Isla del Encanto

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Los minutos pasaron y Natalie no sentía ningún cambio desde que se había puesto el vestido. La noche había llegado y el lugar estaba totalmente a oscuras. Los sonidos producidos por los animales se habían intensificado, y hasta los oídos de ellas llegaba claramente todo lo que no habían escuchado unas horas antes. La muchacha de los ojos azules, sentada en el piso, con las piernas estiradas, recostada contra la pared, y con su cabeza inclinada hacia atrás, con el pasar de los minutos se iba sintiendo más y más débil. Ya no entendía lo que estaba sucediendo, y hacía sus mayores esfuerzos por no pensar en comida. Natalie, sentada a su lado, con las piernas recogidas contra su pecho y su mejilla derecha apoyada en sus rodillas, no paraba de masajearse el empeine que se había golpeado al principio del día. El dolor no había cedido con el paso de las horas, aunque las incidencias ocurridas habían ayudado a que se olvidara del golpe.

–Si nos salvamos de esta, te prometo que te dejo a Sebastián –dijo Natalie rompiendo el silencio.

–¿Por qué lo besaste?

–¿Cómo así que por qué lo besé?

–¿No te habías dado cuenta de que él andaba conmigo en el velero? –preguntó Michelle con un tono calmado y su mirada todavía enfocada en el techo del lugar.

–Sí, yo se… Supongo que me sentí muy sola… y asustada…

–O porque te gustaba…

–No, yo siempre ando besando a los más feos de todos… –parecía ser que Natalie no perdía su tono sarcástico aunque se encontrara en las situaciones más extremas.

–¿Siempre has sido así?

–No, solo cuando estoy encerrada en subterráneos con hambre y sed y rodeada de bichos y fantasmas.

–¿Podríamos hablar tranquilamente? –preguntó Michelle bajando su cabeza y volteando a mirar a su compañera de infortunio.

-Michelle, ¿qué quieres que haga? ¿Que te pida perdón por haberte quitado al hombre de tu vida?

-No es el hombre de mi vida, es solo que me gusta mucho.

-A mí también, pero no te preocupes, ya te dije que te lo puedes quedar si salimos de aquí con vida, o me podrías matar y quedarte con él…

-No seas ridícula –dijo Michelle sacudiendo la cabeza-, no sé por qué tienes que hablar así…

Pasaron unos segundos en silencio antes de que Natalie volviera a hablar.

-Perdona, es que ya no aguanto más, este vestido no hace ningún efecto en mí, y no le veo salida a esto.

Michelle agarró la mano de su compañera antes de continuar.

-Tranquila, sé que vamos a salir de aquí, y estoy tan segura de ello, que por eso quería hablarte sobre Sebastián.

-Él me dijo que me iba a sacar de esta maldita isla, me lo dijo dos veces, y mira donde estamos, y ahora ni siquiera sabemos si él está vivo…

-Me imagino que solo quiso darte un poco de ánimo…

-Es posible, pero la verdad es que no creo que lo volvamos a ver, entonces qué sacamos discutiendo acerca de cuál de las dos se va a quedar con él…

-Hablas como si él no te importara –dijo Michelle.

-Me gusta demasiado, me importa aún más, ¿pero qué puedo hacer? ¿No crees que primero nos tenemos que preocupar por nosotras?

-Es verdad, pero mientras se nos presenta la oportunidad de hacer algo, podemos hablar de esos temas.

-Yo de ti, estaría furiosa con él –dijo Natalie.

-Creo que estaba furiosa, pero defenderte a ti de los micos endemoniados, y después arreglar todo para que quedáramos aquí encerradas, creo que no me dio tiempo para sacar mi rabia a relucir.

-Dime una cosa, ¿tú lo estabas tomando en serio? ¿O era solo por pasarla bueno en el velero?

-No hubiera querido nada más que tener algo serio con él.

-Claro… -Natalie se sintió mal con Michelle. Sabía que su atracción por Sebastián, sumada a la inmensa inseguridad sentida durante la travesía por la selva, la habían llevado a no frenarse con Sebastián. Nunca había tenido la costumbre de quitarle los novios a sus amigas o conocidas, siempre había sido respetuosa, pero supuso que la situación extrema la había obligado a olvidarse de sus principios. Ahora no sabía si debía contarle acerca de las palabras de él en las que se había expresado acerca de sus preferencias.




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