grito que se escuchó un par de minutos después.

–Dime –dijo él con su mirada concentrada en lo poco que alcanzaba a divisar de su amiga.

–Ya pasamos la laguna, está para el lado de donde veníamos.

–¡No puede ser! ¡No puedo creer que no la hayamos visto…!

–Pues está para el lado en que estás parado.

–¿Y qué más ves?

–Que efectivamente, esto es una isla… y que nos vamos a mojar otra vez…

–Sí, apenas encontremos la dichosa laguna.

–No, apenas empiece a llover de nuevo, porque las nubes sobre el mar están bastante oscuras…

–Bueno, eso al menos nos puede refrescar, si es que seguimos sin encontrarla.




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