Isla del Encanto

28

 

28

 

 

Al despertar recordó haber gritado debido al dolor producido por el golpe propinado en sus pantorrillas, el cual la llevó a caer abruptamente sobre el suelo de tierra del subterráneo. Instantes después, sintió la mano de alguien apretando un pañuelo contra su nariz, identificó el mismo olor con que había sido privada la primera vez en medio de la selva, y no tardó en perder el conocimiento. Ahora se encontraba sumida en la misma oscuridad que había vivido junto a Natalie, sentada en el piso de tierra, sus manos atadas por la espalda a un tubo de metal, y ya no llevaba el vestido lila. Quien quiera que la hubiera reducido, le había puesto su bikini, aquel con el que había despertado dos días antes en la playa. No tardó en sentir el dolor en sus piernas, en su pequeño dedo del pie derecho, y en el par de raspaduras de su vientre. La sed y el hambre estaban de regreso, y solo tuvo que intentar deshacer el nudo que la ataba para darse cuenta de que era imposible lograrlo: su fuerza y agilidad eran algo del pasado. Después de pensar que se encontraba en el medio de una pesadilla de nunca acabar, empezó a llorar desconsoladamente. Pero su llanto no fue mucho lo que duró. Súbitamente se abrió una puerta que no podía estar a más de tres metros de distancia. La figura que tras de ella apareció era la misma que había visto en la selva el día anterior; se trataba del hombre de la máscara. Pensó que el momento había llegado. La razón que el extraño personaje tuviese para mantenerla en aquel lugar, finalmente iba a ser de su conocimiento. El hombre llevaba una lámpara, posiblemente la misma que habían visto en la cabaña, y por la que Sebastián había decidido subir las escaleras dejándola a ella sola en compañía de Natalie. Su vestimenta era la misma que le había visto la primera vez. Se acercó lentamente hacia ella, se quedó observándola por unos segundos sin pronunciar palabra, y fue Michelle la que primero tuvo que abrir la boca.

–Señor, por favor no me haga daño –su tono de súplica se mezcló con los sollozos.

El extraño personaje se limitó a acuclillarse, y acercó la lámpara al rostro de la asustada muchacha.

–Por favor, déjeme ir…

–¡Eres preciosa! Pero tus ojos son azules…

El tono de voz del hombre de la máscara no habría podido ser lo que Michelle consideraba como <<anormal>>. Era juvenil, como el de cualquiera de sus compañeros, y estaba alejado de los sonidos que podrían caracterizar a los personajes que las películas mostraban como anti héroes malvados.

–Sí, pero por favor suélteme, me duelen las muñecas.

–¿Qué harías si te soltara? ¿Golpearme y salir corriendo? –preguntó el hombre de la máscara, manteniendo la lámpara a escasos centímetros del rostro de Michelle.

–No, le prometo que no, solo quiero estar de regreso en mi casa.

–Tuviste la oportunidad, pero la despreciaste…

–¿A qué se refiere?

–¿Acaso no escuchaste las palabras de Nicole?

–¿Nicole? ¿Se refiere a la muchacha de blanco?

El hombre asintió con la cabeza para después decir:

–Yo no quiero que esto sea así, pero es la única manera…

–¿De qué se trata todo esto? ¿Por qué no me deja ir?

–Cuando tu amiga esté con nosotros, creo que te lo explicaré, por ahora trata de descansar –dijo el hombre poniéndose de pie.

–Por favor, tengo mucha sed, ¿me puede dar agua?

–Ya regreso –dijo el hombre antes de cerrar la puerta tras de él.

Michelle supo que alguna de las dos tendría que terminar sacrificándose. Natalie había sido la elegida para quedarse y ella para salvarse, aunque no podía entender cuál era el motivo que tenía ese extraño personaje para haber escogido de esa manera. Hubiese querido poder hacer algo más, pero era consciente de que en las actuales condiciones, y alejada del vestido, cualquier intento de escapar o de ayudar a sus compañeros sería más que infructuoso. Pensó que al menos no sería ella la sacrificada, siempre y cuando su pobre compañera fuese nuevamente atrapada. Pero el sentimiento que había nacido en ella hacia Natalie era más fuerte de lo pensado. No la veía como la rival con quien tenía que competir para ganarse los afectos de Sebastián, ni tampoco como alguien con la que tenía que medirse para descubrir cuál de las dos era más hermosa. Estaba muy segura de sus cualidades físicas, y en la muchacha del cabello naranja solo veía a alguien que fácilmente se posicionaba a su mismo nivel. No entendía muy bien la razón por la que se estaba preocupando más por la suerte de Natalie que por la de Sebastián, pero sí estaba muy segura de que preferiría estar en un bote rumbo a Miami con la muchacha de los ojos verdes y no con el muchacho que la había besado para después traicionarla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.