El teléfono seguía colgando, balanceándose con un chirrido inquietante en la oscuridad de la sala. Marc mantuvo la mano en su arma, avanzando lentamente hacia la ventana abierta. El viento helado de Isla Noctis se colaba por el marco, trayendo consigo el susurro de las olas rompiendo en la distancia. Elena permanecía junto a la entrada, su expresión seria pero alerta.
—Esto no es normal —murmuró Marc mientras inspeccionaba el suelo bajo la ventana. La tierra húmeda mostraba marcas recientes: huellas apresuradas que se alejaban hacia la espesura del bosque.
—Nada aquí lo es, detective —respondió Elena, acercándose para mirar las huellas. Con un gesto rápido, sacó su teléfono y comenzó a tomar fotos—. Esto no tiene sentido. Si se trata de un atacante, ¿por qué huir después de la llamada?
Marc observó la precisión con la que trabajaba. Había algo fascinante en cómo su mente parecía analizar cada detalle. Pero antes de que pudiera responder, un crujido resonó en el piso superior de la casa.
Ambos intercambiaron una mirada rápida. Sin necesidad de palabras, subieron las escaleras con sigilo. Cada escalón protestaba bajo su peso, amplificando la tensión. Cuando llegaron al pasillo superior, encontraron una puerta entreabierta al final. Marc levantó una mano, indicando que se detuvieran, y empujó la puerta lentamente.
Dentro, un hombre estaba encorvado junto a una cama, sosteniendo algo entre sus manos. Su figura temblaba con un llanto apenas contenido. Al escuchar la puerta abrirse, levantó la mirada, mostrando un rostro surcado de lágrimas y desesperación.
—¡¿Qué quieren?! —gritó, retrocediendo hasta chocar con la pared.
—Calma. Somos… —comenzó Marc, pero antes de que pudiera terminar, Elena se adelantó.
—¿Fue aquí donde sonó la llamada? —preguntó, su tono más firme que el de Marc.
El hombre asintió rápidamente, sus ojos desorbitados.
—Ella… Ella me lo dijo. Me dijo que iba a morir. Y luego… luego se rió —sus palabras salían entrecortadas, como si cada una fuera un esfuerzo.
Marc notó algo en las manos del hombre: una foto, arrugada y manchada de sudor. Se inclinó para tomarla, pero el hombre retrocedió.
—¡No! Es lo único que me queda de ella.
—¿Ella quién? —insistió Elena, su voz perdiendo paciencia.
—Mi esposa… —susurró el hombre. Luego, sus rodillas cedieron, y cayó al suelo con un grito de agonía—. ¡La mataron! ¡La maldita llamada la mató!
El silencio se adueñó de la habitación mientras las palabras del hombre resonaban en sus mentes. Elena miró a Marc, pero él evitó su mirada. No era la primera vez que enfrentaba el peso del dolor humano, pero esto… esto era diferente.
Antes de que pudieran decidir qué hacer, un ruido fuerte provino del exterior. Un motor rugía en la distancia, acercándose rápidamente. Marc corrió hacia la ventana y vio los faros de un todoterreno iluminando el camino hacia la casa.
—¿Esperas compañía? —preguntó Elena con sarcasmo.
Marc negó con la cabeza y bajó las escaleras a toda prisa. Elena lo siguió, y juntos salieron al porche justo cuando el vehículo se detenía. De él bajó un hombre alto y delgado, con un aire despreocupado que contrastaba con la tensión del momento.
—¿Nathaniel? —murmuró Elena, visiblemente sorprendida.
—Pensé que podría encontrarte aquí —respondió el recién llegado, caminando hacia ellos con una sonrisa tranquila. Sus ojos se movieron hacia Marc, evaluándolo—. ¿Y tú quién eres?
—Marc. Detective —respondió, con un tono menos amigable.
—Ah, el detective. He oído hablar de ti. —Nathaniel extendió una mano, que Marc ignoró deliberadamente. Nathaniel no pareció ofenderse y se volvió hacia Elena—. Me sorprende verte trabajando con alguien más.
—No estamos trabajando juntos —replicó ella rápidamente.
—Lo que sea. —Nathaniel miró hacia la casa, su expresión cambiando a una de gravedad—. Llegué lo antes que pude. Escuché rumores de otra llamada. ¿Qué encontraron?
Marc lo observó con desconfianza, pero antes de que pudiera responder, Elena intervino.
—Estamos empezando a conectar las piezas. Si realmente quieres ayudar, deberías empezar por explicarnos cómo es que sabías dónde estar.
Nathaniel soltó una risa breve.
—¿Olvidas lo que hago? La información vuela, Elena. Y en un lugar como este, no es difícil estar al tanto.
El silencio que siguió fue interrumpido por el sonido del hombre dentro de la casa, llorando nuevamente. Nathaniel lo miró con curiosidad antes de volver su atención a los otros dos.
—Parece que tienen las manos llenas. Quizá debería quedarme.
Marc cruzó los brazos, claramente incómodo con la idea, pero Elena asintió.
—Tal vez deberías.
Mientras tanto, en otro rincón de la isla, Dante Carvajal recorría el oscuro bosque con una linterna en mano. Las ramas se agitaban sobre su cabeza como dedos esqueléticos, y cada sonido parecía amplificado por la soledad. Había oído hablar de Samuel, el único sobreviviente conocido de las llamadas, y estaba decidido a encontrarlo.
El camino era traicionero, y varias veces estuvo a punto de tropezar, pero finalmente llegó a una pequeña cabaña escondida entre los árboles. La puerta estaba entreabierta, y una luz débil parpadeaba en su interior.
Dante se detuvo, dudando por un momento antes de entrar. El aire dentro estaba cargado, como si el tiempo hubiera dejado de fluir allí. En el centro de la sala, un hombre encorvado se balanceaba lentamente, murmurando palabras inaudibles.
—¿Samuel? —preguntó Dante con cautela.
El hombre levantó la vista, mostrando un rostro marcado por cicatrices y un miedo indescriptible.
—Te advertí que no vinieras… —murmuró Samuel.
Dante dio un paso adelante, pero el hombre levantó una mano, deteniéndolo.
—Ellos siempre están escuchando.
Antes de que pudiera preguntar a quiénes se refería, un golpe repentino en la ventana lo hizo girarse. Afuera, en la oscuridad, una figura se movía rápidamente entre los árboles. Dante sintió un escalofrío recorrer su espalda.
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Editado: 09.02.2025