Isla del Encanto

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–Michelle, allá hay alguien… –susurró Natalie al oído de su compañera.

–Lo sé…, pero no digas nada, esperemos a ver qué hace –susurró a su vez la muchacha de los ojos azules.

En el abrazo de su compañera, Michelle podía notar los nervios y la inseguridad que esta sentía. Sabía que su temor no hubiese podido ser más fuerte, que comunicaba su sensación de indefensión e inseguridad, y que dejaba ver que de estar sola, no podría sobrevivir a lo que les estaba sucediendo. No se habían alcanzado a cambiar de ropas, pero algo le decía que en cualquier momento el vestido lila actuaría en su protección, no importaba si fuese ella o su compañera la que lo llevase.

–No me quiero morir abrazada a otra mujer –susurró Natalie un par de minutos después.

–Entonces suéltame y te mueres sola.

–Si me dejas te mato…

–Cállate, tenemos que tratar de escuchar algún paso o cualquier cosa –dijo Michelle apretando suavemente el brazo que tenía alrededor de la cintura de Natalie.

Pero el pretendido silencio fue interrumpido por el grito y el salto que pegó la muchacha de los ojos azules logrando desprenderse de su compañera por un breve instante.

–¡¿Qué paso?! –preguntó una más que nerviosa Natalie.

–Algo pasó por encima de mi pie –dijo Michelle olvidando su petición de guardar silencio.

–Puede ser una rata o una lagartija… ¡Qué asco!

–Creo que lo mejor es que nos volvamos a cambiar de ropa, creo que así no voy a resistir…

Estando a punto de obedecer a su compañera, Natalie volvió a ver por un breve instante la tenue luz, esta vez a no más de diez metros de distancia.

–¡Ahí está otra vez! –la muchacha del cabello naranja se olvidó de susurrar, y su exclamación hubiese podido ser escuchada a más de veinte metros a la redonda de no haber estado en un subterráneo.

–Quítate eso rápido, y recíbeme tu ropa –se limitó a decir Michelle de manera acelerada.

A pesar de las dudas, Natalie se deshizo del vestido lila tan rápido como pudo, recibió su ropa de las manos de Michelle y rápidamente se vistió con su short y su camiseta, ahora convertida en el destruido pedazo de tela que solo alcanzaba para cubrir su pecho.

–Si se acerca más, no dudaré en darle unos buenos golpes –dijo Michelle sintiendo como la fuerza y la energía regresaban a ella con el andrajoso vestido.

–Ten cuidado, no sabemos qué es lo que está ahí…

Natalie no había terminado de hablar para el momento en que la luz volvió a aparecer, por no más de dos segundos, a escasos cinco o seis metros de ellas. Pero esta vez, alcanzaron a ver las manos y parte del cuerpo de la persona que la llevaba.

–¡Es la mujer de blanco! –exclamó Natalie en medio de lo que quiso ser un susurro.

  1. qué nos haces esto? Ayúdanos, no somos personas peligrosas… –dijo Michelle con el mismo tono nervioso que había usado estando en medio de la selva.

Fue el momento en el que escucharon un fuerte ruido proveniente de arriba. Hasta ellas llegó un débil halo de luz proveniente del agujero que habían usado para acceder al subterráneo. El lugar se iluminó tenuemente, lo que permitió a las muchachas descubrir que cerca de ellas no se encontraba absolutamente nadie. Michelle reaccionó corriendo hacia la escalera, antes de que un segundo ruido llegara hasta sus oídos. Se trataba del sonido producido por una rejilla al encajar en el círculo que hasta hace unos segundos había estado cubierto por la tapa de cemento. A la muchacha de los ojos azules no le faltó intrepidez para escalar lo más rápido posible y llegar a empujar la rejilla. Pero las cosas no parecían ser tan fáciles: al igual que había pasado con la tapa de cemento, la rejilla no se movió ni un milímetro. Por más que se sujetó de ella y la empujó con todas sus fuerzas, no consiguió más que sentir la frustración propia de quien sabe que ha sido derrotado.

–¿Quién está ahí? Sebastián… ayúdanos… –fueron sus gritos desesperados. Pero en el fondo sabía que el apuesto muchacho que la había besado durante aquella fantástica noche en el velero no podría hacer nada. Seguramente, al igual que ellas, habría sido hecho prisionero en el momento en que subió a buscar la lámpara. Era evidente que habían caído en una trampa, y que ahora se encontraban en las manos de alguna clase de enfermo mental. Pegó su cara a la rejilla en un intento por descubrir a la persona que la había puesto allí, pero lo único que pudo ver fue el techo y la parte superior de las paredes de la rústica cabaña.




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