Isla del Encanto

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-La fuerza que el vestido te ha dado, es para lograr tu libertad, pero no la de tu amiga –la voz de la muchacha, la que venía acompañada de la tenue luz que solo iluminaba sus manos y parte de su tronco, llegó a los oídos de Michelle y Natalie de manera suave y armoniosa.

La muchacha del cabello naranja supo que estaba perdida. Michelle había sido beneficiada con el vestido que le adjudicaba una fuerza y una destreza por fuera de lo común, pero a ella, a pesar de estar en poder de aquellos extraños personajes, no le habían adjudicado ni un vaso con agua. Por alguna razón que estaba muy lejos de entender, ella sería la sacrificada mientras que su linda compañera de los ojos azules podría regresar a la civilización.

-No sé quién seas ni me importa, pero de una vez te digo que de aquí vamos a salir las dos, o nos vamos a quedar las dos –dijo Michelle sin desprenderse de su compañera.

-Es problema tuyo si no quieres regresar a la civilización –dijo la voz antes de que la luz desapareciera en lo profundo de la oscuridad.

-¿Qué quieres de mí? Dilo de una vez por todas –gritó Natalie, pero la repuesta nunca llegó.

-No perdamos tiempo –dijo Michelle de manera apresurada-, hay que derribar un poco más de muro.

Sujetada de la mano a Natalie, y concentrándose nuevamente, Michelle volvió a golpear el muro con toda su fuerza. Tres ladrillos salieron a volar dejando un agujero lo suficientemente amplio para que un cuerpo pudiese pasar a través de él.

-Pasa tu primero, Nattie, yo te sigo.

Natalie no dudó en pasar sus piernas, el tronco, los brazos y finalmente la cabeza. Sintió el fresco de la noche de la misma manera como las plantas de sus pies sintieron la humedad de la hierba que pisaba. Dio un par de pasos hacia adelante y volteó a mirar esperando a que Michelle apareciera. Sin embargo lo que siguió fue un grito venido desde el otro lado de la pared, y que sin duda provenía de la garganta de la muchacha de los ojos azules. Natalie sintió cómo su corazón se aceleraba, pero eso no fue impedimento para que se asomara por el hueco que acababa de atravesar. Solo alcanzó a ver un par de luces a lo lejos, las cuales se perdieron instantes después en medio de la profunda oscuridad.

-Michelle… Michelle, ¿qué pasó? –fueron los gritos que salieron de sus labios. Pero su compañera ya no estaba cerca, parecía que ya no tenía la posibilidad de contestar. ¿Qué podría hacer ahora? Tenía la posibilidad de regresar a través del hueco y tratar de ayudar a su compañera. Podría huir y solo pensar en su vida tal y como lo había hecho en la noche del naufragio. Pero no disponía de ninguna luz; si tenía la suerte de recuperar la pequeña vela y la cajetilla de fósforos que Michelle había dejado cerca del hueco, no tendría la energía necesaria para luchar contra los que se la habían llevado. Sintió cómo el pánico y el desespero se apoderaban de ella. La muchacha de los ojos azules se había portado de manera inigualable: la había salvado de los micos endemoniados, la había apoyado en todo sentido en aquel inmundo subterráneo, y la había dejado salir de primera, exponiéndose ella al inminente peligro que finamente había hecho presencia. Decidió correr pegada al muro, aprovechando la luz de la luna llena. Ya no le importaba llegar a tropezar o que uno de sus pies descalzos se ensartara en una raíz. Solo quería llegar hasta el final del muro y buscar el claro en el que se encontraba la rústica cabaña. No tardó más de un par de minutos en lograrlo. Dobló hacia su derecha, y sus piernas empezaron a avanzar por una pendiente rodeada de árboles, con una longitud superior a los cien metros, y que finamente la llevaron al claro en donde encontró la cabaña. Los acelerados latidos de su corazón la llevaron a detenerse. Se acostó boca abajo sobre las pequeñas matas y puso su atención en cualquier movimiento que la luz de la luna le permitiera observar. Permaneció allí por más de diez minutos antes de que un movimiento llamara su atención: la puerta de la cabaña se abrió para dar paso a quien parecía ser la muchacha vestida de blanco. La observó caminando de manera acelerada antes de internarse en la espesura. Natalie se preguntó si sería el momento preciso para reingresar a la rústica vivienda y buscar a sus compañeros, teniendo en cuenta que aquella misteriosa mujer ya no se encontraba en el lugar. Pero recordó la supuesta existencia del hombre de la máscara, y supo que sería una locura, en su estado de nervios y debilidad, tratar de enfrentarse a un personaje de esas características. Solo estaba segura de no poder dejar solos a sus compañeros; tendría que hacer todo lo posible por tratar de ayudarlos, y por alguna extraña razón que, en el momento no podía comprender, sentía más inclinación por ayudar a Michelle que a Sebastián. Decidió quedarse unos minutos más en su posición a la espera de algo nuevo que pudiese suceder. Solo la acompañaban los ruidos nocturnos de insectos y animales, y cada treinta segundos miraba hacia atrás, sabiendo que en cualquier momento podría ser sorprendida. Pasaron los minutos, la luna continuaba recorriendo la bóveda celestial, y nada parecía cambiar. Se había olvidado del hambre y de la sed que había sentido estando encerrada en el subterráneo. Estaba totalmente concentrada en hallar la forma de ayudar a sus compañeros. Recordó que no tendría la fuerza mental para sobrevivir sola en aquella isla, y aún menos conociendo la clase de peligros que acechaban. No entendía las palabras que habían sido pronunciadas por la muchacha de blanco: todo parecía indicar que la escogida para quedar en libertad fuese Michelle, y que por el contrario, ella estuviese condenada a ser la víctima de estos extraños personajes. ¿Pero qué los había llevado a que decidieran de esa manera? Después de un rato, llegó a la conclusión de que si se entregaba a ellos, dejarían marchar a Michelle y posiblemente a Sebastián. Serían dos vidas por una, ¿pero estaba ella en capacidad de sacrificar su vida por la de dos personas que apenas había conocido hace cinco días?




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