Isla Noctis: Parte I

1. Llamadas perdidas

El viento salado de Isla Noctis azotaba con furia la ventana de la habitación donde Marc se alojaba. Era un lugar modesto, impregnado con el olor a madera húmeda y nostalgia, como si el tiempo allí se hubiera detenido hace décadas. A través del cristal empañado, podía distinguir el mar embravecido, negro como la tinta, extendiéndose hasta el horizonte. Era su primera noche en la isla, y ya sentía que algo estaba terriblemente mal.

Un crujido proveniente del piso de arriba lo puso en alerta. Su instinto de detective lo había salvado antes de trampas mortales, pero ahora, no podía evitar pensar que estaba siendo observado. Sacudió la cabeza. No empieces a imaginar cosas, Marc, se dijo. Sin embargo, no podía ignorar el peso en el ambiente. Había llegado a Isla Noctis para investigar lo que los lugareños llamaban “las llamadas de la muerte”: siete hogares, siete sonidos de teléfono, siete vidas arrebatadas. Nadie sabía por qué ocurría ni cómo detenerlo. Solo sabía que el patrón volvía cada siete años, y esta vez, estaba decidido a romperlo.

A pesar del cansancio, decidió salir a explorar. Tomó su chaqueta, encendió un cigarro y se dirigió al único lugar que parecía aún vivo en la isla a esas horas: un pequeño bar llamado La Marejada.

El bar era una mezcla de colores desvaídos y madera desgastada, iluminado por un tenue resplandor amarillento. Las conversaciones eran escasas, la mayoría de los presentes eran locales que hablaban en susurros. Sin embargo, al cruzar la puerta, los ojos de todos cayeron sobre él. No era bienvenido, no todavía. Pero Marc tenía una habilidad innata para integrarse, incluso en los lugares más hostiles.

Se sentó en la barra y pidió un whisky doble, intentando captar fragmentos de conversación. Fue entonces cuando la vio.

Era difícil no notarla. Estaba en una mesa al fondo, su cabello negro como la noche caía en mechones desordenados sobre un rostro pálido y atractivo. Tenía un aura de desafío, como si el mundo entero le debiera algo y ella estuviera dispuesta a cobrárselo. Sus dedos delgados tecleaban en una laptop con rapidez. La imagen era discordante: una hacker, en medio de un bar que parecía atrapado en el siglo pasado.

—¿Buscando pistas o problemas? —preguntó una voz femenina a su lado.

Era ella. En algún momento, se había acercado sin que él lo notara, su mirada escudriñándolo como si pudiera leerlo de inmediato.

—Un poco de ambos —respondió Marc con una sonrisa leve.

—Entonces llegaste al lugar indicado —replicó ella, sentándose en el taburete junto a él. Su mirada era incisiva, pero había algo más detrás de esos ojos oscuros: una chispa de curiosidad que intentaba ocultar.

—Marc. Detective —dijo, extendiendo la mano.

—Elena. —Ignoró su mano y se inclinó ligeramente hacia él, susurrando—. Si realmente eres un detective, ya sabes que no deberías confiar en nadie aquí.

Marc entrecerró los ojos, pero antes de que pudiera responder, ella se levantó y regresó a su mesa sin decir nada más. Intrigado, decidió seguirla.

—¿Y qué haces en un lugar como este? —preguntó, sentándose frente a ella sin invitación.

—Evitar que idiotas como tú se metan donde no deben. —Elena cerró la laptop y lo miró directamente. Sin embargo, algo en su tono era más juguetón que amenazante.

—¿Qué sabes de las llamadas? —preguntó Marc, ignorando el sarcasmo.

—Sé que si no eres rápido, la próxima podría ser para ti.

Marc se quedó en silencio por un momento, estudiándola. Había verdad en sus palabras, pero también un misterio que ella no estaba dispuesta a compartir tan fácilmente.

—Podríamos trabajar juntos —propuso finalmente.

Elena soltó una risa corta.

—Lo dudo. Pero si decides quedarte, te daré un consejo gratis: no mires demasiado profundo en esta isla, o te traga.

Antes de que pudiera responder, un hombre robusto apareció en la entrada del bar, visiblemente agitado. Su respiración era pesada, y sus ojos desorbitados buscaron a alguien en la sala.

—¡Sonó otra llamada! —gritó, rompiendo el silencio y congelando a todos en su lugar.

Marc y Elena intercambiaron una mirada rápida antes de salir corriendo detrás del hombre. La casa estaba en las afueras del pueblo, apenas iluminada por la luz de la luna. Cuando llegaron, la puerta estaba entreabierta. Marc entró primero, con Elena siguiéndolo de cerca.

En la sala, un teléfono antiguo colgaba del auricular, balanceándose lentamente. El silencio era sepulcral, salvo por el leve chirrido del cable moviéndose.

—¿Hay alguien aquí? —preguntó Marc en voz alta, su mano lista en el arma.

Elena avanzó hacia el teléfono, sus ojos fijos en él.

—No lo toques —advirtió Marc.

—No tengo intención de hacerlo. Pero si esto es lo que creo, estás muy por encima de tu nivel, detective.

Antes de que pudiera responder, un grito desgarrador resonó desde la habitación de al lado. Ambos corrieron hacia el sonido, pero lo único que encontraron fue una ventana abierta y el viento aullando en la oscuridad.

Marc miró hacia afuera, sintiendo que apenas habían arañado la superficie de algo mucho más grande. Mientras tanto, Elena permaneció en la puerta, su expresión grave.

—Bienvenido a Isla Noctis —murmuró.

Mientras Marc y Elena enfrentaban las primeras piezas del macabro rompecabezas en aquella casa, en otra parte de la isla, Dante Carvajal, un periodista con más preguntas que respuestas, se sentaba frente a su vieja máquina de escribir en un pequeño cuarto alquilado. El lugar estaba lleno de mapas descoloridos, recortes de periódicos amarillentos y cuadernos llenos de notas garabateadas. El olor a tinta mezclado con el del café rancio llenaba el aire, acompañando la soledad que parecía seguirlo a todas partes.

Dante llevaba semanas investigando las llamadas, y aunque había recopilado fragmentos de información, sentía que siempre llegaba a un muro invisible. Cada vez que se acercaba a algo concreto, la gente de la isla se cerraba como si estuviera mencionando un tabú ancestral.




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