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La mirada a Michelle por parte de Natalie reflejaba toda su angustia. Así mismo dejaba ver sus dudas acerca de seguir al que se estaba convirtiendo en su nuevo amor. Sabía que las cosas no estaban claras. Ni ella ni él habían tenido la franqueza para comunicarle a la muchacha de los ojos azules acerca del pequeño romance que habían mantenido durante las últimas veinticuatro horas, y ella misma no sabía cuál era su situación, a pesar de haber escuchado de labios de él las palabras que supuestamente la confirmaban como su favorita.
–Si tienes miedo de bajar…, no lo hagas… –fue lo que Natalie escuchó por parte de Michelle.
–No lo podemos dejar solo…
–Mejor bajo yo, creo que gracias a este vestido estoy mejor preparada –dijo Michelle poniendo su pie en el primer escalón.
–Entonces baja y yo te sigo, no me voy a quedar aquí sola.
Las dos muchachas descendieron por los escalones metálicos incrustados en lo que parecía ser una pared de cemento. No tardaron más de diez segundos en poner sus pies sobre un suelo de tierra que Natalie sintió fresco y húmedo. Como lo había dicho Sebastián, el lugar no estaba totalmente a oscuras: la tenue luz que se colaba por el orificio dejaba que los tres muchachos se ubicaran sin demasiada dificultad.
–Pensé que me iban a dejar solo…
–Esto es una locura –se limitó a decir Natalie mientras trataba de acostumbrarse a la débil iluminación del lugar.
El olor a humedad y encierro dominaban y la temperatura era algo más baja de lo que se experimentaba en la superficie. Aparte de la pared con los escalones, Natalie no alcanzaba a distinguir ninguna otra pared. Las fronteras del subterráneo se perdían en medio de la oscuridad.
–Nattie, aquí abajo puede estar la respuesta y la explicación de todo lo que ha pasado –dijo Sebastián avanzando lentamente.
–Lo único que yo veo aquí abajo es oscuridad… –dijo Natalie.
–Esperen –dijo Michelle–, aquí hay una mesita, y esto es una caja de fósforos.
La muchacha de los ojos azules encendió un fósforo que solo sirvió para que sus compañeros lograran tener una mejor apreciación de su bello rostro.
–Eso me da una idea –dijo Sebastián avanzando hacia la escalera.
–¿Qué vas a hacer? –preguntó Natalie.
–¿Recuerdan la lámpara que está sobre la mesa de allá arriba? Voy a subir y la traigo –dijo Sebastián cuando ya tenía sus pies en el segundo escalón.
–No tardes –alcanzó a decir Natalie.
Michelle encendió un segundo fósforo antes de avanzar un par de pasos hacia la oscuridad.
–No te los gastes todos, esperemos a que él baje con esa lámpara.
–Creo que hay suficientes –dijo Michelle sacudiendo la caja de fósforos.
–Pero no sabemos cuántos vamos a necesitar…
Las palabras de Natalie fueron interrumpidas por un ruido seco proveniente de arriba, e inmediatamente el subterráneo quedó sumido en oscuridad total. Era evidente que alguien había puesto la tapa de cemento de regreso en su lugar. El grito de Natalie no se hizo esperar. Michelle, algo más tranquila, encendió un nuevo fósforo y miró hacia arriba. El orificio por el que hasta hace pocos segundos entraba la luz había desparecido. En su lugar había quedado la gruesa tapa. Sin decir nada, y aprovechando la poca iluminación, alcanzó a avanzar hasta la escalera antes de que se viera obligada a apagar el fósforo cuya llama estuvo a punto de quemarle los dedos. Mientras escuchaba la manera como los gritos de Natalie se convertían en llanto, Michelle se agarró de los escalones y a pesar de la oscuridad llegó rápidamente hasta el punto en que su mano derecha se topó con el techo. Empujó la tapa con su brazo derecho pero su esfuerzo fue inútil. Pensó que si soltaba su mano izquierda del escalón para empujar con sus dos manos, estaría en riesgo de perder el equilibrio, además que tendría que dejar caer la cajetilla de fósforos.
–Nattie, voy a tirar los fósforos…
–Ni se te ocurra, si se pierden estamos muertas –dijo Natalie en medio de sollozos.
–Pero si no logramos mover esta tapa… también lo estamos, y necesito las dos manos para empujar.
–Alguien tuvo que atacar a Sebas, si salimos por allá arriba solo lograremos que nos ataque a nosotras también –dijo Natalie parando de llorar.