Isla del Encanto

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Michelle despertó sintiendo un leve dolor de cabeza, algo que parecía empezar a formar parte de su vida. Miró a su alrededor y se sorprendió al descubrir que aparentemente se encontraba en el mismo sitio en donde la había atacado el hombre de la máscara. Empezaba a amanecer y el sonido de los pájaros y demás animales silvestres estaba de regreso. Las nubes se habían ido y se empezaba a sentir el calor del nuevo día. Pero lo que más la sorprendió fue descubrir la nueva ropa que llevaba puesta: un vestido de seda color lila cubría su cuerpo desde los hombros hasta sus tobillos. Se sentía bastante suave y liviano y parecía tener la amplitud suficiente en su parte baja para poder caminar e incluso correr. Notó que no se trataba de una prenda nueva: aunque lucía limpia y tenía un buen olor, algunas de sus partes parecían gastadas y la parte baja de la falda estaba deshilachada. Continuaba descalza y ya no llevaba su vestido de baño, lo que la llegó a inquietar. ¿Habría el hombre de la máscara abusado de ella? Se hacía evidente que aunque no lo hubiese hecho, era él el que se había encargado de cambiarle la ropa y por lo tanto la había visto desnuda. ¿Pero por qué la había dejado en el mismo sitio en lugar de haberla hecho prisionera?, ¿por qué le había cambiado de ropa? Se incorporó rápidamente sintiendo la manera como el sueño había logrado recuperar todas sus fuerzas. La energía estaba de regreso, no sentía dolor en ninguna parte de su cuerpo, excepto por la pequeña molestia en su cabeza. Podía moverse con ligereza, tenía la agilidad de un atleta y las plantas de sus pies sentían las hojas secas del suelo como si se tratase de un gran tapete de algodones. Se tocó el dedo pequeño de su pie solo para convencerse que el dolor era algo del pasado. En pocos segundos llegó a la conclusión de haber dormido por más de doce horas, siendo esta la razón por la cual se sentía ligera y llena de energía. Ante la ausencia de molestias en sus piernas, levantó el vestido para descubrir el leve desvanecimiento de las marcas y raspones sufridos el día anterior. Se pasó la mano suavemente sobre ellas concluyendo la desaparición de cualquier indicio de molestia o dolor. Parecía que algo más que el descanso había influido en su recuperación. ¿Tendría algo que ver el hombre de la máscara? ¿Se trataba de alguna especie de chamán, brujo o curandero? No tenía el menor conocimiento de lo que estaba sucediendo, pero al menos estaba agradecida de haber despertado sana y salva. Miró hacia lo alto, al lugar donde se hallaba la copa de una palmera. Calculó que tenía la altura de lo que en la ciudad sería un edificio de tres pisos. Esta se encontraba llena de cocos, frutos que le podrían caer bastante bien como desayuno. Pero tendría que tener la habilidad se un simio para llegar hasta ellos. No esperó más y se abrazó al tronco. Con la destreza y la agilidad que nunca había tenido, fueron pocos los segundos que tardó en llegar hasta la punta del árbol. Recordó que la práctica del tennis le permitía mantener una figura esbelta, además de alejarla del sofá y de la comida chatarra, pero jamás se hubiese imaginado que tendría la fuerza y destreza suficientes para llegar a lo alto de una palmera. Quedó estupefacta al observar la belleza del paisaje desde las alturas. Se encontraba en una hermosa isla, rodeada por un mar de diferentes tonos de azul y verde, con una pequeña laguna ubicada a pocos cientos de metros de su sitio de observación, y una vegetación de innumerables especies. Miró en todas las direcciones tratando de encontrar algo que se pareciera a algún tipo de construcción, pero solo la naturaleza estaba presente en los alrededores. Su mirada pasó a las aguas que rodeaban la isla, pero tampoco encontró nada que advirtiera la presencia de humanos. Llegó a la conclusión de que cualquier tipo de vivienda en la que pudieran encontrarse el hombre que la había atacado y la muchacha vestida de blanco, tendría que estar escondida bajo las copas de los árboles. Observó lo que la rodeaba por un par de minutos más antes de concentrarse en el objetivo por el que había decidido trepar hasta ese sitio. Con su brazo izquierdo se sujetó fuertemente al tronco mientras que con el derecho soltó los cuatro cocos que le parecieron de mayor tamaño. Los dejó caer y breves segundos después, se encontró de regreso en el suelo buscando la piedra en forma triangular que le había servido como herramienta. No tardó en encontrarla cerca del árbol en donde había sido sorprendida por el hombre de la máscara. Ahora solo necesitaría una piedra que le sirviera de martillo. Caminó por los alrededores hasta encontrar una que le pareció algo pequeña, pero sabía que sería imposible tratar de encontrar una parecida a la que había usado el día anterior. Regresó al lugar donde había dejado los frutos de la palmera, y utilizando la misma agilidad física que le había servido para subir a la punta de la palmera, abrió el primer coco, bebió toda el agua que encontró dentro de este, y se alimentó con su nutritiva carne. Se sintió satisfecha al terminar, tanto como si hubiese tomado un suculento desayuno en la terraza de la casa de sus padres. Se quedó mirando los tres cocos sobrantes, pensando que podría cargar uno de ellos, pero que tendría que dejar atrás los otros dos. No le gustó para nada la idea de tener que desperdiciar los frutos que más tarde le harían falta, pero de repente vino a su mente algo que podría hacer para evitarlo. Avanzó algunos pasos hasta encontrar una mata con grandes hojas, iguales a la que había usado el día anterior para recoger agua. Desprendió una de ellas, y con la sabiduría de una tejedora experta, cómodamente sentada en el suelo y con su espalda recostada en el tronco de un árbol, en menos de veinte minutos fabricó una bolsa lo suficientemente grande y adecuada para cargar los tres cocos que le habían sobrado. Se incorporó, metió los frutos y el par de piedras dentro de la bolsa, se la colgó del hombro, y empezó a caminar hacia la laguna, teniendo ahora la referencia exacta, gracias a la posición del sol, del lugar en que se encontraba esta.




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