Isla del Encanto

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Lo sintió como una caminata placentera. Las miles de ramas, hojas y maleza atravesadas en su camino, los fuertes rayos del sol, el calor reinante, los ruidos de los animales, y las picaduras de los insectos, habían pasado totalmente desapercibidos. Era como si estuviese caminando en su par de zapatos más cómodos en una refrescante tarde de verano en un parque de su natal Vancouver. A Michelle nada le molestaba, ni siquiera el peso de los cocos y las piedras que llevaba en su improvisada mochila. Todos sus dolores eran algo del pasado y sentía la energía que nunca antes había experimentado. Avanzaba con decisión, sabiendo para donde iba, sin dudar acerca de la dirección que debía tomar, y muy segura de que en poco tiempo llegaría a la laguna que había visto desde lo alto del árbol. Y todo se dio tal y como ella deseaba. Minutos después se encontró frente a esta. Se quedó admirándola por algunos minutos extasiada por su belleza. Dejó la mochila en el suelo y avanzó hacía las aguas. Supo que no quería mojar su vestido, era la única prenda que tenía. Miró a su alrededor para asegurarse de ser la única en aquel lugar antes de desvestirse. Nadaría y se refrescaría, y si comprobaba que el agua era dulce, no dudaría en beber hasta el cansancio. Dio un par de pasos más hacia las aguas, se despojó del vestido, y aunque hasta ella llegó la sensación de frescura, no le gustó lo que sintió: el cansancio y los dolores estaban de regreso. El dedo pequeño del pie volvió a molestarle al igual que un par de raspaduras en su abdomen. Sus piernas y brazos se sintieron cansados e inclusive experimentó cierta debilidad en todo su cuerpo. Llegó a una rápida conclusión: el efecto del encuentro con el hombre de la máscara había llegado a su final, el sufrimiento estaba de regreso y ella continuaría sola y desprotegida. Sintió algo de inseguridad, pero no dejó que la felicidad de haber encontrado la laguna se desvaneciera totalmente. Continuó avanzando, sintiendo nuevamente los potentes rayos del sol sobre su cuerpo; sabía que no podría estar demasiado tiempo expuesta si no quería terminar con la piel enrojecida. Avanzó un poco más hasta adentrarse en la laguna y sentir cómo las refrescantes aguas enfriaban lo que ahora eran sus cansados pies. Se agachó para tomar un poco de agua entre sus manos y mojar su cara. Se pasó la lengua por los labios y comprobó que se trataba de agua dulce. Siguió caminando lentamente hasta que el nivel del agua llegó hasta su cintura. Fue el momento en que pensó que el hombre de la máscara la podría estar observando; existía la posibilidad de que la hubiese seguido hasta ese lugar. Sintió pena de su cuerpo desnudo, lo que la llevó a no tardar más de un segundo en sumergirse hasta el cuello. Se sintió agradada por las refrescantes aguas con las que sació su sed. Sumergió su cabeza varias veces, nadó unos pocos metros sintiendo el cansancio en sus maltratados brazos y piernas, y cuando se sintió satisfecha se aseguró una vez más de que nadie la estuviese observando. Llegó a la orilla e inmediatamente, y sin esperar a que su cuerpo se secara, se vistió lo más rápido que pudo. Fue el momento en el que creyó descubrir el origen de lo que había estado pasando con su cuerpo: de un momento a otro sintió nuevamente la misma energía y la misma claridad de unas horas antes, aquella que le había permitido trepar el árbol, caminar sin dolor, ubicarse como una guía experta y tejer la mochila con la agilidad de alguien con muchos años de experiencia. Aquel vestido andrajoso, que no hubiese dudado en botar a la caneca de haber estado en casa, era el que le estaba otorgando lo que necesitaba, el que la estaba ayudando a sobrevivir. Nunca había creído en encantos ni en cuentos de hadas, mucho menos en milagros o mundos de fantasía, pero se hacía más que evidente que lo único que tenía para cubrir su cuerpo parecía tener su origen en algo que se salía de lo que hasta el momento conocía como normal. Empezó a preguntarse la razón por la cual el hombre de la máscara estaba haciendo eso. Si la estaba ayudando, al dotarla con un viejo vestido que podría salvar su vida, ¿por qué no la ayudaba a salir de esa isla? ¿Qué papel jugaba la muchacha rubia vestida de blanco en todo esto? Todo era demasiado confuso, y aunque el vestido la podía convertir en una experta artesana, o en la mujer más ágil del hemisferio occidental, parecía estar lejos de darle la inteligencia necesaria para responder a sus preguntas.

 

No demoró en encontrar frondosos árboles cubiertos de frutas. Reconoció los mangos y los duraznos que colgaban de algunos de ellos. Afortunadamente estaban al alcance de sus manos, y solo tuvo que empinarse y estirar los brazos para bajar unos cuantos. Se sentó en las blancas arenas de la playa a disfrutar de lo conseguido mientras admiraba el colorido de las flores que crecían al lado de las frutas. Miró hacia lo alto para constatar que el sol empezaba a subir. Sabía que la temperatura estaba aumentando, pero supuso que su vestido, aunque le dejaba los hombros y los brazos al descubierto, estaba obrando de alguna menara especial que impedía que un calor sofocante llegara hasta ella. Pero aunque las condiciones estaban mejorando, ¿podría ella vivir de frutas y agua? Pensó que no le quedaría difícil idear un método para pescar o atrapar animales, pero siempre había detestado comerse un animal si antes lo había visto con vida, razón por la que nunca quiso acompañar a su padre en sus excursiones de caza y pesca. Si mantenía la fe en salir de aquella isla, no tendría que preocuparse por eso, aunque sabía que tenía que estar preparada para cualquier cosa. Se puso de pie con la idea de darle la vuelta a la laguna; siempre cabía la posibilidad de encontrar algo que le sirviera, aunque no sabía exactamente qué podría ser. Pensó que tenía tantas necesidades, que en realidad no sabría qué sería lo que más le apremiaba aparte de volverse a encontrar en la seguridad de su casa. La arena se sentía suave y su temperatura era perfecta, aunque ella sabía que de no ser por su vestido, sus plantas no estarían en condiciones de aguantar la manera ardiente en que solía estar a esa hora. Algunos metros más adelante encontró más árboles con diferentes tipos de frutas, muchas de ellas totalmente desconocidas. Se preguntó si todas serían comestibles y si habría algunas de naturaleza venenosa. No quiso detenerse a observarlas más de cerca puesto que su estómago se encontraba lleno y su mente quería concentrarse en lo que pudiera señalarle el camino de regreso a la civilización. Avanzó tratando de no perder detalle del paradisiaco lugar hasta que se encontró en el lado opuesto de la laguna, lugar en el que algo le llamó la atención: se acercó lentamente antes de descubrir algunas marcas en la arena. Se trataba de las huellas de dos personas, caminaban descalzas, y eran de diferente tamaño. Pero todo no paraba ahí, miró a su alrededor tratando de establecer la dirección en que sus dueños habían marchado, lo que resultó bastante difícil gracias a que las huellas estaban por todos lados, como si las dos personas hubiesen estado allí por varias horas. Creyó que podría tratarse de la muchacha vestida de blanco y del hombre de la máscara, quien se habría deshecho de su calzado para darse un baño en la laguna. Sin embargo recordó la escena que había visto el día anterior en la que el extraño personaje perseguía a la muchacha, lo que la llevó a pensar que sería difícil encontrarlos juntos dándose un baño de agua dulce. Trató de concentrarse en encontrar el origen de las pisadas, solo para sorprenderse al encontrar lo que parecía un rústico y pequeño refugio. En realidad no era más que un techo construido de ramas y hojas, gran parte de su suelo cubierto con lo que parecía ser un par de colchones conformados por cientos de pequeñas hojas. Todo indicaba que dos personas habían utilizado el lugar para pasar la noche. ¿Se trataba de algunos de sus compañeros o de gente que habitaba en esa isla de tiempo atrás? Pensó que lo primero parecía ser más lógico que lo segundo. Si alguien llevaba tiempo en ese lugar, ¿no sería más lógico que gozara de mejores instalaciones, así fueran un poco rústicas? Sintió remordimiento de sus pensamientos al recordar que estaba en el tercer mundo, en donde no existían las facilidades ni las comodidades a las que estaba acostumbrada. Dejó de fijarse en el cambuche para tratar de encontrar la dirección en la que se dirigían las huellas. Después de una cuidadosa observación logró ubicar el lugar por el que se habían internado en la vegetación. Nunca antes había experimentado algo semejante, pero ahora sentía claramente la ruta que estas seguían; supo que su fácil percepción la debía agradecer al andrajoso vestido lila.




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